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Pablo Martínez Zarracina
Viernes, 20 de diciembre 2024, 23:09
La trilogía de Harlem de Colson Whitehead llega a su segunda entrega, y a la crónica de los años setenta en Nueva York, con su ... protagonista, Ray Carney –hombre de familia, propietario de una tienda de muebles en el barrio y perista experto en tejemanejes– retirado de los negocios turbios, del 'chanchullo' al que alude el manifiesto del título original. Eso no impide que Carney se vea pronto envuelto en una espiral de violencia que involucra a un policía corrupto, a los dos principales gánsteres del barrio y a diferentes facciones de los Panteras Negras. ¿El motivo? Conseguirle a su hija May entradas para un concierto del grupo de moda: los Jackson Five.
La crónica de ese regreso del perista al lado peligroso –un relato lleno de acción que adquiere su reflejo simbólico en el 'ringolevio', la versión neoyorquina del juego infantil de polis y ladrones– es la primera de las tres historias que componen el libro. Como sucedía en 'El ritmo de Harlem', se trata de relatos independientes que transcurren en diferentes momentos de la década, pero en los que la coincidencia de personajes, espacios y sucesos contribuye a uno de los grandes logros de Whitehead: la puesta en pie de una Nueva York efervescente y peligrosa para la que la corrupción no es tanto una maldición como una materia prima.
En esta ocasión, son los incendios intencionados de edificios los que funcionan como trasfondo e hilo conductor. En la segunda historia, el protagonismo pasa a Pepper, el peligroso matón al que conocimos en la anterior entrega de la serie, y se aborda el rodaje de una película del género 'blaxploitation'. El texto tiene un personaje magnífico –Zippo, un artista pirómano con el aspecto de «un Dalí negro»–, pero el cambio de protagonista resulta inexplicable y se hace evidente cierta dispersión anecdótica que de algún modo lastra todo el volumen. Hay algo en 'Manifiesto criminal' de fórmula magistral que esta vez no sale del todo bien.
La última historia se centra en el mundo de la política y rebosa cinismo. Funciona por momentos, pero la mirada del narrador vuelve a pegarse a la de Ray Carney y eso lo eleva todo a un nivel superior. El vendedor de muebles de la calle 125 es un gran personaje. Si la originalidad de esta trilogía consiste en poner la escritura de uno de los grandes narradores del momento al servicio del género policiaco más trepidante y popular, casi de la novela de quiosco, la originalidad de su protagonista es combinar de un modo creíble y dickensiano la ejemplaridad con el delito. Al comienzo de este libro, Carney se pregunta para qué sirve estar al frente de «una empresa criminal en auge complicada por reiterados brotes de violencia» si no es para hacer feliz a tu familia.
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