
La bendición de contar
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Reig lleva años demostrando su pericia a la hora de tocar los géneros más variados y se acerca ahora a la novela detectivesca, pero enseguida veremos que lo hace en clave de clara parodiaEnrique García Fuentes
Sábado, 14 de diciembre 2024, 12:39
Me encontré el otro día con mi amiga Ana y me preguntó directamente qué estaba leyendo yo en ese momento; sin tiempo a contestarle me ... dijo que estaba literalmente harta de leer historias en las que alguien se limitaba a contar su vida, o algún avatar de ella siempre especialmente difícil y hasta tenebroso, y se cuestionaba si ya nadie sabía imaginar una aventura, una trama que no se limitara a poner por escrito una vivencia real. Le contesté que ya hacía años que el simpar Javier Marías se había quejado de esta epidemia de autoficción que llevamos ya tiempo soportando, pero que, en fin, parece ser, si no una moda, el signo imparable de estos tiempos. Por consolarla le remití a esta estupenda novela (o, por lo menos, lo que siempre hemos entendido como tal) de su paisano el asturiano Rafael Reig, un autor al que el siempre atinado Juanra Santos definió sucintamente como «alguien que nunca falla». Espero que Ana me hiciera caso, porque estoy seguro de que, por lo menos, se lo iba a pasar tan bien como lo he hecho yo con esta entretenidísima ficción (por más que haya referencias a personajes y hechos históricos, como se ha hecho siempre en la novela) que es 'Cualquier cosa pequeña'.
La acción sucede en Dragonera, una isla que se llama igual que la que hay en Baleares, pero aquí terminan las coincidencias. La nuestra está en el océano Atlántico, cerca de Portugal; fue, en tiempos, colonia británica, pero ahora es una nación independiente cuya capital es Atlantic Town (hay un par de medianas ciudades más). Por su lugar estratégico –y su condición de «país no alineado» en los tiempos de la guerra fría– se convierte en nido de espías y tanto rusos, como americanos como, por supuesto, ingleses pergeñan allí sus habituales rifirrafes. Con todo, la isla vive de los ingresos que le proporciona ser un auténtico paraíso fiscal. A la mencionada capital –cuyas calles, plazas o parques tienen nombre de escritores– nos trasladamos en el año 1979 y conectamos con un grupo de cuatro personas que trabajan en un Centro de Documentación británico (al que llaman 'Casa Desolada' –como la novela de Dickens–) donde han terminado por algún desatino cometido, realizando labores de poca transcendencia. Al lector aficionado lw sonará de inmediato la coincidencia con 'La Ciénaga', sede de las estupendas novelas de Mick Herron protagonizadas por Jackson Lamb y sus «caballos lentos». Bueno, pues a esta tropa les cae el 'gordo' cuando uno de los aburridos detectives detecta, por casualidad, la presencia de un mismo nombre entre los interrogados por la policía tras la comisión de tres distintos asesinatos, en Berna, Madrid y la propia Atlantic Town. Enseguida descubrimos que tras ellos anda la eficacia profesional de un tal Peter Doyle, un asesino a sueldo que también va refiriendo (o al menos eso parece en principio) lances de sus propias peripecias. Que confluyan uno y otros será cuestión de tiempo.
Está claro que Reig, que lleva años demostrando su pericia a la hora de tocar los géneros más variados, se acerca ahora a la novela detectivesca, pero enseguida veremos que lo hace en clave de clara parodia (sí; no creo que se enfade si lee esto porque alguien mencione aquí a Eduardo Mendoza: idéntica gracia y similar sabiduría narrativa derrochan ambos). Tanto uno como otro se saben de memoria los tópicos del género, pero también Reig obtiene como resultado una novela radicalmente personal y, sobre todo, como vengo repitiendo, tremendamente entretenida. A ello contribuye el manejo sabio (a veces muy divertido) de esos tópicos de siempre: detectives desengañados, litros de whisky, pormenores gastronómicos (aquí Vázquez Montalbán) pero completamente inventados, encuentros eróticos, en fin, lo de siempre. Pero, eso sí, con un manejo literario –no meramente estilístico– marca de la casa. Comenzando por el latido, en el fondo optimista, que subyace en la trama: el deseo (tan cervantino) de vivir, vivir por encima de todo y disfrutar hasta donde se pueda.
Lengua y literatura, como suele ocurrir en Reig, soportan el andamiaje del texto: una inusual riqueza léxica y una sintaxis que ya, acaso por incapacidad, no se estila se alían con estupendas soluciones narrativas, como el desvelamiento a la mitad de la trama de quien realmente cuenta la acción o un elenco de personajes con los que en seguida conectamos, porque, tras su anodina apariencia, esconden una muy atrayente manera de ser y comportarse que los humaniza para bien o para mal: la eficaz Tante Juani, la emotiva: Amber Navel, el inestable Tom Tyllet o, sobre todos, el jefe, Ginés de Loyola. Hasta el mencionado asesino muestra también un inmejorable atractivo. Pongamos como guinda las constantes (explícitas o entreveradas) alusiones literarias de todo tipo, que el lector acostumbrado sonríe al reconocer y dejémonos mecer por la corriente fundamental que guía esta entretenida novela y que no es otra que el mero placer de contar, de meter digresiones sobre multitud de cosas pero sin nunca perder el hilo y constatando, al final, la melancolía leve de asumir que tras casi todos los actos anida el factor humano (hola, Graham Greene), con lo que «cualquier cosa pequeña» puede echar por la borda nuestras mejores intenciones. No te la pierdas, Ana.
Rafael Reig. Editorial: Tusquets. Barcelona. 2024. 336 páginas. 20,50 euros.
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