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¿Qué ha pasado hoy, 8 de abril, en Extremadura?
El diestro Antonio Ferrera en la faena a su segundo toro, de Adolfo Martín. :: efe
Ferrera jugando al toro

Ferrera jugando al toro

A placer con un lote dispar de Adolfo Martín. Una autoridad aplastante. En manos de Paúl Serranito un extraordinario tercer toro, dechado de nobleza y calidad marca Saltillo

BARQUERITO

ZARAGOZA.

Viernes, 12 de octubre 2018, 10:25

Con su lote de Adolfo Martín anduvo tan suficiente, sobrado y atrevido Antonio Ferrera que pareció estar jugando al toro. No fue de juguete ninguno de los dos en suerte. Descarado, veleto y paso, el primero, cinqueño, aplaudido al asomar por ofensivo y protestado enseguida por acalambrado, degollado y hocico de rata, estuvo en el tipo de lo que fue seña de identidad de la ganadería, pero ya no tanto. Un punto frágil el toro antes y después de dos varas medidísimas, pero, cuando se calentaban las protestas, Ferrera lo salvó de la devolución. Lances de manos altas, toreo equilibrista.

No fue toro problemático porque Ferrera se empeñó en que no lo fuera. Tardo, algo probón, la cara entre las manos antes de empezar en serio el juego, protestas al rematar viaje sin rematarlo sino revolviéndose y hasta buscando presa. No le dieron para más las fuerzas. Todo eso pasó por la mano derecha. Ferrera se cambió de mano y, puro oficio, sabia colocación y caro temple, lo metió en vereda, se descaró con él y lo acabó llevando tan a su antojo que hasta sumiso parecía el toro. Sin ayuda, con la muleta caída, se recreó en una última tanda de insultante facilidad. La gente se había asustado en un principio. De pronto todo era coser y cantar. Una estocada hasta el puño. Al meterse en honduras, Ferrera había hecho callar a los músicos. Solo contó el eco de los oles y de los subrayados del público.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros Seis toros de Adolfo Martín.

  • Toreros Antonio Ferrera, una oreja y vuelta tras un aviso. Miguel Ángel Perera, aplausos y silencio. Paúl Abadía 'Serranito', que sustituyó a Saúl Fortes, saludos tras un aviso y palmas.

  • Cuadrilla Picaron muy bien a cuarto y sexto José María González y Antonio García. Dos pares notables de Javier Ambel.

  • Plaza Zaragoza. 7ª del Pilar. 7.000 almas. Veraniego, templado, 24 grados. Semiplegada la cubierta. Dos horas y cuarto de función. Un minuto de silencio en memoria de las víctimas de la riada de Mallorca.

Fue muy otro el cuarto toro. Cómodo de cara porque se había enlotado con el artillero. Ferrera lo saludó con dos lances en tablas cobrados con las vueltas, de los de toro pasa sin más, pero enseguida se esmeró en lidia aparatosa, los brazos altos, muy revolado el capote y siempre tapado el toro, como embozado y engañado. El tercio de varas fue brevísimo gracias a la autoridad de Ferrera, brillante un quite galleado a pie de caballo tras el primer puyazo, y gracias al acierto de un joven picador, José María González, que ha salido del anonimato este año.

Antes de banderillas, el toro se dejó querer. Después, no tanto. Por remolonear, por falta de entrega. A querencia de tablas, apretaba; en la contraquerencia, tardeaba agarrado al piso. Un par de reniegos y acostones. No se incomodó Ferrera, sino que tomó el camino más sencillo: al toque, a la voz, al hilo del pitón, en línea, sin violentar al toro, dispuso de él a su antojo. Ahora se abrió paso la banda. La melodía tan lograda de uno de los mejores pasodobles del maestro Martín Domingo: 'Los dos Adolfos'. El título preciso. Como los dos toros del juego de Ferrera, que bisó la tanda sin ayuda, muy para la gente, y regaló a todo el mundo dos recursos de torero largo: tragarle al toro dos arreones a querencia librados en dos muletazos monumentales y rematar faena con un desplante final de rodillas frontal y sin armas. Con el toro casi aculado en querencia. Una estocada desprendida. Hubo petición sobrada de oreja, pero el palco no quiso contar pañuelos.

Miguel Ángel Perera en la faena a su segundo astado. EFE

En la corrida de Adolfo vino un tercer toro de extraordinario son, que llevaba al aparecer dos pequeñas cornadas, una en un brazuelo y otra en el cuello. Ni eso, que eran arañazos para toro badanudo, ni dos puyazos desafortunados lo mermaron. Francos viajes, templada entrega y, sobre todas las cosas, una manera de humillar privativa de la sangre Saltillo. Humillar y repetir, hacer el surco, estarse en los medios, fijeza sin mácula, nobleza sorprendente en tal grado de bravura. Con más distancia, habría venido planeando. El toro de la semana. Ningún otro en tal nivel de calidad y bonanza. Falto de resolución de partida, Serranito se acopló en una excelente tanda con la izquierda -el engaño en el hocico, el toro traído por delante, mecido y bien librado- pero solo en una. Y de pronto se le había ido el toro tal cual.

El lote de Perera, el único matador anunciado a dos tardes en el Pilar, fue deslucido. El segundo, aplomado, un punto incierto, se paró. El quinto, del mismo nombre que el tercero -Tomatillo- y se le daba un aire, llevó la cara muy alta y no se empleó. Tampoco fue de sufrir. Perera, desconfiado con los amagos del segundo, le dio a este quinto suave trato. No pasó nada. El sexto, muy abierto de cuerna, casi playero, fue de nota en el caballo -un desconocido Antonio García cobró dos puyazos soberbios- y, algo andarín y mirón, apagado también, se acabó dejando hacer. Ahora anduvo Serranito despejado y diligente. Pero era otro toro.

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