Rosario pérez
Miércoles, 19 de mayo 2021, 13:40
Derramó la sangre y las tripas. Literalmente. Todo el paquete intestinal quedó al descubierto sobre el terno verde oliva y oro de Manuel Perera, herido muy grave en el ruedo de Vistalegre por una estocada a tumba abierta. Matar o morir. Como quiso ... morir matando el novillo de la ganadería de El Juli, una brava máquina de embestir. «Al toro no le guardo ningún rencor, hizo lo que debía», señala con la frialdad de su valor el novillero extremeño.
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Postrado en la habitación 241 del hospital madrileño Nuestra Señora del Rosario, recuerda el percance. No quiere olvidarlo. En una sociedad que huye de los ritos y oculta la muerte, este chaval de 19 años, con el rostro demacrado por la brutal cogida, la mira de frente. «Sé a lo que me dedico, nadie me obliga a ponerme delante del toro, y los toros cogen», relata con un hilo de voz desde la camilla, ya en planta tras una noche en la UCI. Tiene la boca seca y siente ganas de vomitar, son muchos los calmantes inyectados. 'Rebujino' le reventó el abdomen: una trayectoria en la fosa iliaca de 30 centímetros y otra, de 40, en la cavidad peritoneal con evisceración de las asas intestinales y arrancamiento de epiplón. Un auténtico parte de guerra tras una escena de contienda: los pitones silbaban como balas, asomaban las tripas del soldado Perera, las cuadrillas salían de la trinchera y su apoderado saltaba la barrera a cuerpo limpio para socorrer al joven alistado a un ejército taurino en el que el sufrimiento forma parte de la gloria.
Conoce de cerca ese lema Juan José Padilla, el héroe cosido a cornadas, con un mapa de 39 cicatrices en su piel y heridas de espejo que nunca se borran. «Hay tardes en las que un torero se tiene que dejar matar. Peor que estar en la camilla sería estar en casa sin haber enterrado la estocada», sentencia. Y Perera, batallador siempre, se volcó. «No hay que arriesgar tanto», le dijo el doctor Crespo en la enfermería, pero su filosofía militar es la contraria: «Hay que arrimarse más».
Este ha sido el bautismo de sangre de Manuel Perera, nacido en el verano de 2001 en Villanueva del Fresno. Pero el novel pacense ha sufrido más cornadas: unas pertenecen a la intimidad de un niño hecho hombre delante del bravo; otra, en un accidente de tráfico en 2019 tras torear en el Bolsín de Ciudad Rodrigo. Desde entonces, hace el paseíllo sin montera por la placa que tiene en la cabeza. «Aquello fue peor, no solo por la gravedad, sino porque no me lo hizo un toro. Ahora he pagado el tributo de mi profesión».
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Las enfermeras se preguntaban si merecía la pena ser torero. Ya conocen la respuesta: un sí rotundo. Vale la pena morir por lo que vale la pena vivir. «Lo único que me hace feliz es esto -asegura Perera-. Las sensaciones que te da el toro no te las da nada más. Nada. En la enfermería no me importaba el percance, me preocupaba saber si había cortado las orejas». Más allá de trofeos, el triunfo de la superación ya es suyo.
Su disciplina es férrea, de sacrificio constante, sin más Fiesta que la Nacional. Desde su debut en Olivenza, el Ciclón de Jerez es su maestro y su mentor. También, su ángel de la guarda, siempre al quite. «Fue el primero que saltó al ruedo, me cogió en brazos y me sujetó las tripas», cuenta emocionado y con el dolor herrado en su cara. La entereza de Padilla contrastaba con ese horrorizado 'grito' de Munch de los tendidos. «¡Fuerza y honor, Manuel!», le anima antes de la visita del capitán Fernández del Hoyo, de la Guardia Real. Y en junio espera de nuevo afilar su espada: «Solo quiero torear».
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