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Lucio Poves
Viernes, 4 de abril 2025, 23:02
El profesor titular del área de análisis geográfico regional de la UEx Juan Ignacio Rengifo, acaba de ver publicada su primera novela titulada 'El espíritu ... de los quelcinos'. Rengifo es un escritor muy artesano y gran conocedor de las zonas rurales de Extremadura, a cuyo estudio ha dedicado buena parte de su vida, y que ha plasmado en numerosos artículos, otras publicaciones y revistas científicas o de otro tipo. A ello une su pasión por la caza. Ambos conceptos, realidad geográfica y caza, se entrelazan en esta singular novela que no va a dejar indiferente a nadie. Antagonismos tan clásicos como el bien y el mal toman una fuerza arrolladora en el relato al que no le falta imaginación y buen pulso narrativo. Un relato que toma personajes de principios de los años 70 pero ajustables a nuestros días.
En esta deliciosa novela el autor plantea cómo en un pueblo imaginario, Belmucón enclavado en la también imaginaría comarca de los Quelcinos, la vida es 'bella poesía' gracias a un singular código de entendimiento; un lugar en el que se vivía la utopía de la plena bondad en ausencia del polo opuesto, la maldad. Con su plaza del Perfume, el liceo de la Armonía…
Los vecinos de este pueblo vivían así, en perfecta armonía, desde hacía muchos siglos gracias a los tratados de una vecina del pueblo que vivió allí en la Baja Edad Media y principios del Renacimiento, Nuriócrates, pensadora y eremita de la que trascendieron dos obras: una que pormenorizaba los nombres toponímicos de la comarca y otra, su obra cumbre, sobre el entendimiento y la felicidad y que se practicaba de generación en generación por parte de los belmuconeros, habitantes del pueblo, que estaban influenciados, para regirse con sus conceptos, por el espíritu que emanaba del monte, sagrado para ellos, que conformaba la comarca. Hasta la Iglesia Católica los admitía ya que señalaba que ese espíritu de los Quelcinos provenía de Dios. Y todos tan a gusto.
Autor Juan Ignacio Rengfo Gallego
Editorial Editora Regional de Extremadura
Páginas 214
Precio 12 euros
El pueblo estaba rodeado de un monte apretado de quelcinos, singular árbol, parecido a una encina. El especial espíritu que soplaba desde ese bosque sagrado hasta el pueblo se metía dentro de los allí nacidos permitiendo que, por espacio de muchos siglos, los vecinos de Belmucón vivieran felices –«el único propósito del hombre en la tierra es alcanzar la felicidad a través del entendimiento»– hasta que, en los albores de los años 70, esa sociedad cerrada de individuos, distintos a los demás, quiso evolucionar y hacerse como el resto. Antepuso la armonía por el sectarismo. Una corriente modernista, empezó a sembrar la semilla de la discordia entre quienes apostaban por unas nuevas reglas de comportamiento y la ruptura con el código de conductas enseñado de padres a hijos durante siglos.
El enfrentamiento entre las dos facciones en que se ve roto el pueblo termina trágicamente y el autor toma como base de la trama la disolución de una vieja entidad, la Hermandad de Monteros de Belmucón, que gestionaba desde tiempos inmemoriales una manera de cazar ética y sostenida en toda la comarca.
Ignacio Rengifo se ayuda de sus vastos conocimientos en geografía y su gran experiencia como cazador, para describir de una manera atractiva, minuciosa y con cierto bucolismo cada uno de los accidentes geográficos de la comarca de los Quelcinos. Un árbol del mismo nombre, el quelcino, (Quercus fasianus), que no era conocido en ningún otro lugar del imaginario reino de Hesperia; con tronco parecido a una encina y enramado semejante al alcornoque, de hojas perennes, verdes por un lado y rojas por el otro, que daban bellotas de tres cabezas, las trillotas. Los quelcinos, que daban nombre a una amplia comarca lindera con la de los Rasos.
A través de una apasionante trama, se puede imaginar –aunque no se diga explícitamente– un pueblo serrano extremeño con sus ríos y riachuelos, los espesos montes en la sierra dominada por las cuerdas y el sopié. Los valles – cinco en forma de mano abierta– que el autor apuntala con nombres que brotan de su inagotable imaginario: cuerdas de Peñas Blancas y sus torres encumbradas, las Cabras, Estrecha, Temeraria… El río Negro, los arroyos los Molinos, del Hortelano, rivera de los Alisos o el regato de los Manantiales… y las cumbres de los fragosos montes: Pico Quejigal, Montealto… Lugares emblemáticos, sendas empedradas… y hasta fantasmas.
El lector queda empapado del espíritu de los Quelcinos y de los recovecos de sus cumbres y valles, de la riqueza vegetal que lo inunda y de su fauna autóctona –ciervos, jabalíes, conejos, la perdiz jareña…– y hasta un animal misterioso, el 'minzo' que será clave en el desenlace de la obra.
Rengifo es capaz de tejer un ambiente muy de pueblo, donde la mayor parte de los nombres de quienes lo forjan son inventados: desde el protagonista Liulmerio a su antagonista Minervino y otros secundarios como Suave, Raposo, Ulpiano, Sinforoso, Honticiano, Eufrasio, Simplicio y Onesíforo.
Esta riqueza en la utilización de nombres llama la atención y el agregado de tramas secundarias –como la muerte de Tristán por culpa de un rayo, el asesinato de tres jóvenes a manos de Nicomedes, la historia del cochino Canoso o la de Simplicio y su secreto con las mujeres– atraen al lector que al final encuentra conexiones con la realidad de ahora y la de pueblos que mantuvieron sus reglas hasta que estas saltaron por los aires con la llegada de los tiempos modernos y la falta de entendimiento que marcaron sus destinos. Tal como la realidad misma, decenas de años después de la trama de esta novela.
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