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El aficionado a los toros puede ser uno de los seres humanos que más ejercita la memoria selectiva. Un buen par de encierros en plazas de la región y los ecos de lo vivido en varias ferias españolas nos habían hecho olvidar el serial de despropósitos ganaderos que la ganadería de Zalduendo había perpetrado en nuestras plazas en los últimos años.
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El público que casi llenaba ayer los tendidos de la plaza de Olivenza llegó hasta el coso abaluartado con la guardia baja y recibió un primer corché en el mentón con los dos primeros toros que salieron para Morante. El primero mostró enseguida su invalidez y fue devuelto a los corrales a tiempo, el segundo tardó más en convencer a todos y obligó al de la Puebla del Río a hacer el paripé de intentar cumplir con los tercios establecidos, irritando al público que, en este caso, escogió descargar su ira con el matador, que necesitó tres pinchazos para que doblara su primer oponente.
Toros. Siete toros de Zalduendo infumables. Exentos de todo atisbo de raza y con las fuerzas justas para bajar del camión.
Toreros. Morante de la Puebla, silencio y ovación. José María Manzanares, palmas y oreja. Pablo Aguado, ovación y palmas.
Plaza. Cuarto y último festejo de la feria de Olivenza, casi lleno en una tarde fresca en la que, incluso, llego a lloviznar.
El segundo, que correspondía en turno a José María Manzanares, cumplió con la norma de sus hermanos y salió suelto del saludo capotero. No faltó a la costumbre de perder las manos a la salida del caballo y, a pesar de no dificultar el desempeño de los banderilleros, llegó a la muleta con las fuerzas justas para pedir la hora. Cada vez que Dols Samper trataba de enlazar dos muletazos, el de Zalduendo doblaba las manos sin remisión o salía buscando la querencia como Marco buscaba a su madre. Dos pinchazos y una estocada entera tuvieron como recompensa las palmas del público.
La suerte del debutante tuvo que ser la que hizo que el primer toro de Pablo Aguado en la plaza de Olivenza fuera también el primero de la tarde en fijarse ligeramente en el capote del matador al que correspondía. Mientras la duraron las fuerzas, este segundo fue el mejor del encierro y permitió que el sevillano instrumentara dos preciosas tandas de derechazos templados y cadenciosos que dejaron un dulce regusto en el paladar del aficionado. Una tanda de naturales muy limpios fue lo último que permitió el de Zalduendo antes de que Aguado le pegara dos pinchazos y una estocada entera que acabaron en una cerrada ovación.
Con el cuarto de la tarde Morante decidió que ese marrón no se lo comía él solo y demostró que cuando quiere, también puede porfiar por intentar hacerle faena a un toro que no la tiene. Tal fue su propósito que, una vez comprobado que cualquier intento de muletazo acababa con el toro huyendo hacia su querencia, se llevó a su enemigo hasta la misma puerta de toriles para tratar de hacerle la faena del manso. Allí lo intentó por activa y por pasiva, hasta darle la vuelta a la tortilla y conseguir que el público oliventino no le culpara a él del tremendo fiasco de la tarde. Un aviso y una estocada tendida acabaron con el de Zalduendo en la arena y a los tendidos pidiendo un trofeo para el de la Puebla del Río que la presidencia no concedió.
Ligera mejoría
El quinto, que correspondía en turno a Manzanares, hizo un amago de fijarse en el capote del alicantino en su saludo, pero se convenció enseguida de que lo suyo era irse suelto. En la muleta colaboró algo más que sus hermanos pero pasó por la franela sin temple ni codicia. Por la izquierda convirtió en medios naturales sus medias embestidas hasta que Manzanares le pegó la muleta a la cara y le obligó a entrar en una sucesión de pases sin sentido. Una estocada entera sucedida de un aviso otorgaron al alicantino el único trofeo de la tarde.
Por si fuera poco, al sexto en Zalduendo le pusieron por nombre Barullo. Fue con diferencia el más aparatoso de la corrida y pareció comportarse en el capote antes de demostrar su verdadera cara en la muleta, volvieron las medias embestidas de sus hermanos y la tendencia a huir al salir de cada muletazo. Dos pinchazos, una media y un descabello acabaron la feria con unas tristes palmas.
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