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Barquerito
Domingo, 5 de junio 2022, 23:14
El segundo toro de la corrida de Victorino Martín se vino al paso al cite de Sergio Serrano de rodillas en el tercio -la falsa ... portagayola-, lo arrolló antes de dejarle volar el capote, lo tuvo entre las astas en el suelo, se enceló con su prensa y la pisoteó. Al quite acudieron las cuadrillas -no menos de media docena de gentes- y el toro, disperso el blanco, no hizo al cabo por nadie, salvo por el propio Sergio, que, compuesto de inmediato, se fue por el toro y lo dejó fijado en los medios después de unos cuantos lances de brega tan emotivos que cada uno de ellos fue subrayado con olés corales como si fueran clásicos lances de arte.
Parecía que después de la cogida y el cerco a que fue sometido, el toro saldría escamado y avisado, y fue todo lo contrario: tomó capa humillando codicioso y repitiendo las embestidas. Ese iba a ser su signo en la muleta. En varas tardeó tanto que hubo que sacar el caballo hasta la segunda raya y rebasarla para poder cobrarse el primer puyazo. No solo no quería caballo el toro, sino que llegó a oliscar su propia sangre en la arena, que los clásicos tienen por muestra de mansedumbre. Apalancado en banderillas, esperó y en el par que cerraba tercio prendió por la espalda a Fernando Casanova y le rasgó la taleguilla desde la cintura al medio muslo.
No es que estuviera por verse el toro, pero costaba pensar que fuera a emplearse con insuperable calidad por las dos manos. Llegó a planear y a hacerlo con ritmo tan regular que, si fueron treinta las embestidas, y treinta los muletazos, todas ellas parecieron al calco. La codicia y la prontitud vinieron acompañadas de dos virtudes obligadas en los grandes toros: la nobleza y la fijeza.
Con el toro se entregó sin desmayo Serrano en una faena ni corta ni larga: siete tandas, cuatro por una mano, tres por la otra, todas ellas de cuatro muletazos cosidos más que ligados, ganando o perdiendo pasitos, enganchando siempre por delante y librando las embestidas sin un solo enganchón y, como piden los cánones, por debajo de las palas. La faena, cumplida con voces sonoras de reclamo del propio Sergio y entera en un solo terreno, se vivió como una auténtica fiesta. Por las embestidas rimadas y por la continuidad del trasteo, sin cortes ni pausas, muy serio. Antes de la igualada, tres ayudados por bajo algo forzados y un desplante, Y después de la igualada, un final desdichado: tres pinchazos sin pasar, una estocada defectuosa, un aviso y cuatro descabellos. La ovación para el toro en el arrastre fue sonada. A Sergio lo sacaron a saludar hasta la segunda raya con parecida pasión.
Se hicieron inevitables las comparaciones con el resto de la corrida de Victorino. Con el jugado por delante, un primero escupido del caballo que persiguió en banderillas, no tuvo en la muleta recorrido y pareció enterarse, cortó por lo sano Antonio Ferrera, recién llegado de un largo viaje desde Vic Fezensac, la más septentrional de las ciudades taurinas francesas, cortó por lo sano.
Tercero y cuarto, toros encastados, tuvieron mucho que torear. El uno, fiero de salida y bravo en el caballo, por tardo y algo revoltoso. Estuvo a punto de dominarlo un Román tan firme como decidido. Pero no llegó a ese tercer muletazo ligado que cambia siempre el signo de un toro. Los dos primeros de tandas, ligados con pureza, sí. El cuarto, ligeramente cornipaso, romaneó en varas, llegó a montar en el estribo el caballo de pica. Muy sangrado, puso en jaque a un lidiador tan competente como José Chacón, fue toro mutante, especie tan propia de la ganadería. Parado por momentos, capaz de recular y de atacar, de revolverse y también darse, se hizo sentir como una amenaza. En rayas de sol se enfadó Ferrera, que se puso y expuso, midió al toro con la suficiencia de torero de vuelta de batallas peliagudas. Fue faena de dominio y recursos, con una joya rara -ligar un molinete con el de pecho- previa una última tanda cobrada sin ayuda y casi al desmayo. Buen trabajo. Y una estocada desprendida.
El quinto, vuelto de cuerna, muy ofensivo, fue la cara opuesta del segundo. Serrano se fue a recibirlo al mismo punto donde la cogida primera, y ahora no pasó. A la inercia desatada el toro después de la larga respondió el torero de Albacete con lances brillantes. Pegajoso y frenado, el toro no pasó apenas en la muleta. La estocada en los bajos fue un borrón. El último toro de la feria, el número ciento cincuenta de los vistos en puntas desde el 9 de mayo, dos garfios temibles, mirón y claudicante, se indisponía si Román lo libraba por alto y se revolvía renegado si lo invitaba por bajo. Con mucha calma.
Plaza Las Ventas. 29ª y última de feria. Corrida de la Prensa, fuera de abono. Primaveral. 19.648 almas. Dos horas y veinte minutos de función.
Toreros Antonio Ferrera, silencio y aplausos tras un aviso. Sergio Serrano, saludos tras un aviso y silencio. Román, silencio tras aviso y silencio.
- Fernando Sánchez, aclamado en banderillas, saludó en los toros primero y cuarto.
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