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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 25 de noviembre 2023, 10:24
Creo que todas las personas del mundo tienen un reducto en el que les gusta esconderse, un resorte que, por más que quieran evitar, activa ... su ira o una pasión más o menos desatada que, al más mínimo estímulo, les hace dejarse llevar por ella casi de manera inexorable. Los lectores no somos, evidentemente, una excepción y todos tenemos asuntos que nos reclaman la atención con la sugerencia más leve y otros que preferimos no hollar casi nunca. De entre los primeros se encuentra en mi caso el recurso de autores y textos a las variopintas facetas que el hecho literario atesora. En el caso que nos ocupa, encontrarme ante una novela cuyo protagonista es nada más y nada menos que Gonzalo de Berceo; y una «novela negra», además en la que nuestro autor ejerce como detective. Con todo, uno, que ya va teniendo sus años, huye como el gato del agua fría si fórmulas anteriores parecidas fracasaron –prefiero no poner ejemplos, que los hay–, pero Berceo y su época son una golosina a la que no se puede dejar de lado.
¡Qué lejos nos queda ya aquella de imagen que Azorín recreaba en 'Al margen de los clásicos' evocando a Gonzalo de Berceo metido en su celda en el monasterio dedicándose calmosamente a la creación literaria! Deshecha esa imagen en los años 60, con los estudios de Dutton y otros eruditos que pusieron de relieve su activa participación en lances económicos y propagandísticos para sus monasterios, con la novela de hoy damos una formidable vuelta de tuerca a la figura del primer autor en castellano de nombre conocido. Como protagonista de esta entretenida peripecia nos lo encontramos ya maduro (en realidad lo contado en la novela sucedió muchos años antes y ahora lo evoca) pero rabiosamente aquejado de los males de nuestro tiempo, tal vez prueba evidente de que la visión romántica e infantil de la Edad Media está más que superada y, bueno, sin que olvidemos que estamos ante una novela y no ante unos hechos históricos, claro. Para ser un monje nuestro actor se nos aparece más agnóstico que creyente, desengañado, traumatizado por su participación muy de joven como soldado en la batalla de las Navas de Tolosa antes de profesar y amancebado con una mujer de su edad. Y mucho, mucho más interesado por el vino que él mismo hace y por la poesía que por los asuntos de fe. En esta tesitura se le presenta en su casa el abad de San Millán de la Cogolla (Berceo no era clérigo regular) que le ordena trasladarse al monasterio de Silos para copiar una Vida de Santo Domingo del latín para tenerla ellos y que luego Gonzalo traduzca y convierta en poema. Sucesos que se producen en el camino y nada más llegar devienen a nuestro cura en un detective privado (es, además, un consumado pugilista) que tiene que resolver unos misteriosos asesinatos producidos en el entorno del monasterio burgalés. Enseguida deducimos, pues, que, por encima de cuestiones teológicas, el verdadero interés del contacto entre monasterios se debe a cuestiones políticas y económicas: oponerse tanto a la presión del papado –a través del obispo de Burgos– como de reyes y nobles contemporáneos muy interesados en controlar también el comercio del vino.
Sin pretensiones excesivas que tal vez la convirtieran en un texto pedante, 'La taberna de Silos' es de esas novelas que se leen de un tirón; contribuyen a ello la ligereza y buen trazado de su argumento –suele funcionar la concatenación de novela negra e histórica– así como, sobre todo, el exquisito uso del lenguaje manejado, lejos del forzado uso de arcaísmos inoperantes pero equidistante también de la chorrada de hacer hablar a personajes de entonces con dejes estrictamente de nuestra contemporaneidad. Tras un comienzo absolutamente delirante que obliga al lector a estar atento y que inmediatamente lo contagia de interés, la acción va a proceder a un larguísimo 'flashback' a lo largo prácticamente de todo su trazado hasta retrotraernos al culminante punto de partida. Yo no recordaba un uso tan acertado de esta técnica desde que Jorge Márquez lo desarrollara en su estupenda novela de comienzos del milenio 'Los agachados', y durante su recorrido los celos y envidias, los soterrados y sórdidos mecanismos de poder y humillación, el envés malévolo de los comportamientos (supeditados al sexo y al dinero preferentemente) nos irán recordando títulos ya conocidos como 'El nombre de la rosa' y nos conducirán muy amenamente hacia la más que previsible solución final. Tal vez lo de menos sean los tópicos inevitables del género detectivesco; con lo que más se disfruta es con la sagaz y sostenible evocación de la vida en un monasterio y de los lances alrededor del día a día, así como con el desarrollo de reflexiones sagaces y sentidas, excepcionalmente bien escritas, acerca del amor, la literatura (con especial énfasis sobre el hecho físico de ejercitarla) o la vida en general.
La novela aparece firmada por un desconocido Lorenzo G. Acebedo del que se nos aclara (en la contrasolapa del libro) que es un seudónimo... con enjundia. No pierdo más tiempo con ello porque me importa un pito quien la haya escrito; sí me interesa que la novela esté bien, goce de una trama entretenida y desarrolle un lenguaje subyugante que enganche y provoque satisfacción y eso, en líneas generales, se logra sin problemas. (Para los insistentes: es un anagrama; jueguen con las letras y verán cómo les sale el nombre de un mencionado autor riojano). Personajes atrayentes, ataques a la iglesia, pederastias varias, sexo y poder, una trama detectivesca que es lo de menos, porque lo que atrae es el conjunto de esta ficción descabalada que asumimos como verídica de bien narrada y entretenida que es. La verdad es que, si uno lo piensa, la novela no gana nada porque sea Berceo el protagonista, pero como dije arriba, el autor (-a, -es, -as) es lo suficientemente inteligente como para hacer picar al lector filólogo enamorado de sus lecturas y conocimientos previos. Merece la pena el envite.
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