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Enrique García Fuentes
Sábado, 24 de febrero 2024, 10:55
Mientras le doy vueltas a la confección de estas líneas se me viene a la cabeza la cantidad de veces que he adquirido un disco, ... ya en vinilo, ya en formato CD, por la buena vibración que me transmitía su portada. Puedo relacionarlo porque, aunque este libro me lo regalaron hace poco, si lo hubiera visto en alguna librería me hubiese sentido casi obligadamente impelido a acercarme a él tal es de subyugante su envoltorio: esa onírica nube que no sabemos si entra o sale de tan luminosa y atractiva habitación. Lo mejor de todo es que cuando penetramos en él y vamos desfilando por sus, si no desconcertantes o inquietantes, por lo menos sí extrañas páginas, enseguida percibimos que estamos ante algo que no solemos encontrar en nuestras lecturas habituales. Instigados u obligados como estamos muchas veces por el «mainstream» editorial solemos conducir nuestras preferencias, cuando se salen de lo hispánico, hacia las literaturas occidentales y nos olvidamos de la enorme y sugerente cantidad y calidad de la literatura que viene de oriente; y no me refiero ahora, por supuesto, a Japón sino al oriente de nuestro continente europeo, que, salvo casos muy excepcionales y ya integrados, creo que está todavía por explorar. Por eso hoy, aunque sea con un poco de retraso, acerco este título extraño firmado por el tal vez aún poco conocido escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yambol 1968), reciente ganador del prestigioso premio Brooker, magníficamente traducido al castellano y presentado en la elegante edición a la que me he referido. La editorial que lo trae, Fulgencio Pimentel, ya ha publicado algunas de sus obras anteriores, pero este es mi primer acercamiento a una obra, como he dicho en una primera instancia, atractiva de leer y muy difícil de etiquetar.
Entrando en materia sobre 'Las tempestálidas' (término inexistente en castellano; la traducción al inglés, «time shelters», algo así como «refugios del tiempo» podría acercársele) aborda, de manera muy particular, uno de los más decisivos asuntos socio-políticos del momento, como es la relación con el pasado, fundamentalmente el olvido del mismo o su magnificación –sobre todo del reciente– y el agujero que se ha abierto por el cual ha penetrado casi hasta el fondo el incontrovertible auge de las extremas derechas y de los nacionalismos. Tal vez ese «Alzheimer colectivo» (como el mismo autor lo ha denominado) no ha hecho sino alimentarlos. Es, precisamente la creación de una especie de sanatorio para la cura de esta enfermedad el escenario de donde luego el transcurso de la novela derivará hacia cuestiones indudablemente mucho más transcendentes. Mezclando elementos de lo que podría considerarse autoficción con una trama decididamente novelesca, el propio narrador (GG) comparte protagonismo con el extraño Gaustín, del que nunca llegamos a saber si se trata de un ente propio o una proyección del propio narrador (y en algunos casos hasta viceversa, tal es el complicado juego que se nos propone); psiquiatra de profesión e interesado por la cura (o, en su defecto, la mejora) del alzheimer. El tal funda una clínica en Zúrich donde propone recrear la estética de tiempos anteriores y hacer viajar a los pacientes a un pasado que pudieran reconocer o donde, al menos, sentirse mejor. La fórmula parece tener éxito y se va –como se dice ahora– implementando con otros centros que desarrollan la misma terapia hasta que el asunto empieza a irse un poco de las manos desde el momento en que empiezan a admitirse pacientes no aquejados por la enfermedad y la clínica se convierte en un refugio para aquellos que ya no viven a gusto con el tiempo histórico que les ha tocado. Poco a poco las habitaciones se convierten en barrios enteros, luego en ciudades, luego en países y se inicia una entretenida y muy divertida panorámica de cómo cada nación elige su propia época dorada a la que volver.
Lo que ocurre (y sutilmente se nos advierte) es que cuando revisamos nuestro pasado caemos casi irremisiblemente en la nostalgia y tendemos a ponderarlo muy por encima de lo que realmente fue. De ahí a repetir los errores de antaño el sendero es muy corto. Desgraciadamente nada es tan turbadoramente cierto como la constancia de vivir en unos tiempos –de nuevo, ¡ojo!– especialmente agitados. El futuro que parece acercarse cada vez más tampoco se antoja lo que se dice halagüeño, por lo que la tentación de volver a ese «cualquiera tiempo pasado» que, según Jorge Manrique «fue mejor», es incuestionable, pero, insisto, ¡alerta!: en el paquete (sin salir del siglo XX) vienen también dos guerras mundiales, el totalitarismo soviético o y otras cosas más que para qué contar. Lo que Gospodínov no hace, como cabe esperar, es ofrecer soluciones a tamaña diatriba, la literatura no está para eso. Pero a ratos bien que se compensa con momentos álgidos donde un sutil humorismo aflora (aunque a veces podemos llegar casi a la carcajada) dispersados durante la trama: esa magnífica narración de sendos mítines llevados a cabo en Sofía (Gospodínov no puede evitar arrimar el ascua a su sardina) en la que las dos facciones dominantes (la vuelta del comunismo por un lado, el más rancio nacionalismo populista por el otro) pujan por conseguir el poder o el magnífico viaje que emprende por diversos países de la Unión Europea relatando la época a la que cada nación eligió volver en el delirante referéndum que se lleva a cabo al efecto. Si, como se asevera en un momento de la novela, una nación no es otra cosa que un conjunto de gentes que han pactado olvidar y recordar las mismas cosas, la pregunta sale sola, ¿es conveniente agitar el avispero?, ¿lo que en momento tuvo un determinado alcance nos servirá de igual modo en la actualidad?, ¿es la huida hacia atrás una afirmación de ese tiempo o solo la constatación de nuestra incapacidad a la hora de afrontar el que nos toca? Lean y juzguen.
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