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Viernes, 21 de junio 2024, 23:35
Antonio María Concha y Cano (Plasencia, 1803-Navalmoral de la Mata, 1882) fue una figura singular del siglo XIX extremeño. Aunque su nombre ha pervivido ... gracias a la fundación que erigiese en la ciudad morala, afortunadamente aún activa, estaba demandándose la oportuna biografía para complementar los apuntes de historiadores locales como D. Quijada González y A. Sánchez Marcos. Aunque no se pueda decir definitiva, y pese a sus innegables limitaciones, la obra de J. A. Ramos Rubio, José Luis Pérez Mena y Carlos Zamora López, más atenta a los aspectos contextuales que a los estrictamente biográficos, supone una atractiva aproximación al personaje.
A los tres autores cabría demandar más fuentes documentales y menos dependencia de otras tan inseguras como el 'Diccionario histórico biográfico, crítico y bibliográfico de autores, artistas y extremeños ilustres' (1884), de Nicolás Díaz y Pérez, que, por su falta de rigor, ponía de los nervios a Antonio Rodríguez-Moñino.
Queda bien constatado que Antonio Concha fue desde la juventud hombre de mentalidad avanzada, aunque no se detallen sus posiciones ideológicas. Estudiante en el seminario de Plasencia, lo abandona a los 17 años para integrarse en la Milicia Nacional, un cuerpo de ciudadanos junto a los que defiende la Constitución de 1812. Participa en acciones bélicas, aquí apenas esbozadas, lo que le comportará en juicio la condena a muerte, eludida con exilio a Inglaterra. Permanece allí hasta que el indulto de Fernando VII le permite regresar (1828) y afincarse en Cáceres. Una carta dirigida (1864) a los amigos liberales encargados de trasladar los restos de Muñoz Torrero y que aquí se reproduce –esta vez más correctamente que otros documentos–, deja traslucir la fidelidad del placentino: «Los emigrados fuimos perseguidos a muerte y conducidos a las horrorosas prisiones de Lisboa y de los Castillos y Pontones. Allí sucumbieron algunos de nuestros infortunados compañeros. Y en una de aquellas horrorosas mazmorras, después de mil tormentos y martirios, acabaron aquellos tigres con la existencia de nuestro compatriota el señor Muñoz Torrero…» (página 30). Por lo demás, nada se dice de sus labores durante aquel lustro fuera de España.
En Cáceres convive con Alonso Cid, amigo íntimo, tal vez amante. Trabaja en la Audiencia y como procurador de los tribunales, sin desatender sus obligaciones como dueño de la imprenta Concha y de importantes empresas mineras. Fue diputado en las Cortes Constituyentes de 1837 y el primer alcalde republicano de la ciudad (abril-agosto 1873).
Se añade que Antonio María Concha y Cano perteneció a una logia, si bien no se documenta. Según me comunica Alberto Hidalgo Piñero, Concha y Cano no aparece en el cuadro de la logia 'Ambracia' de Plasencia. He mirado en todas las logias que había en Extremadura y en ninguna aparece». Si no lo fue profeso, habría encarnado a la perfección el prototipo de «masón sin mandil».
Algo similar ocurre con sus simpatías hacia la Institución Libre de Enseñanza y el «racionalismo armónico». Desde luego, tuvo amistad grande con el prolíficio catedrático extremeño Urbano González Serrano (Navalmoral de la Mata, 1848-Madrid, 1904), insigne difusor del krausopositivismo. Hubiese resultado útil una mayor profundización en este punto. Sí se hace sobre la citada Fundación Concha, que sin duda trae a la memoria el recuerdo de la ILE.
Soltero y sin hijos, Concha se afinca en Navalmoral (1874) para mejor atender el rico patrimonio que fuera labrándose merced, sobre todo, a hábiles gestiones con las fincas desamortizadas.
Se reproduce literalmente el amplio testamento del prócer, donde «declara que profesa la religión católica, en cuya verdadera fe y creencia ha vivido y querido vivir y morir, y por tanto ordena y manda que luego que fallezca se dé a su cadáver sepultura eclesiástica en el cementerio católico del pueblo en que se verifique su fallecimiento» (página 67). Dicha actitud no era lo habitual entre los seguidores de Krause (si se exceptúan a algunos como el también extremeño de la época Tomás Romero de Castilla, enterrado en el cementerio católico de Badajoz por voluntad propia).
José Antonio Ramos Rubio, José Luis Pérez Mena y Carlos Zamora López. Editorial: TAUeditores. Cáceres, 2024. 234 páginas
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