¿Qué ha pasado hoy, 14 de marzo, en Extremadura?
El escritor Luis Mateo Díez. HOY

Etérea realidad

Novela. La desasosegante acción transcurre con una dosis de humor sardónico que pone broche de oro al lenguaje masticable, de sonoridad rotunda y fraseo inimitable

Enrique García Fuentes

Viernes, 14 de marzo 2025, 23:16

Si algo caracteriza la impresionante trayectoria literaria de Luis Mateo Díez –justamente recompensada con el premio Cervantes hace un par de años– es, aparte de ... la creación de un mundo propio y un estilo inconfundible –el que se solicita a todo de escritor de fuste que así se considere– es la capacidad de crear unos ambientes y personajes situados en el extremo en que la realidad es tangente con el surrealismo y la fantasía. Otros, tal vez con más razón, hablan incluso de expresionismo, especialmente en esos lances en los que la narrativa de nuestro autor se centra en episodios y tipos exagerados que ofrecen un envés, no radical, pero sí bastante torcido, de lo que comúnmente aceptamos como normalidad y hasta hermosura. Fiel a todo eso Díez (Mateo es su segundo nombre de pila, conviene recordarlo cuando lo busquemos en repertorios bibliográficos), tal vez radicalizándose un tanto en estos extremos según vamos viendo transcurrir sus últimas entregas, vuelve a integrarnos, como en esos sueños espesos cuando hacemos una mala digestión o nos pasamos levemente con la ingesta alcohólica, en ese mundo cerrado tan particular que ha ido construyendo pieza a pieza y que está formado por geografías recreadas y onomásticas imposibles –pero tan cercanas a lo real y hasta lo probable con su ajustada hermosura– tanto en los agonistas que desarrollan sus nunca (y a propósito) bien perfiladas vicisitudes, como para los lugares donde estas transcurren.

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El amo de la pista

Luis Mateo Díez

Editorial: Alfaguara. Barcelona, 2024.

296 páginas.

19,90 euros

Todos los rasgos señalados se concitan, una vez más, y con la maestría a la que el veterano autor nos tiene acostumbrados, en esta última entrega, 'El amo de la pista' (que, curiosamente, no es la última que ha escrito, parece que la realizó hace ya algunos años, pero ahora la entrega a la imprenta, no sé si con la evidente pretensión de que coincidiera con los fastas por la obtención del 'Cervantes'). Con protagonistas con sus inveterados nombres inopinados (Cirro, Romero, Calacita…) geografías adaptadas (territorios y ciudades trazadas desde un profundo conocimiento que nos parecen eso: ser directamente transportadas desde las ya existentes, como ocurre con el Borenes «una ciudad que agradece más los oscureceres que los amaneceres y se pone de espaldas cuando la enfocan») y todo su callejero por donde la desasosegante acción transcurre en esta novela) y, tal vez aquí con una dosis superior, ese humor sardónico que pone broche de oro al lenguaje masticable, de sonoridad rotunda y fraseo inimitable que es genuina marca de la casa.

La trama, como suele ocurrir en los relatos del maestro, es mínima y, hasta, como he apuntado hace un momento, un tanto desconcertante. De hecho, me permito avisar a los degustadores de aventuras tan simplonas como efervescentes (que cuentan, dicho sea de paso, con todo mi respeto por otra parte) que tal vez este no sea el libro que buscaban porque (voy a decirlo de una puñetera vez) aquí nunca llegamos a saber qué es lo que reamente ocurre si es que, de verdad, está pasando algo. A veces parece que no sea ese el interés del autor, más dedicado a acariciar nuestro oído –es un tópico casi decir a Díez debiéramos leerlo en voz alta– con esa dicción de raigambre castellana, levemente arcaica y plena de aciertos que llegan al culmen cuando, para referirse y descifrar situaciones casi banales los propios protagonistas recurren a párrafos de una altisonancia que, si no se ajusta con la situación en la que aparecen, sí deslumbran al lector con el alcance de sus propuestas. Pero si tuviéramos que intentar un resumen de los acontecimientos aquí narrados, diríamos que se reduce a una serie de episodios que protagonizan unos personajes extraños, inmersos en una suerte de conspiración irreal que nunca sabemos a dónde –los, nos–conduce. Cantero se llama el protagonista y narrador de la historia; un joven abúlico y traumatizado. Quedó huérfano muy pronto y, tras unos años acogido por sus tíos, acabó siendo expulsado de la casa por un lío amoroso con ella, bastante más joven –y descocada– que el marido. Obligado a buscarse la vida, cae bajo la égida de Cirro Cobalto, a quien conoció cuando estudiaba en el instituto de una manera de lo más escatológica. Ahora lo capta bajo su influencia y lo obliga a llevar a cabo extrañas misiones en las que colabora con otros de la misma cuerda en un ambiente de película serie B y, como vengo repitiendo, sin que nunca lleguemos a saber de qué va el asunto. Es uno de los personajes el que, broma suprema del autor, nos lo dice taxativamente: «Es que de todo lo que me cuentas, y ya llevas mucho tiempo haciéndolo, tanto que parece una novela nada fácil de creer […], no acabo de enterarme bien. O son verdades a medias o mentiras piadosas. O te lo inventas. Me tienes con el alma en vilo. Al final ni se sabe lo que os traíais entre manos ni si hubo acontecimiento alguno. Todo parecen imaginaciones tuyas».

Y es que 'El amo de la pista' se ajusta como un guante, una vez más, al ideario de su autor, que siempre ha disfrutado más de la ficción –en la medida en que es producto de la imaginación– que de la realidad. Así ha sido siempre su trayectoria, fiel a esa resolución inflexible de rebuscar en los recovecos de la cotidianeidad la magia de lo inventado, que solo la buena literatura sabe colocar luego en el sitio que le corresponde. En cierta medida, ya tenemos suficiente realidad (y no precisamente agradable) azotándonos en nuestro día a día.

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