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Enrique García Fuentes
Viernes, 26 de abril 2024, 23:27
Fue en un libro de hace dos o tres años, que, a pesar de haber sido publicado en nuestra región a instancias de la Editora ... Regional y de la Fundación Ortega Muñoz, pasó desapercibido por estos lares; 'Honda meditación de toda cosa' tenía por título: una excelente antología de la poesía canaria contemporánea en relación con su evocador paisaje. En él di por primera vez con Francisco León (Tenerife, 1970); la edición, preparada por él al alimón con el siempre inquieto Jordi Doce, nos daba a conocer un panorama sugerente de una poesía que aquí no solemos captar habitualmente; pero, sobre todo, el ajustado y bien razonado prólogo que nuestro autor de hoy firmaba daba carta cabal de sus habilidades como crítico y estudioso y completaba su figura filológica, ya densa y afianzada en su condición de escritor. Francisco León es ante todo conocido como poeta; el perennemente avizor Álvaro Valverde ya ponderaba alguna de sus entregas en su atento blog y ponía de relieve, fundamentalmente, la condición exigente y rigurosa de su poesía, para la cual reclamaba «lectores valientes». Más de media docena de títulos avalan esta dedicación y ha de tenerse en cuenta también su labor como director de publicaciones poéticas y su vinculación con el, sin duda, referente por antonomasia de la poesía canaria de los últimos tiempos, Andrés Sánchez Robayna. Con todo, hoy lo traemos en calidad de narrador (parcela donde ha dejado ya semilla con una novela y otros dos libros de relatos); 'El tesoro real' es una vivificante colección de historias en las que brilla, sobre todo, eso sí, un hondo latido poético que las sostiene a modo de leitmotiv y de alguna manera las unifica, más aún por encima de personajes repetidos y tramas convergentes.
Entrando en su estructura en seguida percibirá el lector que los ocho relatos aquí contenidos, de extensión similar salvo los que abren y cierran, pueden amalgamarse en dos unidades temáticas fácilmente discernibles: por un lado aquellos en los que los recuerdos de la infancia isleña juegan un papel importantísimo a la hora de sustentar sus tramas, sea cual sea la deriva que luego adquiera cada una, y por otro los que podríamos calificar como más «literarios» en la medida en que transcurren o evocan lugares alejados de ese entorno infantil y carecen del evidente carácter autobiográfico (o autoficcional) que los del primer grupo atesoran. Cierto es también que hay un par de historias que se alimentan de episodios y recuerdos que la voz narrativa refiere en primera persona, pero ya no ocurren en las islas, sino en la siempre fría y lluviosa ciudad francesa de Brest.
Se inicia el viaje con el que da título a la colección y es también el más extenso de los recogidos; dividido en cinco capítulos, como si de una novela breve se tratase, nos refiere la relación que la voz narrativa, entonces un chaval a las puertas de la adolescencia, mantuvo con la enigmática reina Chía, a la sazón (descubriremos posteriormente) madrina del narrador, quien le lega un extraño tesoro que, sin embargo, no debe abrir: una orden que mantendrá hasta casi el final de un extenso periplo que lo conduce por diferentes lugares de Europa hasta confluir de nuevo en Canarias. A lo largo del relato van apareciendo personajes y alusiones que se irán completando posteriormente en los que vienen a continuación y se ambientan de nuevo en zonas de las islas, reales o figuradas.
Se instala, a continuación, una especie de hiato narrativo que incluiría a aquellos que califiqué como «literarios» en la medida en que se separan más taxativamente de las vivencias personales imbricadas en el paisaje isleño; tal vez por mi lejanía espacial y desconocimiento de la realidad paisajística canaria son, paradójicamente, con los que me siento más a gusto; así, me solidarizo con las fallidas peripecias amorosas de la mexicana Julita (y su némesis, su compañera apodada 'La Lugosi', que, sin embargo, triunfa a destajo) por las tórridas y etéreas islas griegas en 'Oráculos de agosto'. Y me zambullo por la poética decadencia que exuda 'Soliloquio siciliano', de anécdota mínima y un tanto previsible, pero atractivamente jugosa; tal vez mi preferido de la colección. Salvado el lance, comienzan a recogerse algunos de los flecos vertidos en el primer relato, y en 'Vida y final de los fantasmas' (si acaso la única rémora que cabe poner al autor, la elección de títulos tal vez manifiestamente mejorables) nos encontramos de nuevo con el narrador de antes en Brest lanzando cables de enganche con personajes y situaciones de su infancia, aquí centradas en la evocación del entrañable Don Ruperto, un antiguo profesor con el que vuelve a mantener un breve contacto. Pero tras la inmersión (nunca mejor dicho) en las aguas del realismo mágico que supone 'La amante del río', voz narrativa y personaje protagonista vuelven a instalarse en territorio canario, más concretamente en torno a una inventada localidad llamada San Renato, ubicable al norte de la isla de Tenerife. Allí transcurre la delicada y poética evocación (acaso demasiado sincera como para no tener un cotejo real) 'Luces antiguas', donde el interlocutor protagonista es ahora la abuela. El relato que cierra la remesa, 'Historia familiar de los perros', también dividido en capítulos, viene a ser una especie de vagón escoba que recupera pasajeros y situaciones de las narraciones anteriores, pero ahora como fondo de historias protagonizadas por diversos chuchos relacionados con miembros de la familia central. Tales aventuras dejan, sin embargo, esperanzadoramente abierta la puerta como para regocijarnos con la espera de futuras entregas, que, como esta, adolezcan de la sencillez y la discreta magia que la tiñen, sin estridencias y en comunión cercana con un lector que fácilmente se deja llevar.
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