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Herbert Clyde Lewis. PERIFÉRICA

Hombre al agua

Novela visionaria. Un hombre de banca, treintañero en plena forma y excelente nadador, va a enfrentarse a la terrible soledad del mar con solo los recursos de su fuerza e imaginación y se convierte en paradigma de la condición humana

MANUEL PECELLÍN

Sábado, 8 de julio 2023, 15:53

Herbert Clyde Lewis (New York, 1909-1950) fue otro de los grandes escritores que marcaron la novelística norteamericana hacia la mitad del XX. Hijo de ... padres rusos, judíos, emigrados a USA, comenzó muy joven a trabajar en China como reportero del Shanghai Evening Post y el The China Press. Vuelto a Estados Unidos (1933), siguió haciéndolo para el New York Journal, el New York Herald Tribune y otros medios, con un intervalo en Hollywood, a donde volvió (1942), colaborando con la industria del cine como guionista de numerosos films. Por sus compromisos políticos lo incluyeron en la famosa 'lista negra' del Comité de Actividades Antiestadounidenses. Los nervios y el corazón, cansados, más el alcohol y las deudas, pusieron fin a su ajetreada vida.

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'Gentleman overboard', escrita entre 1937-1940, fue su primera novela, a la que seguirían 'Spring offensive' (ambientada en la II Guerra Mundial); 'Seasaon's greetings' y 'Silver dark' (con personajes marcados por deformidades físicas).

'Un caballero a la deriva', según traduce Ángeles de los Santos, narra las duras experiencias de Henry Preston Standish, las horas que vive en el Pacífico desde la madrugada que cae por la borda del Arabella a causa de un resbalón estúpido, hasta la noche de su presumible desaparición definitiva. El absurdo de Sartre se encarnará en tan atractiva figura.

Este hombre de banca, treintañero en plena forma (aunque con problemas familiares y psicológicos), excelente nadador, va a convertirse en paradigma de la condición humana. Caído a las inmensidades del océano sin que nadie lo advierta hasta cuando tal vez la nave ya no lo puede rescatar, va a enfrentarse a la terrible soledad del mar con solo los recursos de su fuerza e imaginación. Poco a poco irá intuyendo perdida la batalla y, si bien procura combatir la extenuación antes de sumirse en las profundidades, no ignora que la muerte terminará aproximándose.

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La evocación de la mujer e hijos, a quienes ha dejado temporalmente para superar cierta crisis; el recuerdo de amigos o colegas; el gusto de contar la posible salvación y, sobre todo, el alto sentido de la propia dignidad que continuamente lo embarga, le ayudan a mantenerse sobre el agua. El cansancio, la sed, el sol... van despojándolo de ropas y pertenencias personales, a la postre definitivamente desnudo (y con los calcetines convertidos en ridícula visera).

«'Un caballero a la deriva' es una novella visionaria, una pieza magistral por su sencillez, por su tensión narrativa y porque plantea la cuestión de la existencia en sus términos más fundamentales. Una parábola tragicómica que nos hace reparar en cómo ordenamos las prioridades en nuestras ajetreadas vidas y que nos recuerda, en sentido literal y figurado, que no siempre es fácil mantenerse a flote», proclaman con tino los editores. Seguramente, serviría bien para otro de los guiones cinematográficos compuestos por el autor.

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En esta «novela corta», referida con la voz de un narrador omnisciente, a menudo se da entrada a la del protagonista, que en primera persona irá contando cómo emprendió esta aventura marina y los avatares sobre él sobrevenidos tras la caída al mar. Una prosa sobremanera plástica, con toques de humor aliviando la tragedia, y excelentes descripciones del paisaje acuático, según discurren los minutos, son valores añadidos. Tampoco carecen de interés los personajes secundarios, con quienes Standish fue relacionándose hasta el resbalón en la grada de cubierta. El capitán Bell, la señora Benson, el matrimonio Brown, el amigo Adams Nat y, sobre todos, el marinero Biorgstrom, constituyen una tan atractiva como pintoresca e inoperante troupe: ninguno advirtió la pérdida del pasajero. Por diferentes razones, ninguno gritó el oportuno «hombre al agua», que hubiese podido salvarlo. El infierno son los otros escribía por entonces un tal Jean Paul Sartre ('A puerta cerrada', 1944).

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