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Pablo Martínez Zarracina
Viernes, 8 de marzo 2024, 23:31
Un profesor viudo y a punto de jubilarse, «célebre autor de nueve libros y numerosas obras breves sobre cuestiones filosóficas, estéticas y políticas», protagoniza la ... última novela de Paul Auster. El nombre del intelectual es imponente, Seymour Tecumseh Baumgartner, y su entrada en escena física y cómica: el viejo profesor se quema con un cazo, rueda por unas escaleras y se hace amigo de un inspector de la luz parlanchín que sobrelleva un apellido incluso peor que el suyo: Papadopoulos. La mezcla de acción y pensamiento desencadena con engañosa facilidad el torrente de información. Baumgartner es un estoico devastado por la muerte de su mujer, Anna, traductora y poeta, a quien añora hasta el punto de hacer sonar su máquina de escribir para recuperar el sonido de su mente en marcha, pero también un galán expuesto al ridículo, un pensador brillante y un 'alter ego' que escribe sobre los seudónimos y el síndrome del miembro fantasma. El lector no tarda en reconocer que pisa territorio Auster. Ahí está la «curiosa madeja de circunstancias» definiendo una existencia, el peligro acechando tras la rutina o la aparición de textos ajenos, esta vez los de Anna, que toma cuerpo y deslumbra a través de los manuscritos que el protagonista revisa.
A lo largo de un año, retrocediendo en el tiempo y jugando con el presente, alternando la voz introspectiva y el gran angular de la omnisciencia irónica («nuestro héroe…»), Auster describe la vida de un intelectual que se adentra en la vejez y afronta una sucesión de duelos. Lo hace buscando formas de pervivencia en la edición de la poesía de su mujer, en la relación sentimental con una colega o en la reconstrucción de la vida de sus padres. Bajo una apariencia ligera y uniforme, la novela presenta una llamativa variedad de tonos: salta de la comedia a la ensoñación, de la elegía a la crónica, de la memoria al simbolismo. La apuesta es excesiva y el texto tiene picos deslumbrantes –todo lo referente a la historia del protagonista y Anna– y caídas extrañísimas, como el recuerdo de un viaje académico a Ucrania en el que Baumgartner aprovecha para visitar el pueblo natal de su abuelo, un judío centroeuropeo apellidado precisamente Auster. Que los aciertos sean más frecuentes en la primera parte del libro dota al texto de cierta energía descendente. Que al mismo tiempo haya en él una mezcla de sencillez y dominio que cambia el alarde por la hondura transforma 'Baumgartner' en una novela llena de encanto y en un valioso ejercicio de autoría. De algún modo, veinte novelas después, Paul Auster ofrece en doscientas páginas una destilación emocionante y final de su mundo narrativo.
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