La cabra tira al monte y el manso a toriles. Después de sufrir tantas y tantas zalduendadas por esas plazas extremeñas, casi habíamos llegado a la conclusión de que el problema de estos toros es que le sentaban mal los viajes cortos. Para ver una buena tarde de esta ganadería había que hacer muchos kilómetros o encomendarse a algún santo local y pedirle que sacaran la raza que debían tener en algún recóndito lugar de su cadena de ADN.
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Ayer volvió a salir cruz y Ponce, Ferrera y Ginés se tuvieron que enfrentar a una auténtica mansurrada que, no exenta de docilidad, permitió hasta cinco trofeos con la complicidad de un público de farolillos y tiovivos.
Toros Seis toros de Zalduendo de aceptable presentación, dóciles pero carentes de clase y raza.
Toreros. Enrique Ponce oreja y oreja; Antonio Ferrera: oreja y palmas; Ginés Marín: dos orejas y palmas.
Plaza Segundo festejo del abono de la feria de San Juan de Badajoz. Media entrada larga en otra tarde muy calurosa. Se guardó un minuto de silencio en memoria del cronista taurino colaborador de HOY Fernando Masedo Torres, fallecido en septiembre de 2017.
Abrió plaza Enrique Ponce con un negro mulato bragado que enseguida demostró que no quería nada con los engaños. Echaba la cara arriba, se paraba después de cada embestida y, pese a todo, no había nadie en la plaza que no creyera que Ponce podía hacerle faena.
El de Chiva le tomó la distancia, se puso en ese sitio que solo él conoce y comenzó a darle muletazos hasta que el de Zalduendo no supo si estaba en la finca o en la plaza. Con un público entregado, Ponce llegó a armar una tanda en redondo, se cambió la muleta de mano y siguió dando naturales como si no hubiera mañana. El toro pasaba una y otra vez sin más ambición que la de que aquello acabara cuanto antes, hasta que el valenciano se lo llevó a los medios doblándose con él, antes de administrarle una estocada entera, tendida y desprendida que precisó de un descabello para acabar la función. Pese a todo esto, el público que ayer llenaba más de la mitad de los tendidos, reclamó la oreja que acabó por otorgar la presidencia.
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En el cuarto más de lo mismo. Los ramalazos de falta de raza del de Zalduendo ante el capote y el magisterio de Ponce al tomar la muleta marcaron una faena en la que el animal rara vez pudo ver más allá de lo que había a un palmo de su cara. El de Chiva hipnotizó a su enemigo con la franela muy pegadita a su hocico y logró que éste le ofreciera una y otra vez esa media embestida marca de la casa que muchos confunden con nobleza y entrega. Una estocada entera llevó al toro a morir a su sitio, la puerta de toriles, dando por cierto todo lo que había presagiado hasta entonces. Una vez más, la presidencia concedió otro trofeo al valenciano, ante la presión de un devoto público que no quería irse a casa sin ver más de un espada a hombros.
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El segundo de la tarde, al que Ferrera recibió por verónicas en el tercio, se llevó, como quien no quiere la cosa, hasta tres puyazos por despistado. No acabó de fijarse en los percales de la cuadrilla del de Villafranco y fue de caballo a caballo como una bola de pinball, hasta recibir un castigo que acabó con las pocas fuerzas que traía de serie. En el comienzo de la faena de muleta hizo un extraño por el pitón derecho que obligó a Ferrera a instrumentar toda su actuación con la zurda. Lo vio tan claro el extremeño que mandó parar la música al percatarse de que aquello tenía que ser una labor de pico y pala, hasta que acabó por doblegar la voluntad del de Zalduendo y lograr algún que otro muletazo de mérito. Una última tanda por el inédito pitón derecho precedió a una estocada entera que le valió el único trofeo de su tarde.
El quinto ya avisó en el deslucido saludo capotero que no estaba para fiestas. Eso sí, se llevó un excelente puyazo del placentino Antonio Prieto antes de que el público volviera a demostrar con sus pitos que no está de acuerdo con que Ferrera no banderillee sus toros. Una serie de medias embestidas abrieron la faena para que el de Villafranco acortara enseguida las distancias y tratara de ligar una serie de imposibles naturales. En ese momento el toro decidió que no iba a hacer más, hasta el punto de que resultó casi imposible de matar. Tras intentarlo cuadrar varias veces, Ferrera acabó por cazarlo con un bajonazo que precisó de dos descabellos y un aviso para cerrar su tarde.
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Ginés volvía a Badajoz lejos del aura que le acompañaba el año pasado tras su triunfo en Madrid. Aun así rápidamente demostró que está en esto para quedarse y tras un excelente par de banderillas de Fini, comenzó la faena al tercero de la tarde con una serie de trincherazos con los que se llevó al de Zalduendo a los medios. Allí instrumentó un artístico cambio de manos con el que se metió en el bolsillo a los tendidos. Ya a favor de corriente, maquilló las paupérrimas embestidas de su enemigo para cuajar varias tandas de derechazos y naturales muy aplaudidas. Con la afición entregada acortó las distancias para adornarse en la cara del toro hasta calzarle una serie de manoletinas con las que cerró su faena. La mejor estocada hasta ahora de la feria le sirvió para cortar dos orejas y abrir la puerta grande.
El sexto acabó por confirmar todas las expectativas que habían anunciado sus hermanos. El toro que cerró plaza fue con diferencia el peor del encierro y solo permitió dos buenos pares de banderillas a cargo de Manu Izquierdo y Antonio Manuel Punta. Quiso Ginés iniciar su faena por estatuarios, pero el peligro del manso fue a más hasta hacerle desistir. A partir de ahí, nada de nada. El de Zalduendo no quiso embestir ni una vez más y el oliventino tuvo que administrarle una estocada entera y un descabello para que doblara y el público le recompensara con unas palmas.
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