Iñaki Ezkerra
Viernes, 24 de mayo 2024, 22:55
Sobre el poder moralmente transformador de la música, el escritor francés Pascal Quignard publicó en 1991 una hermosa 'nouvelle' titulada 'Todas las mañanas del mundo', ... que Alain Corneau llevó al cine con una magnífica banda sonora de Jordi Savall y en la que un maestro de la composición barroca rechazaba las pompas del Versalles del Rey Sol por entregarse a una suerte de mística de la viola de gamba. Ese mismo tema, el de la búsqueda, a través de la música, de una perfección no ya solo estética sino también ética de la condición humana, fue el que también abordó el propio Mario Vargas Llosa en 'Le dedico mi silencio', la novela con la que dio por concluida en 2023 su trayectoria narrativa y en la que un modesto experto en la música popular peruana concebía el utópico sueño de un país hermanado por los valsecitos del folclore nacional. En esa particular y guadiánica corriente literaria hay que ubicar la última entrega del novelista zaragozano Antonio Iturbe.
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Con un título que coincide deliberadamente con el de la célebre película de Ingmar Bergman, 'Música en la oscuridad' es una obra que parte de unos hechos y unos personajes reales. Mariano, el protagonista de la historia, sastre de profesión y clarinetista, llega con Joaquina, su esposa, en el invierno de 1930 al barrio rural de Casetas para hacerse cargo de una precaria banda municipal compuesta de hombres toscos del campo que carecen no ya de una formación musical, sino de una preparación cultural básica. Este es el planteamiento inicial del libro. El personaje está inspirado en un verdadero maestro de ese mismo instrumento que perteneció a la banda de música de Zaragoza y que nació en Mallén en 1905. En el fichero que cierra el volumen a modo de epílogo, se nos confirman sus datos. Mariano Lozano Sesma llegó a convertirse en un hombre querido en Casetas hasta el punto de que, en enero de 1936, fue nombrado alcalde de esa localidad. Seis meses después, el 1 de agosto, un grupo de falangistas se presentó en su casa para trasladarlo a la cárcel de Torrero, donde fue fusilado el 27 de septiembre de aquel mismo año sin que a la familia se le llegara a informar siquiera del paradero de sus restos mortales.
El delito de este personaje, del que se nos da cuenta desde una omnisciente tercera persona narrativa, fue simplemente el de participar de esa fe en la cultura y en la educación como instrumentos fundamentales para la modernización del país que constituyó lo mejor del legado republicano. Es con esa misma fe con la que ese hombre consigue el milagro de educar los oídos de esos campesinos e inculcar en ellos un sentido del arte como forma de redención personal y colectiva. Antonio Iturbe repite así, en este texto, el esquema que ya desarrolló en 'La bibliotecaria de Auschwitz', la novela que publicó en 2012 y en la que los libros jugaban un idéntico papel salvífico entre los prisioneros del campo de concentración. Iturbe muestra un don especial para urdir esas tramas edificantes en una narrativa del dolor y la sordidez obedeciendo a una poética que podríamos definir como la de 'la flor que surge del fango'. En aquella ocasión era la lectura en un medio de humillación y de muerte. En 'Música en la oscuridad', ese barro en el que ha de florecer la insólita belleza es el de la miseria y la ignorancia del campo español en los años inmediatamente previos a la Guerra Civil.
Sin embargo, el milagro del arte, ese proceso por el cual 'la música nos hace mejores', no se produce en estas páginas sin obstáculos ni contratiempos, sino que estos conforman una buena parte del cuerpo del libro. Ese arte tiene incluso sus declarados enemigos, encarnados de un modo especialmente gráfico en el personaje de Hilaria, la curandera, un ser temido al que llaman 'la bruja' y que protagoniza, junto al siniestro perro lobo que la acompaña, más de una escena de violencia y de una tensión no exentas de negros tintes que hacen saltar de pronto el texto del costumbrismo ambiental a unos registros casi expresionistas y propios de la España más solanesca.
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Iturbe maneja a lo largo de cuatrocientas páginas una amplia galería de personajes; unos turbios y otros luminosos. Entre estos últimos, brilla con una luz intensa Jerónimo, el abuelo del propio autor, que fue uno de los alumnos de Mariano en esa pintoresca banda de música y que llegó a dominar el saxofón con sus «manos ásperas de agricultor». Con él precisamente, y a manera de homenaje, abre la novela en una escena emotiva y melancólica ubicada en la Barcelona de 1977.
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