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Manuel Pecellín
Viernes, 26 de abril 2024, 23:29
El presbítero José García Mora (Plasencia, 1829-1910) se distingue entre los no pocos eclesiásticos extremeños que durante el siglo XIX sobresalieron por su recia ... personalidad, excelente formación y avanzadas ideas. Casos como el de Diego Muñoz Torrero, José Segundo Flórez, Manuel de la Rocha, Laureano Santibáñez o Agustín López bien merecen la atención de los historiadores de la iglesia española. No ha sido escasa la que se le ha prestado al conocido como «cura Mora». Tras el estudio de P. Drochon, 'Un curé libéral' sous la révolution de 1868. D. José García Mora' (Les Mélanges, tome VI, 1970, révue de la Casa de Velázquez, Madrid, 1970), artículo que Clara E. Lida e Iris M. Zavala incluyeron ese mismo año en 'La revolución de 1868. Historia, Pensamiento, Literatura' (Nueva York, Las Américas Publising Company), aparecieron dos biografías suyas. La primera, con escasa fortuna, de Diego Bláz-quez Yáñez, 'El cura Mora, liberal y cismático, en la Alta Extremadur (1983). La segunda, mejor desarrollada, de Fulgencio Castañar, 'El cura Mora, un sacerdote liberal y republicano en la España del siglo XIX' (Cáceres, Veragredos, 2018).
Doctor en Teología y Derecho Canónico; autor de novelas, apologías y ensayos religiosos y sociopolíticos; fundador del semanario crítico 'Los neos sin careta' y hombre de iniciativa, Mora creó la revolucionaria «Iglesia cristiana-liberal de Villanueva de la Vera», parroquia a la que llegó tras haber ejercido algún tiempo en Piornal. Preocupado por tanto por los intereses espirituales de sus feligreses, como por la mejora material de los mismos, se vio envuelto en sonadas polémicas con los caciques locales y con el obispo de la diócesis placentina.
Fulgencio Castañar (Villanueva de la Vera, 1945), catedrático de literatura y escritor, vuelve sobre la personalidad de tan polifacético personaje, al que se ha propuesto dedicar una trilogía novelada, 'Sueños de un redentor', cuyo primer volumen acaba de aparecer. En 'Retablo de gente insignificante', la entrega inicial, se reconstruye el entorno espaciotemporal donde va a desarrollarse el ministerio de tan ilustrado cura. El autor conoce perfectamente la geografía, arquitectura e historia de los lugares referidos, a la sombra de Gredos, con topónimos reales o inventados. (Recordemos su estudio antropológico 'El Peropalo. Un rito de la España mágica'. Mérida, ERE, 1986).
A través de protagonistas tan humildes como bien caracterizados, nos sitúa en aquel paradisíaco valle del Tiétar donde, a mitad del XIX, continuaban imperando usos, costumbres, leyendas, valores y normas de conducta tradicionales, fuertemente conservadoras, aunque no faltan partidarios del liberalismo renovador. El uso de términos arcaicos, arraigados en la cultura agroganadera de la hermosa comarca, e incluso el manejo de una fonética popular en no pocos casos, contribuye a bocetar aquel marco sociológico.
Hasta allí llega, durante el gobierno conservador de Narváez, don Senén, trasunto de Mora, un sacerdote treinteañero, culto, inteligente y sensible, pero que aún parece más preocupado por las consecuencias negativas de las desamortizaciones, el laicismo galopante o los ataques a la Santa Sede. Pronto habrá de enfrentarse a problemas difíciles (enterramiento de un suicida, entredicho y reconciliación del camposanto, matrimonios prematuros, prepotencia de las autoridades pueblerinas), ante los que se muestra menos sensato que su misma hermana o el viejo coadjutor, D. Basilio, más próximos a la «gramática parda» de los supervivientes. Ya llegará el momento de su transformación ideológica.
Por lo pronto, le ganan en protagonismo personajes como tío Tasio, con sus sueños, pálpitos y barruntos proféticos; el tío Ginés, recio campesino a quien un mulo pone en trance de muerte en la era; Alberto El Cojo, zapatero remendón con ímpetus revolucionarios; Macario, el niño bobo de cada pueblo; Luis, representante de la juventud más clásica o el iracundo lobero Benigno, El Amontesao, cuyas intemperancias conducen a la tragedia.
Castañar, maestro de las palabras, construye su excelente discurso alternando voces múltiples: la del narrador omnisciente, el diálogo, los soliloquios de diferentes personajes e incluso el supuesto «diario de un cura de aldea» (no olvidemos al Bernanos del 'Journal d'un curé de campagne'), que el buen cura comienza a escribir y va reproduciéndose en determinadas páginas. Hegemónicamente coral todavía, esta parte primera traza bien las coordenadas por donde ha de conducirse la prometedora trilogía.
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