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Jesús Bayort
Sábado, 29 de abril 2023, 23:01
No era el resultado que esperaba, pero sí el suficiente como para que Sevilla lo grabe en su memoria. Sin Puerta del Príncipe, pero más torero y compacto que algunas de ellas. En la transmutación de un torero comúnmente conocido por su frialdad y apatía, ... que se mostró arreado, desenvuelto y torero, que eso lo ha tenido siempre. Ginés Marín se fue con la miel en los labios; el aficionado, con un recuerdo meloso y agradable del extremeño pese a la exageración del festejo, que rozó las tres horas de duración. Con un telonero por delante que convocó a media Portugal y un Morante de la Puebla que aseguró el lleno tras el eco imperecedero del hito del pasado miércoles, pese a la inconexión de un cartel que abrochaba Cayetano, en involución constante.
FERIA DE ABRIL Plaza de Toros de la Real Maestranza. Sábado, 29 de abril de 2023. Decimotercera de abono. Lleno. Presidió José Luque Teruel. Se lidiaron toros de Passanha y El Torero. 1º (rejones), noble; 2º, manso que se crece; 3º, franco y con calidad; 4º, con codicia y transmisión; 5º, con problemas de vista; 6º, sin clase.
Antonio Ribeiro Telles, vestido a la federica con casaca azul marina. Pinchazo y bajonazo trasero (silencio).
Morante de la Puebla de caña y oro con los remates en negro. Casi entera (oreja); sartenazo bajo (ovación).
Cayetano Rivera Ordóñez, de fucsia y oro. Aviso tras estocada trasera y tendida y descabello (silencio); estocada y descabello (ovación).
Ginés Marín, de rosa mexicano y oro. Estocada (dos orejas); aviso entre pinchazo y estocada (ovación).
Saltaba Espárrago, el tercero, rindiendo honores a su bautismo: sin un gramo de grasa en su esquelética caja. Había intensidad en los lances de Ginés, que verdaderamente se templaron cuando lo dejó para el segundo puyazo. Con el compás muy abierto y la voz tan alegre como la arrancada del burraquito, rebosante de codicia, se abría con la muleta. Que todo lo eléctrico que pareció con el capote se transformó en despaciosidad en la muleta. Con empaque y pasión, metiéndoselo en sus bajos, empujándolo tras el embroque. Había expresión y compás en su gesto, en sus maneras, que bordaba los pases de pecho. Y un soberbio natural enfrontilado, con la pierna contraria adelantada, que recordaba al barrio de Santiago, a su Jerez natal. Aquello fue tan breve como intenso, empapado de pureza y verdad, como la estocada final, que fue el cohete último de este sábado de feria.
Con las dos orejas guardadas en el esportón salió en el sexto mirando de reojo a la señorona de su derecha. Que mide varios metros y no lleva al Paseo de Colón, sino que conecta con la gloria. Pero Palestino venía guerrillero, en una explosión de velocidad, de falta de calidad y humillación. Se le perdona al torero su insistencia, aunque tenga difícil explicación que con tantos matadores a su alrededor nadie le dijera, tres o cuatro tandas antes de que el animal se echara del aburrimiento, que debía ir por la espada. Una pena, más por la pesadez que por la ausencia del triunfo final.
Una clase magistral fue lo de Morante de la Puebla con Lancero, el primero de El Torero, tan terciado como manso en su salida. Que parecía de media casta en su reacción: regateando al capote; con las manos por delante, con el cuello rebuscando en cada lado. El pueblo se desesperaba, que pedía su devolución ¡POR MANSO! Y Morante que no se alteraba con el cruzón, que cuando sintió el frío dentro se calentó. Cuando erupcionaba cruentamente su volcán de bravura, que tuvo que controlar y ordenar un soberbio Juan José Trujillo. Como soberbio fue el inicio morantiano, partiéndolo por bajo junto a tablas, levantándose como una columna de la Alameda para enjaretar un cambio de mano eterno, de innegable aire belmontino. Como sus remates finales por alto. En ayudados hacia el cielo, sin acompañar la embestida. Vestía de José, toreaba por Juan. Preponderando la inteligencia de Gallito, en esa primera serie tan acertada: en la primera raya del tercio, hasta donde llegaba la raza de Lancero, cortita de trazo, al mínimo de exigencia. Que más vibrante y poderosa fue en su continuación. Lo de la izquierda fue sublime. No tanto por el resultado como por su propuesta. Sabiendo que faltaba celo, dejando que la tomara cuando quisiera. Sonaba Suspiros de España para el gran maestro de la patria, que vio la muerte sobre sus pies cuando a Lancero le entró tres cuartos de hierro.
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A milímetros le pasaba con el capote Vistaalfrente, el quinto. Tremendamente ofensivo. Con mirada de espía ruso, con lanzas de pertiguero romano. Como las plumas del sombrero de tres picos de Ribeiro Telles, que daba vueltas por el callejón como un armado por la calle Parras. Sin ánimo de mucha coba empezaba Morante, que en otro tiempo le hubiera quitado rápido las moscas y pedido con urgencia las mulillas. Arrancaba brusquito por bajo, buscando la otra orejita por alto. Hasta que le dio por tragar saliva, por enjaretarse con la fiera, anclado como buque insignia del toreo que es. Imponía sus engaños, su mando. Con mucha expresión, que a medias tintas sigue siendo mejor que todo el escalafón, aun tirándose a los bajos con la espada.
Más a medias tintas fue lo de Cayetano con el sexto (quinto de la lidia ordinaria), que salió desparramando la vista, que mató Cayetano casi mirando para Cuenca. Con la sicosis del desorden inicial de Erótico, que tomó mejor los engaños en la corta distancia, cuando el dinástico diestro ya había entregado la cuchara. Antes de aquello se las había visto con Obrero, que levantó la duda al pisar el ruedo: ¿cómo podían pesar estos toros –según la tablilla– casi lo mismo que los del día anterior? Casi todos al límite de lo famélico, de poco perfil y nula apariencia para esta plaza. Lanceaba Cayetano con esmero en su recibo, con temple y flacidez en la continuación por delantales. Extraordinario era Obrero en la muleta, de clase y nobleza suprema, tardo en su arrancada. Suave lo citaba Cayetano, que lo expulsaba en su salida, sin recogerlo, sin terminar de entenderlo. Por el izquierdo embestía aburrido, sin celo ni clase. La ovación se la llevó Obrero; el silencio, Cayetano.
Muy a la portuguesa fue toda la actuación de Antonio Ribeiro Telles, al que anunciaban como uno de los grandes maestros del rejoneo luso. De innegable patriotismo en su vestimenta, en su estilo y en su inexperiencia con la espada. Se negaba a bajarse del caballo para el descabello, con el animal moribundo tras el bajonazo, que finalmente cayó de aburrimiento. Ahí se bajó el gran maestro, con el auxiliador, vestido de añejo y azabache —evidenciando el circuito habitual—, llevándose por las riendas al caballo hasta el patio de cuadrillas. Ahí terminaba la experiencia de Ribeiro Telles en la Maestranza, que conmemoraba cuatro décadas de alternativa en su debut sevillano.
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