Iñaki Ezkerra
Sábado, 14 de septiembre 2024, 13:10
No puede decirse que el tema de las funerarias arrase en nuestra literatura nacional, pero ha tenido algunas estimables incursiones narrativas. Juan Luis Cano nos ... brindó en 2009 una hilarante y berlanguiana novela, 'La funeraria', inspirada en el negocio que su propia familia tuvo en el popular barrio de Carabanchel, y Joaquín Berges publicó en 2023 'Ganas de vivir', la historia de una pintoresca familia de maniáticos que regentaba una próspera empresa de pompas fúnebres. Es precisamente la irónica paradoja que había entre el diurno título de esta última y el luctuoso negocio que permitía a sus personajes centrales, en efecto, «vivir con ganas», la que se encuentra el lector ya en las primeras páginas de 'El mejor del mundo', la nueva entrega novelesca del escritor orensano Juan Tallón. Su protagonista, un paisano gallego que hereda un negocio funerario –'Ataúdes Ourense'– de un padre con el que se llevaba a matar, se presenta sumido en una truculenta euforia por el éxito económico que ha conseguido alcanzar en su empresa y que supera los mediocres resultados con los que se conformaba su progenitor.
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Antonio Hitler (así se llama el siniestro héroe de la novela) se siente no ya feliz sino incluso inmortal ante el éxito que ha obtenido con un ataúd de lujo, forrado en pan de oro y llamado Apolo, que es la oferta estrella de la casa y «el mejor del mundo», según reza el lema publicitario que da título al libro y como lo corrobora el interés multitudinario que desata durante una gira de quince días por los salones de dos ferias comerciales celebradas en Houston y Ciudad de México. Es en esta última metrópoli donde se halla al inicio del relato y donde nuestro hombre entra en contacto con otros seres no menos estrafalarios, como un empresario valenciano cuyo negocio consiste en una pirotecnia que ofrece disparos al aire con las cenizas de los difuntos en distintas modalidades de trueno, de fuegos artificiales o de cohete de la 'mascletà'.
Pese a lo que tiene de provocadora, de hilarante y de extravagante la propuesta ficcional de Tallón, hay que señalar que son precisamente esos ingredientes próximos a lo surreal los que hacen funcionar el texto con una solvente eficacia narrativa y una lograda simulación realista en virtud de las desconcertantes leyes de la verosimilitud novelesca. El propio apellido Hitler, que arrastra el protagonista, es tan chirriante que resulta, acaso por esa misma razón, más creíble en su contexto que el de Pérez o el de López que, por explícitamente comunes, dejarían entrever una premeditada intencionalidad en el autor de hacerlos pasar por convincentes. Será con ese tono y ese registro realistas con los que un clásico narrador omnisciente de tercera persona nos irá adentrando tanto en el pasado y en la historia familiar de ese Hitler orensano como en un presente que toma unos progresivos carices oníricos.
La novela se divide en dos partes, seguidas por un epílogo, y cada una de las cuales se subdivide en capítulos numerados en los que se van alternando sucesivamente los tiempos mediante la utilización sistemática del 'flashback'. Por los capítulos que se desarrollan en un tiempo presente, advertimos cómo Hitler pasa de protagonizar, estimulado por el consumo de DMT, una escena de extraordinaria violencia en un antro de las capital mexicana a la sensación de irrealidad que le produce un presunto reencuentro con su vida rutinaria en la que ha cambiado repentinamente todo y que conduce al texto a una deriva fantástica en la que el gran hallazgo reside en la sensación de perplejidad que el lector comparte con el propio personaje central. Como contrapunto, por los capítulos que se inscriben en un tiempo pretérito, vamos teniendo noticia de un cuadro familiar no ya disfuncional sino criminal (de malos tratos, suicidios, asesinatos…) que, de no ser por las apariencias propias de la clase social, habría llevado a todos sus miembros a la cárcel, al hospicio o al psiquiátrico.
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Es con ese pavoroso cuadro parental con el que Tallón explica a un personaje como su Antonio Hitler, carente del menor sentimiento de culpa y solo vulnerable al afecto que siente por su hija. Un tipo que busca el momento de celebrar lo feliz que es fumándose el Cohiba que robó en casa de su padre el día del entierro. Quizá lo estremecedor que hay en ese retrato, en ese pragmatismo grotesco y en ese talento para idear un ataúd de oro que ponga los dientes largos a los millonarios mafiosos, es lo que dicho personaje tiene de reconocible y nada ajeno a la sociedad que hemos construido.
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