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J. Ernesto Ayala-dip
Sábado, 20 de julio 2024, 12:51
Iván Turguénev no tuvo nunca el aliento épico de un Tolstoi. Tampoco fue un maestro en el dibujo de almas atormentadas, como gustaba a Dostoievski. ... Su especialidad eran las medias tintas. Los claroscuros psicológicos. Por ello, tal vez, recibió el premio de dos admiradores de postín: Chéjov y Henry James. En la excelente biografía que escribió sobre el escritor ruso Juan Eduardo Zúñiga hallará el lector buena parte de las razones autobiográficas que alentaron la escritura de 'Humo' y otras tantas otras obras del autor ruso. La vida del pobre Turguénev no es de las que se envidian. Su infancia fue sepultada por la presencia de una madre atroz. Su madurez, herida sin paliativos por aquella infancia, fue un transcurrir entre la incomodidad de ser ruso y su infelicidad amorosa.
Conocí la obra de Turguénev gracias a las recomendaciones de Hemingway y Chéjov. Gracias a ellos, entendí su poética y su visión del mundo, del que lo rodeaba y del que aspiró siempre a radiografiar. Gracias a la biografía de nuestro gran cuentista Zúñiga me adentré en su vida, otra verdadera novela de amor silencioso. El escritor ruso conoció a la soprano de origen español Pauline García de Viardot. Vivió con ella y su marido hasta que este falleció. Viardot fue el amor sublime de su existencia. Juntos conocieron a Johan Brahms y Clara Schumann, el otro amor silencioso de Brahms. También fue amigo de otros dos grandes de las letras francesas, Flaubert y Maupassant.
Hoy comentaré una obra solo aparentemente menor en la carrera literaria del ruso, 'Diario de un hombre superfluo'. Escrita y publicada en los años 50 del siglo XIX, trata de la postrera vida de un hombre que debe afrontar el final de su existencia, por una enfermedad letal, en casi absoluta soledad e incomunicación, salvo por la presencia de una criada que solo espera que se muera para quedarse algo de su patrimonio. Por ello se impone escribir un diario que apenas dura un mes, el tiempo de vida que le queda. Lo esencial de este diario es la descripción de un hecho amoroso en su juventud, que lo dejó solo y sin futuro sentimental a la vista. Pero también le sirve al autor, tanto al narrador como a Turguénev, para aproximar al lector el concepto de hombre superfluo, un término que había acuñado el escritor Mijaíl Lérmontov, una figura típica del imaginario literario ruso del siglo XIX, entre el romanticismo y el realismo narrativos decimonónicos. El hombre superfluo es el nihilista, el que no reacciona ante lo que sea y se acomoda a su casi enfermizo espíritu de resignación.
En este texto está concentrado todo Turguénev, la escritura y su manera casi elíptica de presentarnos a sus héroes y heroínas. Además esta edición cuenta con el primer capítulo de la conocida biografía de Turguénev que publicó Juan Eduardo Zúñiga en 1996.
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