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Pablo Martínez Zarracina
Viernes, 23 de febrero 2024, 23:28
En agosto de 1955, Emmett Till, un chico negro de catorce años, fue linchado en una localidad de Misisipi llamada Money. El delito que supuestamente ... había cometido fue silbar a una mujer blanca. La justicia absolvió a los dos hombres blancos acusados de asesinarlo, que eran difícilmente distinguibles de los hombres blancos del jurado. Otro adolescente negro de catorce años vio en un periódico la fotografía del cadáver destrozado de Till. John Edgar Wideman llegaría a convertirse en un respetado académico y en uno de los tres novelistas estadounidenses, junto a Philip Roth y E. L. Doctorow, que ha ganado dos veces el premio Faulkner.
Este libro describe cómo la sombra de Emmett Till —que se transformó gracias a su madre en un icono de los derechos civiles— fue creciendo en el interior de Wideman. Se trata de un texto íntimo, duro y misceláneo que mezcla la memoria americana y la memoria personal, el 'quest' y la ficción, la denuncia y el responso, la obsesión y la búsqueda imposible de alguna suerte de redención. Todo se desencadena en los márgenes del crimen inicial. Tras el asesinato del adolescente se supo que su padre había servido en la Segunda Guerra Mundial. Pero tampoco eso sirvió para reivindicar la ciudadanía del muchacho muerto. Al contrario, durante el juicio se filtró el expediente del soldado y el estigma se agigantó: estando destinado en Italia, Louis Till fue juzgado y condenado a muerte por la violación y el asesinato de una joven local.
La localización de la tumba del padre de Emmett Till en la zona «deshonrosa» de un cementerio francés y el informe del proceso militar en el que fue condenado sirven como anclajes fácticos del torrente de conciencia con el que Wideman salta de la historia a la biografía, llegando a lugares muy íntimos –atañen por ejemplo al hermano y al hijo del autor– y mostrando cómo el sesgo racial no es una excepcionalidad sino un pilar de la realidad americana. Eso hace que el texto oscile entre la fuerza y la furia. Además de hacer con verdad y maestría la clase de cosas que tantas veces vemos intentar en el terreno de la autoficción, Wideman transmite la desesperación de quien se enfrenta a lo imposible. Su intención es «dar algún sentido a la oscuridad» de su país. «El expediente Till es mi caballo de batalla. Monto a lomos de él como un Don Quijote de chocolate», ironiza. El resultado es un libro poderoso que llega a deslumbrar en un tramo final en el que Wideman viaja en busca de la tumba de su protagonista. Curiosamente, el año pasado se publicó una novela que aborda de un modo absolutamente distinto el caso de Emmett Till: la extraordinaria y satírica 'Los árboles' de Percival Everett (DeConatus).
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