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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 6 de enero 2024, 10:27
Poquito a poco, el francés Éric Vuillard (Lyon, 1968) se ha consolidado como uno de esos escritores de referencia especializados en un campo determinado. En ... su caso, a tenor del éxito obtenido con títulos anteriores, en episodios, puntuales o más extensos, de la Historia, preferentemente la de Francia ('14 de julio'), Alemania ('La guerra de los pobres'), pero también con proyección a eventos que repercutieron en el resto de Europa ('La batalla de occidente', 'El orden del día') o incluso (como en este caso de hoy) más allá. Y en todos ellos ha brillado notablemente su visión desprejuiciada, divertida, amena pero, a la vez, tremendamente crítica; y nos la ha transmitido con un nutriente poso literario que dota de una pátina especial a la exposición de esos hechos rigurosamente históricos de los que, en su mayor parte, se han desconocido (o se han obviado) los entresijos que los provocaron o condujeron.
Una salida honrosa se centra en episodios de los que tengo que confesar mi más reconcentrado desconocimiento (tal vez, dicho sea en mi descargo, por lo muy comprensiblemente reacias que son las grandes potencias europeas y occidentales a asumir los fracasos de sus políticas). En esta ocasión nos situamos en el sangriento proceso de descolonización que sufrió Francia en sus posesiones en Indochina. Nada más escribir lo que he escrito me doy cuenta de cómo me he dejado seducir por la misma trampa que el título de la novela propone; efectivamente: una «salida honrosa» será la eufemística manera con la que los principales políticos franceses de la década de los 50 tratarán de enmascarar la derrota sin paliativos que sufrieron ante un ejército mucho menos preparado, al que abiertamente despreciaban, y que les obligó a salir de Vietnam y dejar que los norteamericanos heredaran el conflicto.
El texto cuenta con un brillante principio que nos narra la visita de unos inspectores de trabajo a las plantaciones que la empresa Michelin posee en territorio indochino motivada por ciertos rumores de maltrato laboral. Esta breve introducción actúa como pórtico para describir una situación que, en su degeneración posterior, explica cabalmente cómo concluirá el conflicto. El resto de la narración irá alternando episodios históricos que suceden en Francia (concretamente la pormenorizada exposición del debate que tiene lugar en la Asamblea de la República, donde se dirimirán diferentes propuestas de cómo afrontar el latente –y ya evidente– conflicto que se ha generado en las posesiones de Indochina, entre ellas la posibilidad de la rendición) y los que suceden en las colonias, como la batalla de Cao Bang, o la definitiva derrota que sufre el ejército francés (formada principalmente por soldados traídos de otras colonias galas) en la batalla de Dien Bien Phu, producto principalmente de un evidente error táctico del alto mando francés, sin regodearse excesivamente en esta ocasión en el desarrollo bélico de las mismas. Pero también, como ha hecho Vuillard en otras de sus novelas, introduciendo en su devenir episodios que no podemos por menos que calificar de chuscos, cuando no abiertamente lacerantes, como pueden ser la entrevista a un general francés en un programa televisivo estadounidense de máxima audiencia, o la inaudita reunión del consejo de administración del Banco de Indochina, posterior a la derrota militar, en la que se constatan los enormes beneficios obtenidos. Del mismo modo, el avance del conflicto, que es competencia ahora de EE UU, da pie para denunciar también las constantes, y ya sabidas, injerencias de los americanos en las políticas de otros países sobre los que tienen intereses económicos y los resultados de las mismas, como acontece con la tortura y posterior asesinato de Patrice Lumumba, el joven presidente de la República del Congo. Pero del mismo modo que hiciera en libros anteriores –que situaban en la base de conflictos políticos resueltos en crueles guerras los intereses económicos– Vuillard vuelve a emplazar a estos imperando sobre los más elementales principios de humanidad que los hubieran evitado. Aquí se hace evidente la condena de la codicia de las empresas francesas por explotar las riquezas de aquella parte del sudeste asiático; detrás de la retórica patriotera de políticos y soldados anida el poder del dinero y ante él sucumbe la caterva de estadistas aferrados a sus poltronas y militares incapaces –casi bufos muchos de ellos– que asoman en estas páginas para que sean, como siempre, los hombres de negocios, con sus redes de favores y componendas, emparentados entre sí por relaciones casi endogámicas que los dotan de inusitada solidez, los que sean capaces de sacar beneficio hasta de una guerra, como dije arriba, que acabaron perdiendo... militarmente, claro.
Aunque a veces, impelido por una mezcla de afán didáctico y de denuncia, el autor cargue la mano a la hora de narrar los hechos y nos dé la impresión de que hay una cierta sobreactuación, creo que, de producirse, es justa y necesaria para poner de relieve la evidente ignominia de los hechos. «Quizás habría sido mejor la deshonra», se dice al final casi del libro, y nos preguntamos ¿serviría tal aserto para justificar la desbandada estadounidense de Afganistán? ¿Cabría solución análoga en conflictos como el de Ucrania o el de Israel? Conteste quien pueda y sepa.
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