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Barquerito
Madrid
Viernes, 20 de mayo 2022
Con el público a favor de obra, y un palco dadivoso también, Tomás Rufo, una oreja en cada toro, salió a hombros en la tarde ... de su confirmación de alternativa. Madurez impropia de torero recién llegado -la alternativa, el septiembre pasado-, soltura, recursos, decisión y ambición. Una seguridad sorprendente para superar los baches que sembraron las dos faenas premiadas a dos toros de Garcigrande, sueltos de partida -el de la confirmación escarbó de comezón, el sexto manseó no poco antes de banderillas- pero, según regla de oro, prontos en la muleta.
El que manseó punteó cuando fue obligado y solo en tablas tomó engaño en paz al final de un trasteo de recorrer mucha plaza. El escarbador, el mejor hecho de los seis en juego, se entregó y repitió, sacó correa de bravo cuando no fue del todo gobernado y resistió fijo y entero una de las dos faenas de aliento de una corrida sentida como una fiesta mayor.
Los viernes de San Isidro, ha calculado un experto en estadísticas, vienen siendo hace tiempo los días de la euforia desatada en las Ventas. No todos los viernes. Casi todos. En el cupo de los que sí entró con más o menos razones este último, que arrojó un complejo saldo. Dos orejas -las dos de Rufo-, que pudieron ser dos y hasta tres más si El Juli, recibido con una ovación de gala, hubiera acertado con la espada en su segundo turno y si Talavante no hubiera tumbado al quinto de un perverso bajonazo.
Dos orejas, cuatro avisos -uno para Rufo en el toro de la confirmación, otro para Talavante en el quinto, el más descarado de los seis- y una bronca monumental por negarle a El Juli la oreja del cuarto. Con El Juli en acción aguantó la presidencia dos broncas sonoras: la de la oreja negada y, antes, la bien ganada por no devolver a un segundo de corrida, el de la devolución de trastos, que, apenas picado, ya estaba en mínimos antes de banderillas y acabó perdiendo una y otra vez las manos y de apoyarse al tiempo en ellas. Con la flojera llegaron los derrotes del toro, que apenas se tuvo en pie. El Juli pinchó cuatro veces antes de cobrar una buena estocada. Aunque parezca paradoja, la bronca al palco fue parte de la verbena. Y la salida a hombros de Rufo, todavía más. La presencia de cinco cinqueños en la combativa corrida de Garcigrande, la clave última y primera.
Dos veces se puso en pie la gente durante la corrida: primero, para celebrar como una fiesta de verdad las dos veces seguidas en que El Juli ligó con el cuarto -600 kilos de toro cinqueño- el natural con el de pecho, colofón extraordinaria de una faena de convincente maestría: la ligazón en el sitio, el toreo en semicírculo, el temple real, el dominio de los tiempos, la inteligencia en la elección de terrenos y distancias. Y segundo, todo el mundo en pie para subrayar el talento singular de Fernando Sánchez para clavar arriba el sexto dos monumentales pares de banderillas con firma propia.
Cuando Talavante abrió con el quinto faena con dos tandas de rodillas, una por alto y otra por bajo, también se sintió el temblor de sus tardes grandes en Madrid. La faena grande de El Juli fue pura disciplina y orden, más abundante por la mano derecha, pero puesta en las nubes cuando se puso por la que fue siempre su mano mejor. La de Talavante, de pompa exagerada y abundante en desplantes y pases mirando al tendido, cargada de guiños a sus incondicionales, toda en un solo terreno, pecó por defecto. O por falta de claridad de ideas. O por abuso del toreo de abajo arriba y no al revés. Talavante estaba obligado después de haber sacado bandera blanca con un tercero de torrencial embestida que lo superó.
Ganadería: Seis toros de Garcigrande (Justo Hernández).
Toreros: El Juli, silencio y vuelta tras dos avisos. Alejandro Talavante, pitos y ovación tras un aviso. Tomás Rufo, que confirmó la alternativa, oreja tras un aviso y oreja.
Plaza: Las Ventas. 13ª de feria. 22.964 almas. No hay Billetes. Dos horas y veinte minutos de función. Gran bronca al presidente por denegar a El Juli la oreja del cuarto.
Ni el poder de El Juli ni la desmesura de Talavante, sino en otro aire, muy propio, Rufo armó en el toro de la confirmación una seria faena de tandas abundantes -de hasta cinco ligados- bien logradas con la diestra, menos rematadas y hasta rácanas -solo una- con la izquierda. Público incondicional entonces y, a pesar de su manifiesta madurez, el encanto propio de los toreros nuevos. Con el sexto, que lo desarmó en el recibo, se empeñó Rufo con la tenacidad que distingue a los toreros largos: excelente el inicio de faena con toreo genuflexo -clave en el remate de una faena que no acabó de romper- y perseverante a pesar de los pesares, que fueron enganchones, perder pasos en un intento en vano de toreo al natural. Fue la ambición la que llevó al torero toledano a rozar el triunfo: rajado el toro, se fue por él a buscarle la oreja que necesitaba. Y arriesgó todo con una estocada arriba a toro humillado.
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