Enrique García Fuentes
Sábado, 6 de abril 2024, 10:00
Más gratificante, si cabe, que recuperar (o conocer por vez primera, como confieso que es mi caso) a una autora «nueva» y, por supuesto, reivindicable, ... es que ese rescate llegue de manos de un investigador extremeño, como en ese caso ocurre con Hilario Jiménez Gómez (Montánchez, 1974), poeta y profesor que lleva años atestiguando su preocupación y dando a conocer a una poeta como Concha de Marco (Soria 1916- Madrid, 1989), injustamente olvidada, tapada quizá, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, entre otras cosas, por la sombra eminente de su marido, el gran escritor y crítico de arte José Antonio Gaya Nuño. La editorial Sial nos ofrece ahora una monumental entrega, acaso definitiva, que concreta y sitúa con creces a la poeta soriana en el lugar que se merece en el concierto de las letras españolas de la segunda mitad del siglo XX.
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Poetas femeninas entreveradas entre los grandes masculinos, y muchas veces preteridas, ha habido incontables a lo largo de la historia de la literatura española; por quedarnos con autoras contemporáneas a Concha de Marco, solo ahora parecen estar restituyéndose nombres que muchas veces no lograron sobresalir entre el tupido bosque de excelentes poetas varones que coparon la lírica española de la posguerra (sí parece haber funcionado a todos los niveles la restitución de los grandes nombres de las escritoras y poetas vinculadas al 27 –Ernestina de Champourcin, María Teresa León, Concha Méndez, Rosa Chacel, tantas otras– digamos con especial agrado) pero todavía creo que hay que indagar más. Nombres como Carmen Conde (aun siendo la primera mujer elegida Académica de la Lengua), Concha Zardoya, Ángela Figuera Aymerich, Francisca Aguirre, María Victoria Atencia, Gloria Fuertes, Julia Uceda o nuestra Pureza Canelo y tantas y tantas otras corren el riesgo de caerse inmerecidamente de los listados de poetas imprescindibles de este gran momento histórico. Afortunadamente, Hilario Jiménez ya había avisado hace poco tiempo de la necesidad de recuperar la figura de Concha de Marco, y lo hizo con una oportuna antología –'Y es noche siempre', Sevilla Renacimiento– que seleccionaba de entre sus obras poéticas, escritas entre 1966 y 1977. Porque lo más curioso de Concha de Marco, como se pone de relieve en esta magna edición, es que se trató de una autora que publicó ensayos, traducciones y algunos cuentos, hasta decantarse finalmente por la poesía –su campo más fructífero– y en esta labor dejó once poemarios: siete publicados a lo largo solo de ocho años —entre 1966 y 1974— y tres inéditos más, hasta 1977, que fueron recuperados entonces, porque, tras la muerte de su marido (1976), ya no volvió a publicar y sus últimos libros cayeron en el olvido incluso para ella.
Hoy, cuando vamos atravesando por este «corpus» poético ahora casi completo, nos llama la atención, ante todo, la incoercible vocación de nuestra autora, expresada en el pulcro uso de métrica clásica que domina con mano maestra, la constantemente latente preocupación social que destila la mayor parte de sus versos y su dolorosa y omnipresente amargura, cincelada y ahondada con el paso de los años, por las circunstancias en extremo dolorosas a las que su vida le condujo. Fue la de Concha de Marco una existencia dedicada expresamente a estar al lado (en todos los frentes) de su marido, por quien siente una unción casi reverencial. Lo más curioso del caso es que, casados por lo civil durante la guerra, habían pensado en separarse y que incluso cuando al final del conflicto bélico José Antonio Gaya es encarcelado, nuestra autora, para buscarse la vida, se viene hasta Castuera a trabajar de maestra y allí conocerá a un natural del pueblo con el que está claro que mantuvo una intensa relación. Pero cuando por fin su marido es liberado de la cárcel, abandona a su amante y decide irse a vivir con aquel y con él permanecerá hasta la muerte de Gaya Nuño. Y no debió de ser una vida fácil, no solo ya en lo estrictamente económico y familiar, como ella misma recuerda en otro texto: «En 1944 se me diagnosticó una lesión vertebral por la que hube de sufrir dos operaciones y que me tuvo en cama durante cuatro años. Al año de casada se me malogró un hijo; no tengo ninguno. Respecto a mi labor intelectual, fui olvidando las ciencias [había estudiado Biología] y ayudé a mi marido en su trabajo». Más adelante, sin embargo, confiesa: «Lo que más me gusta es la poesía, la música y la soledad», pero espigadas por este monumental trabajo leemos confesiones acerca de lo frustrada que se sentía porque a su marido no le parecía bien ese gusto por la música (que debía escuchar en volumen muy bajo para no molestarle). Manifiesta también el orgullo que siente por haberlo hecho todo por sí misma, sin ayuda de nadie: «Tengo por norma no acudir a ningún concurso. Jamás he tenido cargos, ayudas o sueldos oficiales. Al igual que mi marido, ni siquiera me permitieron opositar a cátedra. Solo vivimos de nuestro trabajo». Un marido al que cuidó hasta el final de su triste decadencia (sólo hay que remitirse a su último poemario, el inédito para ella 'Cantos del compañero muerto' (1976-77) para conocer tan agónica situación). Todo esto nos coloca, en fin, ante una mujer que no solo renunció a su condición entera de poeta y mujer culta sino que además, tras la muerte de su marido, todavía más se encerró en sí misma y dedicó el resto de su existencia a luchar por el mantenimiento y el engrandecimiento del legado de su esposo.
Es la de Concha de Marco una poética encendidamente feminista: gira toda ella sobre la identidad femenina, menoscabada y preterida, y fue precisamente en la poesía donde puedo encontrar esa anhelada tabla de salvación para esa vida hostil, llena de frustraciones, que le tocó vivir. Por eso está tan teñida de desolación y desesperanza, de inconformidad y decepción. La crítica puso especial énfasis en dos de sus títulos 'Congreso de Maldoror' (1970) y 'Tarot' (1972), pero son también interesantes sus inéditos, sobre todo 'Celda de castigo' y el mencionado arriba. No desaprovechemos la oportunidad de acercarnos a esta voz de nuevo aparecida.
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