![Sevilla premia a Tomás Rufo con una cariñosa Puerta del Príncipe](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2023/04/27/tomas-rufo-hombros-R6FHOJzSiw0JUxBD5ABf6nJ-758x531@abc-k40G-U200168261803qNI-1200x840@Hoy.jpg)
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JESÚS BAYORT
Jueves, 27 de abril 2023, 23:48
Veinticuatro horas ha tardado el gigante asiático AliExpress en clavar la réplica del triunfo de Morante. Una Puerta del Príncipe que parecía calcada en su catálogo, que carecía de todo sentido en su tacto. Un exagerado reconocimiento que desvirtúa el triunfo del toledano Tomás Rufo ... y que ratifica las polémicas declaraciones del genio de La Puebla del Río: hay que jubilar a este presidente. Con urgencia, que ya van tarde. El mismo usía que tanto tardó en atender el pasado lunes la petición de oreja al cigarrero se apresuraba hoy en sacar los pañuelos para tapar el muermo que supuso la agonizante corrida de Jandilla, envuelta en una resaca emocional que aún latía en quienes se atrevían a regresar. Los que no estuvieron en la víspera también querían contar un triunfo «histórico». Que lo fue, del poco valor y trascendencia que tendrá.
Tomás Rufo, menos fresco y ambicioso que el pasado año, se afanaba en lancear con poderío a Insensato, el tercero de la tarde. Acucharado, estrecho de sienes y grandullón, que se quedaba en los vuelos del capote. Andrés Revuelta trataba de ordenarlo en la brega, aunque la continuación del toledano echase todo aquello por tierra: de rodillas, con el de Jandilla desplomándose, aún sin afianzarse en sus apoyos. Impactaba el matador a los tendidos, que creían verlo caer en la cara de Insensato en una pérdida de equilibrio. Más sonora y compacta fue la primera serie, humillando, ralentizándose el de Jandilla en cada muletazo, de los que seguía sin rebosarse. Le escondía el defecto el torero en una sucesión interminable, ligando pases, sin vaciarlos. Más técnico se mostraba con la zurda, colocado en la pala del pitón, ceñido, tirando demasiado en línea. El eco definitivo llegó en la ruleta postrera, por la derecha, cinco o seis pases en uno. El bravo Insensato, matado por todo lo alto, buscó la muerte en los medios. Y asomaban los pañuelos con una asombrosa intensidad.
Más torero fue lo de Leví tico, el sexto. Con apariencia de hombretón, estrecho de sienes. Correteaba en su mansita salida, que aprovechaba para lancear el de Pepino por delantales. Desmayada su figura, caído el percal. Fernando Sánchez ponía a todos de acuerdo, también a los (contados) aficionados. Se lo dejaba llegar, le andaba hacia su encuentro. Y rugía la plaza, con la fuerza de la voz de Tomás Rufo, que citaba con tono serio. Sin rodeos, aprovechando la ovación al rehiletero. Fluía Levítico, con buen embroque, con calidad en su embestida, aunque al límite del celo y la codicia. Le pedía una marcha más el toledano, que no traía de fábrica. Perdía las manos el de Jandilla, pero no su talento, que redondeaba por el izquierdo con la reductora metida. Cambiaba Rufo de planteamiento: más vertical, menos bruto, más natural. Que lograba en uno eterno. Todo lo rectilíneo que había ligado en su primero viraba hacia líneas curvas en este sexto, sin opción de ligazón. Perdía celo el castañito, que pedía la muerte, que se la dio por derecho el de Pepino, contundente en su ejecución. Y ahí caía una más que merecida oreja que, dolorosamente —para quienes amaban el rigor de esta plaza—, le valía la Puerta del Príncipe. La segunda de su carrera, la cuarta de esta temporada sevillana.
A las 18.45 horas volaba la muleta de Manzanares al compás de las banderas. Con una brisa tan agradable para los tendidos como desagradable para el ruedo. Trataba de llevarse el viento el espectro de los tres postreros naturales a pies juntos de Morante, que aún gravitaban por el tercio del tendido 2. Pero Serpentín, el primero de Jandilla, tenía poco de Ligerito. Con tanta apariencia por delante como escasa por detrás; simplón por su lado. Fue bravucón, que mantuvo todo el tiempo su aspereza, ante un José María Manzanares más centrado y comprometido. Torero y templado en el breve recibo; acertado con la muleta, corrigiéndole el vicio de puntear que tanto desbordó a Pablo Aguado en el quite. Le tapaba la salida por el derecho, para que no tuviera margen a topar. Y se crecía el alicantino en su reunión, que se le abría el delantero de la chaquetilla, que se le agigantaba su pecho. Más guasa tenía por el izquierdo, metiendo el pitón contrario. La espada confirmaba —sólo por ese momento— la mejoría, que enterraba el acero con su clásica contundencia. El aviso tras la estocada también confirmaba el exceso de la lidia, para el contenido final.
Repipi, el cuarto, era una caída en cascada, imposible de contener por el alicantino, que por fin se ceñía con un toro, con media muleta recogida, con el cáncamo escondido. Decía mucho el torero, pero nada el de Jandilla, también al límite. Muy acertado en todo, incluso en su brevedad. Pero olviden todo lo anteriormente dicho con la espada...
Tres toros lidió Pablo Aguado, si es que lo de Sentencioso, el segundo (titular) pudo considerarse lidia. Un puyazo duró, justito de todo, romo del pitón derecho. Poco mantuvo el brío inicial, que aprovechó Aguado para lancear con el mismo interés: ligerito en sus movimientos, templado en sus ejecuciones. Se levantaba del arranque genuflexo a la verónica, con rotundidad a partir de la tercera, como los oles que despertaba. Tres lances más duró aquello, que fue lo que duró este segundo, que se encogía de sus cuartos traseros. Exhausto, al borde del infarto. Tenía el mismo ánimo para entrar al peto que para regresar al chiquero, con el bueyero a cuerpo limpio. Acercarlo con el capote antes hubiera ahorrado tiempo.
Vid, el segundo bis, tenía el sello de esta casa ganadera: acodado por delante, escurrido por detrás. Cuando se cumplía la primera hora de corrida se iniciaba el segundo tercio de una tarde que prometía ser tan larga como dura. En ese inicio, con gracia en las formas genuflexas, se mostraba la angustia del sobrero, que pedía con urgencia el tiro de mulillas. Acertó el hispalense en abreviar, al que le hubiera bastado con una suerte simulada para acabar con este agónico animal.
Había cadencia en los lances a Talador, el quinto, que venía talado del alma. La media verónica, a pies juntos, fue suprema, envuelta de pasión y lentitud. Con unos torerísimos ayudados por alto iniciaba su faena, que enlaza con un sensacional cambio de mano. Fue casi todo, condicionado por el moribundo animal. Aunque hubo un natural de máxima belleza, arrastrando la franela, con la cintura suelta, con la expresión del que toma un café a las cinco de la tarde. Había mucho compás en todo lo que hacía Aguado, pero no era ni el momento –tras más de dos horas de tedio– ni el lugar –con el eco morantiano aún latente–. Esto, en una plaza de menor responsabilidad, o en un festival, se hubiera saboreado.
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