Ha querido la casualidad que en el corto espacio de tiempo de un par de semanas se me hayan juntado dos lecturas que curiosamente tienen ... en común el tratar desde una perspectiva evocadora y femenina la caída de los regímenes comunistas de dos países europeos tras el desplome del muro de Berlín: Albania en el caso del libro de Lea Ypi Libre y Rumanía en el caso del que traigo hoy, 'La casa limón', de Corina Oproae (Transilvania, 1973). Si no me acerco al de la escritora albanesa (aunque el libro esté escrito en inglés) es porque ya ha pasado algún tiempo de su publicación y prefiero hacerme eco de novedades que puedan interesar al lector en este momento, pero ya advierto que no se trata en absoluto de un libro desdeñable; de hecho me parece superior al que comentó hoy y debiera prestársele atención si es que aún no lo han leído. Luego, cuando he investigado acerca de esta curiosa casualidad, me he topado con que la semejanza a la que me referido afecta también a otra obra, 'Luciérnaga', en este caso de la autora bielorrusa Natalia Litvinova, curiosamente galardonada también, esta con el premio Lumen. Se trate de meras causalidades o, como más bien lo veo yo, conjunción de voluntades, parece que el recuerdo proyectado desde la infancia y pergeñado con mirada femenina se ha hecho un indudable hueco en el panorama narrativo del momento.
'La casa limón' ha sido escrita en castellano y ha conseguido el Premio Tusquets de novela de 2024. Corina Oproae estudió Filología Inglesa e Hispánica en su país de origen, y en 1998 se estableció en Cataluña. Ha publicado en castellano libros de poesía y en catalán un curioso ensayo de reflexión poética sobre el hecho de escribir precisamente en una lengua que no es la materna y ha traducido al castellano a algunos de los más importantes poetas rumanos de los siglos XX y XXI. Nuestra novela de hoy debe su título a la vivienda familiar que la narradora evoca en primera instancia antes de mudarse (intuimos que obligatoriamente) a lo que cabría pensar que son viviendas sociales uniformes («cajas de cerillas» como se las denomina en la novela), edificios todos del mismo y monocromo gris desvaído frente a la tonalidad amarilla de la que habitaban y que combinaba con otras de color diferente que, permitía, es fácil intuir, una cierta singularidad. Tras abrirse con una esclarecedora cita de la gran Louise Glück, («Miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria») nos adentramos en las tres partes de las que la novela consta, muy dispares en cuanto a número de páginas. En la primera, con un tono profundamente lírico y matices lastimeros, se nos habla de la creación de un espacio particular, bajo la mesa camilla del comedor familiar, donde una niña instala una especie de «castillo» con paredes formadas por libros que va leyendo y que terminan por conformar el espacio donde recluirse y del que, a la vez, extraer los mecanismos de fuga (literaria, claro) que le sirven para buscar su lugar en el mundo La segunda parte, el auténtico meollo de la narración y la más extensa en páginas, conjuga esa fantasía que recrea en su interior con los hechos y protagonistas reales de su historia, los del ámbito familiar y los que suceden –como en un segunda plano que el lector ha de deducir– en la Rumanía de los años 70 y 80 hasta la caída del régimen. La desaparición «física» del mismo se produce en a tercera parte (algo apresurada) con la muerte del dictador Ceaușescu.
La gran aportación de la novela, a mi modo de ver, es la funcionalidad de disolver el lenguaje de claro tono poético empleado por la narradora (una niña en trance de crecimiento) producto seguro de sus lecturas, pero también de su particular forma de ver el mundo (en ese sentido, la autora acierte en conferir a esta voz un indudable tono de veracidad propia de una niña pequeña) en la narración de cómo afrontar las vicisitudes con que se va encontrando durante su crecimiento y maduración, en este caso curiosamente pautadas por una sensorialidad casi hiperestésica, y una concatenación fatal de sucesivas enfermedades, accidentes y muertes que van jalonando su trayectoria. Como siempre, topamos con el habitual problema de enfrentarnos a una única perspectiva, todo aparece narrado por una niña de la que ni llegamos a saber el nombre, pero aquí logra paliarse con el interés que provocan la medida exacta de los hechos narrados desde esa visión única infantil que todo lo cubre (y connota) y la aparición, si breve, de bien pergeñados personajes secundarios que apuntalan lo narrado (sus padres, abuelos, su hermanastra, compañeros de colegio y vecinas) tamizados, eso sí, por el modo mágico con que aborda las situaciones en las que intervienen, que contrasta, en otros casos, con la inclemente crudeza de las mismas. En suma, conviven la ternura y la inocencia de la protagonista con el ambiente opresivo, de violencias y delaciones, de las que no parece ser consciente, aliñado con la fractura familiar debida a enfermedades y muertes casi seguidas. Y ello se revela de forma palmaria en un momento dado de la narración: «Rememoro aquel verano como si las cosas no me hubieran sucedido a mí sino a otro yo ya lejano, como si las historias en sí no fueran reales, sino invenciones de una adolescente que lee libros con fruición». Una voz sincera, en fin, incapaz de explicarse ese mundo en que se ve abocada, y cuyo relato, desde su punto de vista, se nos antoja tan conmovedor.
La casa limón
Corina Oproae. XX Premio Tusquets Editories de Novela 2024. Editorial: Tusquets. 256 páginas. 18 euros
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