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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 23 de diciembre 2023, 14:01
Nuestro recordado Ricardo Senabre cumplía a rajatabla la norma que él mismo se impuso acerca de no escribir jamás reseña alguna de sus escritores amigos ... o conocidos. Y más extremadamente, el otro día reseñaba yo aquí un libro de Eduardo Moga –a la sazón, lo confieso, amigo mío– en el que el autor catalán rememoraba a un autor, creo que escocés, no tengo el nombre a mano, que decía reseñar libros sin leerlos para así evitar contaminarse del estilo. Digo esto porque a veces los que nos dedicamos a las reseñas nos encontramos en la tesitura de tener que hablar de libros de amigos (a veces muy amigos) que, por lo demás, son personas entrañables, con lo que podemos sentir cierta presión. Afortunadamente en mi caso me encuentro siempre con que esos amigos entrañables que uno tiene son también excelentes escritores y las palabras casi que van saliendo solas, sin apremios ni imposiciones de ningún tipo.
Ni que decir tiene que el ejemplo de hoy es lo suficientemente ilustrativo: Elías Moro (de Madrid, 1959, pero en Mérida casi toda su vida) es ya un viejo conocido de estas páginas y de nuestra literatura; un fervoroso escritor y lector, un hombre cariñoso con todo cuanto le rodea, lo que le permite siempre redactar una nota fina y agradable, teñida de ese humorismo, tan típico del inolvidable Ramón Gómez de la Serna, aunque más cálido que el inmarcesible inventor de la greguería. Si se piensa, buena parte de los libros de Elías Moro se componen de estas reflexiones, de estos aforismos (que él en algunos casos ha llamado «morerías») y su escritura, en general, es una escritura que tira de la memoria, evocadora, asentada muchas veces en sus recuerdos y en sus vivencias particulares que, cuando se presenta ante nosotros, lo hace con una mirada sanamente distanciada y con la melancolía inherente que nos impregna el irrefrenable paso del tiempo.
'Mirar atrás' (título de por sí ya elocuente, como el lector entenderá) es, según confesión propia, otra vuelta de tuerca más a ese 'Me acuerdo' con el que casi inició su andadura literaria y ha ido revisando en ediciones sucesivas, tanto en formato libro como en su pujante y emotivo blog. El modelo (no pretende Moro ser original a este respecto) ya le venía de esos ejercicios literarios ('Je me souviens', que se inventara y desarrollara más veces el autor francés Georges Perec) a los que Moro aporta, ya digo, su particular dosis de cariño y nostálgico distanciamiento de las cosas que evoca. En una de las múltiples citas que orlan el libro Moro atribuye a Valle-Inclán esa vieja idea de que las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos. Y, aunque yo en mi impericia la he visto o pensado atribuida a otros autores, me da igual, porque es una verdad incontestable: nuestros recuerdos son los que priman y si las cosas no fueron así nosotros nos obstinamos en que así fueran; porque son nuestras, porque las vivimos, y porque tenemos el perfecto derecho de evocarlas como nos dé la gana.
En este pequeño pero muy elegante libro que nos ofrece volvemos a esas andanadas de evocaciones, la mayor parte de ellas anidando en la infancia, pero también mezclándose muchas veces con visiones, ni siquiera sesgadas sino, en realidad, muy originales, dada la perspectiva que el autor adopta en su rememoración. No es necesario, por supuesto, meterse el libro de un tirón: se abra por donde se abra seguro que vamos a encontrar cosas que reconocemos de nuestra vida cotidiana y evocaciones que nos son muy cercanas, si transcurrieron en un tiempo cada vez más lejano. En realidad creo que más bonito resulta ir espigando por sus páginas, aunque seguido podamos leerlas sin menoscabo porque fácilmente hallamos líneas temáticas que le confieren unidad y alejan el texto de la rememoración automática y desordenada; así notamos, por ejemplo, alusiones a fallecimientos de algunos de los más importantes escritores de la literatura universal (Tolstoi, Sylvia Plath, Hemingway, Stevenson...), otras veces se refiere a remembranzas de elementos de su infancia, anécdotas de sus padres (a los que recuerda con un cariño ineluctable) pero también todo tipo de curiosidades que pasan, más que por la mente, por un corazón enormemente grande y abierto donde anidan retazos de una vida muy vivida que cuando recuerda para nosotros nos invita abiertamente a compartir con él porque somos copartícipes de esa evocación: ¿quién de su (nuestra) generación no recuerda la publicidad del Netol, el linimento Sloan, el Baldosinín y tantos otros? Tanto positiva como negativamente la aparición de esas marcas publicitarias (algunas ya inexistentes) nos sitúa de nuevo en nuestra niñez, en nuestra trayectoria, sucesos que jamás tuvieron una importancia capital, pero que están ahí. Es imposible que cada recuerdo de Elías no vaya acompañado de nuestra sonrisa al leerlo, mitad resignación mitad melancolía. Moro mira atrás, pero sin ira; ¡qué fácil es meterse en un corazón tan grande que juega con la ventaja de conocer nuestras ganas de quedarnos en él para siempre! Y es que allí están guardados unos pequeños momentos de lo más felices, como todos queremos creer que han sido nuestras vidas. Por ello siempre queremos volver a donde todo empezaba.
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