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Martín Carrasco
Madrid
Sábado, 6 de enero 2024, 09:29
Finaliza el Año Picasso y continúan sorprendiéndonos las múltiples facetas de un artista inagotable, véase en el Reina Sofía la excelente muestra 'Pablo Picasso, 1906. ... La gran transformación', comisariada por Eugenio Carmona, uno de sus grandes especialistas.
Todo aquí es apabullante... Ya sea por la selección de las obras –solo por contemplar el 'Retrato de Gertrude Stein' (1906), del MoMA de Nueva York merece la visita–, o por la tesis que defiende: el cambio en la estética del artista malagueño, dirigida hacia el cubismo, en el entorno de 1906.
Máscara africana. Ese año, en el Louvre, fueron expuestos los relieves ibéricos de Osuna, y también se sabe que Picasso quedó fascinado por una máscara africana Fang –en la muestra hay una expuesta– en casa del artista André Derain. En palabras de Carmona, «Con la autenticidad del arte primitivo Picasso y otros artistas coetáneos trataron de romper las normas del denominado arte occidental, refundando la experiencia artística».
Oficio. No hay que olvidar que nos situamos en el contexto de las primeras vanguardias, las llamadas «históricas», y ante un joven Picasso que ya ha demostrado –y mucho– su solvencia como artista, con oficio, véase la delicadeza de la 'época rosa' o, en esta misma muestra, las múltiples posibilidades de la pintura, así los bellísimos óleos 'Joven desnudo' y 'Autorretrato', ambos de 1906, del Museo Picasso de París, o las puntas secas 'El abrevadero' y 'En el circo', de la Suite de los Saltimbanquis, de 1905, del Museo Casa Natal Picasso, en Málaga.
Vampirizar. Del retrato de Gertrude Stein sorprende el óvalo de su cara, pero sobre todo la «inexpresividad» de sus ojos almendrados, capaces de guardar la infinitud atemporal en su mirada. En él hay resabios de la escultura ibérica, gracias a una eficaz simplificación en pos de los intereses expresivos de un artista que «vampirizaba» todo, eso sí, incorporando la «maniera picasso». No faltan alusiones a Fernande Olivier, compañera de Picasso en este periodo, su libro 'Picasso y sus amigos' está cargado de vivencias, ofreciendo numerosas claves personales del artista y de la época.
Luis Fernández. La vanguardia digamos «atemperada» también sobrevuela en la Fundación María Cristina Masaveu, en esta ocasión de la mano de Luis Fernández (Oviedo, 1900-París, 1973), un artista poco conocido para el gran público y que gracias a esta magnífica muestra se le hace justicia.
Irrealidad. Lo reconocemos en la repetición de series de cuadros sobre un mismo motivo, como fueron las dedicadas a una rosa en un vaso, otra sobre una mesa, un cráneo, una vista marina, un barco encallado, conejos, bueyes, caballos, un vaso junto a un trozo de pan, un cráneo con velas, una pareja de palomas, etc... «Mediante su reiteración –explica Alfonso Palacio, comisario de la muestra– el pintor trató de ahondar en la esencia de los asuntos propuestos, deteniendo sobre ellos una mirada intensa, capaz de aislarlos de cualquier contingencia y de desvelar su lado irreal, en aras de conseguir esa 'hallucination d'après nature' a la que él mismo se refirió».
Despojamiento. Reconocemos una manera de hacer que impregna los movimientos por los que transitó («cierto» constructivismo teñido de simbolismo, surrealismo, postcubismo...), y descubrimos piezas soberbias, como 'Tête de taureau/Liberation du peuple espagnol' (h. 1939), o 'Le chat' (1925), una pequeña escultura de rotundo y a la vez delicado volumen.
Del Barroco al Siglo de las Luces. En esta misma fundación se presenta una selección de bodegones de la Colección Masaveu que, según su comisario, Ángel Aterido, «ofrece un panorama representativo del origen y la evolución de uno de los asuntos pictóricos más extendidos en la tradición occidental», con cuadros de Luis Meléndez, Juan Van der Hamen y León, Sánchez Cotán, Juan Bautista Espinosa, Tomás Hiepes, Juan de Zurbarán, Pedro de Camprobín, Bernardo Polo... Me detengo en los floreros de Juan de Arellano, y en su serie dedicada a la alegoría de 'Los cinco sentidos', en cuyos fondos se adivinan otras escenas de carácter religioso, lo que J. Gállego denominó «metapintura».
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