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Iñaki Ezkerra
Sábado, 24 de febrero 2024, 10:51
La fórmula novelística de Eduardo Mendoza siempre ha consistido en burlar las convenciones rígidas de los géneros. Siempre ha sabido introducir ingredientes serios en sus ... novelas más hilarantes ('El misterio de la cripta embrujada', 'El laberinto de las aceitunas'…) e ingredientes hilarantes en sus novelas más serias, que son las de carácter histórico: 'La verdad sobre el caso Savolta', 'La ciudad de los prodigios'… Es esa inteligente inversión de las dosis de comicidad y dramatismo narrativos, según tocara el registro ligero o el más enjundioso y armado, lo que le ha librado de ser considerado un humorista o un autor aburrido. Hay una tercera vía, que es la de la trilogía protagonizada por su alter ego Rufo Batalla, en la cual probó a mezclar una rocambolesca carga de ironía con aspectos de un realismo autobiográfico y también político de la España contemporánea.
Descrito este contexto de la narrativa mendociana, a lo que más se acerca 'Tres enigmas para la Organización', su nueva entrega narrativa, es a las peripecias desopilantes de la primera época. Ya en las primeras páginas aflora de modo reconocible aquella chispa desenfadada y gamberra de 'El misterio de la cripta…' a la hora de presentar a sus personajes con diálogos imposibles. Sin embargo, el escritor no se ha quedado quieto en los años 70. Sabe que el género negro ha cambiado y que al detective que actuaba en soledad, resolviendo casos por su cuenta y riesgo gracias a sus agudos métodos deductivos, le ha sucedido con frecuencia la trama policíaca que se resuelve en equipo en el que no faltan forenses y analistas de ADN. Es esa colectivización de la investigación criminal la que ahora convierte en diana del sarcasmo novelesco. En esta ocasión, Mendoza multiplica hasta el delirio no ya los casos policiales que se han de resolver –que también– sino el número de agentes que se van a hacer cargo de ellos y que constituyen una impagable fauna sociológica que ubica en la Barcelona de 2022.
A ese carácter estructuralmente paródico del argumento se añade una esperpéntica y jugosa peculiaridad: el anacronismo. La Organización que ha de abordar la investigación criminal es un rancio y extemporáneo residuo burocrático del franquismo, que ha sobrevivido misteriosamente en la etapa democrática acaso gracias a su marginalidad, atravesando grandes apuros económicos y ocupando un fantasmagórico edificio de oficinas a las que no acude casi nadie y que se encuentra en las proximidades del barcelonés y céntrico Paseo de Gracia.
Pero no solo es anacrónica la sede de esa Organización, a la que quien acude lo hace procurando no ser visto, sino también el propio y variopinto personal que trabaja para ella y que no cuenta con el sofisticado equipamiento que se le supondría para sus múltiples y peligrosas misiones. Dicho personal constituye una colorista galería de ejemplares únicos: Buscabrega, un anciano enjuto que no se afeita y viste como un mendigo; Pocorrabo, un tipo mofletudo, de piel rosada y unos ojos bovinos acentuados por una «gruesa capa de rímel»; Boni, la chica amante de los disfraces; Grassiela, la típica mujer madura de perrito y aspecto distinguido; Monososo, el joven de origen japonés que es un reputado experto en el arte de la falsificación; Chema, el jorobado vesánico que, cuando se irrita, se siente el increíble Hulk… En esa galería ocupa un lugar destacado y un papel introductorio en la trama argumental Vicente Marrullero, el nuevo agente, que tiene un oscuro pasado carcelario y al que le ponen por un período de prueba el alias de Marciano.
Como se puede observar, Mendoza recurre una vez más a ese hábito suyo de poner nombres ridículos a los personajes literarios detrás de los que hay una desdichada y triste historia que los humaniza o que sintoniza con la clave costumbrista y con la crítica social que siempre se halla de algún modo presente en sus novelas aunque nunca comparezca teñida de moralina, ni conservadora ni progresista. Los casos a los que ha de enfrentarse esa insólita plantilla son tres: el hallazgo de un cadáver en un hotel de las Ramblas, la desaparición de un millonario en su yate y la «inquietante» estabilidad de los precios de una empresa llamada Conservas Fernández durante un año. Sin duda, uno de los hilarantes hallazgos de esta novela es que una mente policial vea un caso sospechoso en una marca conservera que mantiene sus precios, insensible a la inflación.
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