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Iñaki Ezkerra
Viernes, 6 de diciembre 2024, 23:23
Aunque ya había publicado una dignísima primera novela en 2009, ‘Los privilegios del ángel’, de corte intimista y existencial, el éxito le llegaría a Dolores ... Redondo tres años después con ‘El guardián invisible’, la primera entrega de la ‘Trilogía del Baztán’, un salto al género negro de ambiente rural en el que ya asomaba un ingrediente demoníaco unido a la tierra, al paisaje, al mito y a la tradición local como era la sombra de Basajaun, el legendario Yeti vasco, que planeaba sobre el material criminal del ciclo. Las siguientes entregas narrativas supusieron una huida de esos escenarios navarros.
Con ‘Todo esto te daré’ (2016), la autora se nos fue a la Ribeira Sacra para obtener el Premio Planeta. ‘La cara norte del corazón’ (2019) supuso un reencuentro con la agente Amaia Salazar, la heroína del ‘Baztangate’, pero no en su tierra natal sino en una huida al pasado de esta en la Academia que tiene el FBI en Quantico. En ‘Esperando al diluvio’ (2022), el héroe era Noah Scott Sherrington, un policía que, siguiendo la pista de un psicópata, nos llevaba desde una comisaría de Glasgow al Bilbao de las inundaciones de 1983. Con esa obra, la autora donostiarra abría una tetralogía, ‘Los valles tranquilos’, de novelas autónomas y nuevos personajes.
La segunda de esas novelas nos llega estos días con el título de ‘Las que no duermen NASH’ y con un argumento que supone un regreso al paisaje del Baztán de su primera etapa así como a la violencia teñida de coloraciones étnicas, atávicas y telúricas. Ya la primera página del libro se abre con unas líneas alusivas a una antigua leyenda vasca sobre unos «infernales toros rojos» que vigilan «las grutas más profundas de la Tierra» y «el acceso al inframundo». A la manera de preámbulo, el texto describe la caída de una mujer por una de esas grutas que sería su tumba y desde cuyo fondo lanza, antes de morir, una maldición que va a planear sobre todo el texto.
Y, como vuelve, de la mano de Dolores Redondo, el universo atormentado del Baztán, vuelve también Amaia Salazar, la agente de la policía foral, pero con una sólida competidora que sabrá ganarse igualmente la simpatía del lector. Se trata de la doctora Nash Elizondo, un potente personaje femenino cuya faceta profesional es la psicología forense, una disciplina que consiste en ir más lejos de la clásica autopsia médico-legal y en penetrar en la mente de un cadáver para averiguar lo que las huellas que hay en su cuerpo inerte no dicen. En una nota que precede al texto novelesco, o que lo inicia, se le indica al lector el críptico significado de las letras que componen el código NASH, que la doctora Elizondo ha adoptado como nombre de pila, y que corresponden a las iniciales de las palabras que definirían las posibles causas de una muerte: las naturales, las accidentales, la del suicidio o la del homicidio.
La doctora Elizondo, que, además de ciencia e intuición para penetrar en la psicología de un difunto, es diestra en el rastreo de los indicios que ha dejado la práctica de la brujería en el Pirineo navarro e imparte clases en la Universidad del País Vasco, asiste al descubrimiento, en la sima de Legarrea, del cuerpo sin vida de Andrea Dancur, una joven desaparecida tres años atrás de modo misterioso y que –según deduce el lector fácilmente– es la misma que comparecía precipitándose al vacío en la primera página. Es así como se entretejen, en un texto narrativo escrito con un estilo correcto, eficaz y solvente, las pesquisas que la heroína forense va haciendo a través de los diarios de la chica, o de otros testimonios, y las fuerzas mítico-satánicas que pudieron jugar un papel en su trágico deceso, a lo que se añaden las preguntas en torno a la persona que se halla en prisión condenada como responsable de su muerte. Para elaborar su informe, la doctora Nash Elizondo se topará con escollos y hostilidades múltiples, pero también con el apoyo de las Mitxelena, una madre y sus dos hijas que gestionan una empresa funeraria y que encarnan el valor de la complicidad solidaria entre mujeres.
En la publicidad de la editorial, se atribuye a la autora la creación del ‘mystic noir’, una variedad del género negro en la que el factor sobrenatural jugaría un papel más que relevante. Pero dicha receta ya tiene unos cuantos años. La usó David Lynch en ‘Twin Peaks’ y hoy se considera una trillada variante del ‘noir nórdico’ llamada el ‘nordic horror’. Lo que Dolores Redondo ha descubierto es la solidaridad feminista de una forense con su cadáver del mismo género: lo que podríamos llamar con propiedad ‘la sororidad post mortem’.
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