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Sábado, 20 de enero 2024, 15:46
Desde ya, perdón por tan infausto título, aunque en mi desdoro pese que me valgo del juego que me permite la gastada dilogía con el ... verbo contar: en cuanto sinónimo de «narrar» –se trata, efectivamente, de dos libros de relatos– y de «tener en cuenta», pues ambas autoras, dada la calidad que sus escritos atesoran, deben figurar con pleno derecho en cualquier nómina (ya sin género, por supuesto) que se realice del actual relato breve en nuestras letras.
Una de las características que ha acrisolado la ERE entre sus últimas publicaciones ha sido acertar en sucesivos libros en lo que a esta modalidad se refiere; tras los buenos hallazgos encontrados en las obras de Victoria Pelayo o Dionisio López debemos sumar ahora esta estimulante entrega de toda una profesional del ámbito, con sólida y contrastada carrera a sus espaldas, como es Chelo Sierra (Madrid, 1961, pero afincada en Torremenga). 'El desorden del que te quejas' es una estupenda colección de dieciséis relatos de extensión parecida, entre las cinco y las quince páginas los más largos, que pugna (y consigue) no quedarse en mera baraja de textos, tal es la sensación de unidad que transmiten. En lo que se refiere a los asuntos tratados, aunque aparentemente se toquen diferentes temas, todos vienen concernidos, como se dice en la atinada nota de la contraportada, por su ubicación perfecta en estos desnortados tiempos que vivimos: maneras de asumir la vida, la pérdida o la muerte se van deslizando por estas historias de ambiente casi siempre urbano en el que se ven afectadas personas que mantienen relaciones dificultosas, o bien en pareja o bien en familia, o bien con otros elementos de su alrededor. Cada una de estas breves piezas constituye un mundo particular donde la calidad brilla en la práctica totalidad de ellas. Del mismo modo, les confieren unidad las alusiones más o menos explícitas o entreveradas a un curioso de epifanía final, protagoniza el relato que da cierre a la colección y completa y termina entonces por conferirle esa sensación de compleción que hemos ido apreciando con cada escenario tan abiertamente incierto como cada uno de ellos ha ido exponiendo.
Y es que otro detalle que apuntar en el haber es que todas las historias presentan un problema muy de nuestros tiempos, tan modernos, pero de una modernidad que nos inquieta no porque presente misterios al uso, sino porque es verdad que nos enfrentan con estas realidades nuevas que la vida –que cada vez más velozmente transcurre– nos va presentando. Aunque atenuada casi siempre por las buenas dosis de humor e ironía que destilan, no se nos termina de despegar esa sensación de desasosiego que nos acomete en la lectura de cualquiera de los aquí incluidos.
Por cuanto se refiere a Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) baste con decir que estamos ante uno de los ineludibles nombres que consolidaron el género del microrrelato en España y se ha convertido en una referencia inexcusable en la narrativa breve española actual. Nos llega ahora esta recopilación que, bajo el título de 'El hombre del espejo', agavilla ochenta y un textos cuya factura temática es, curiosamente, muy parecida a lo que hemos descrito a la hora de hablar de Chelo Sierra. Como si ambas autoras se hubiese puesto de acuerdo, los textos contenidos en el libro de la escritora vasca refieren también una realidad contemporánea que se nos muestra desde distintas perspectivas, esta vez, quizá, con un humor bastante más ácido y con una proyección más social que nos afecta a todos como ciudadanos. Asuntos como la sanidad, la burocracia o la política son revisados ahora desde presupuestos más generales que no hacen sino conformar la evidente carencia de ética y la poca profundidad de esos fundamentos generales que debieran sostenernos y cada vez lo hacen menos. Adobos kafkianos y hasta esperpénticos, un surrealismo desagradable, a veces casi incómodo, nos patean de lleno desde sus páginas. Otxoa, que lleva ya muchos años en esto, sabe recurrir a múltiples posibilidades estilísticas a la hora de transmitirnos sus acerados mensajes: cuentos que se zambullen en el realismo mágico, o provenientes del mundo de los sueños para, de alguna manera, desenfocar esa realidad turbia a la que se enfrentan y mutarla así en un espectáculo vano y grotesco que refleja, como los espejos, claro, lo que, en realidad, esa realidad no esconde, sino que es. Y, por supuesto, un lenguaje a la altura, que concita paradoja y literalidad, acerbo ataque y envolvente ternura. Como Raquel Velázquez pone de relieve en el acertadísimo prólogo de esta edición la mirada de Otxoa sobre la realidad circundante no puede quedarse en el realismo estricto, sino que necesita «de lo absurdo, lo surrealista, lo extraño, lo maravilloso, lo fantástico o lo distópico» para sostenerla.
Dos libros afortunadísimos, dos mujeres que cuenta en todos los sentidos. Ojalá que por mucho tiempo esto no haga sino crecer.
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