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Martín Carrasco
BADAJOZ.
Viernes, 16 de febrero 2024, 23:12
Tiene razón Carlos Bunga (Oporto, 1976) cuando afirma que vivimos obsesionados con la eternidad. «Estamos –dice– constantemente intentando congelar el tiempo y poniendo énfasis en ... conservar las cosas cuando constantemente están cambiando». Este concepto sobre lo transitorio y frágil de la vida enhebra buena parte de su discurso estético, y también vital, identificándose con la condición de 'nómada', no en vano ha sabido sublimar vivencias dolorosas: la huida de su madre a Portugal durante la guerra de independencia de Angola, con su hermana de dos años y embarazada de él; las estancias en centros de acogida, en casas de materiales pobres, perecederos… que moldearán su mirada en torno al 'refugio' como espacio de protección.
Performance. Mi relación con la obra de Carlos Bunga es curiosa, algo deslavazada, que guarda sin embargo recuerdos indelebles de lo poco que he visto con anterioridad a 'Performar la naturaleza', esta interesante antológica que pueden disfrutar en el Museo Helga de Alvear, comisariada por Sandra Guimarães. En este mismo Museo contemplé alguna de sus 'cajas casa' y la pieza 'Espacio escénico' (2010), que formó parte de la muestra temática 'Más que espacio'; también obras en ARCO, en el stand de Elba Benítez, su galería madrileña, o hace ya dos primaveras la instalación 'Contra la extravagancia del deseo', en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro, cuya 'arquitectura' conecta con la instalación 'Desplazar el paisaje' (2024), que mutó en ruina al demolerse el día de la inauguración por acción de una performance del propio artista.
Artista: Carlos Bunga.
Lugar: Museo Helga de Alvear. Cáceres.
Comisaria: Sandra Guimarães.
Fecha: Hasta el 12 de mayo.
Pregnancia. Me pregunto qué es lo que hace memorables mis recuerdos sobre la obra de Carlos Bunga, quizás sea su capacidad para dotar de «pregnancia» materiales tan frágiles como el cartón, o incluso sorprende el hecho de que nos interpelen, estando entonces más cerca de la experiencia, y por eso resultan más difíciles de olvidar.
Arquitecturas nómadas. Para Sandra Guimarães, directora artística del Museo Helga de Alvear, «'Performar la naturaleza' reflexiona sobre las temporalidades y cualidades vivas de la naturaleza, ligadas a una dimensión ineludiblemente ética: la cuestión de cómo vivir en y con ella. Como una reverberación de las arquitecturas nómadas –esas perecederas construcciones de cartón, precarias en su factura, colmadas de resistencia política– que han conformado el núcleo de la obra de Carlos Bunga». Además, con el aliciente de que muchas obras nunca han sido expuestas anteriormente.
Simbiosis. Se nos olvida por otro lado que somos elementos integrantes de la naturaleza. El problema está en que siempre nos hemos sentido superiores. Carlos Bunga posee el anhelo de alcanzar una simbiosis entre hombre y naturaleza, para ello es necesaria una actitud de resistencia frente «a todo aquello material que nos rodea y aleja cada vez más de la esencia espiritual». Y precisamente la instalación 'Habitar el color' (2024), realizada ex profeso en la Planta -1 del nuevo edificio, consigue envolvernos en la espiritualidad de un espacio resignificado por mor de una tierra anaranjada, lunar y mágica, por la que podemos adentrarnos descalzos. Así, como público, completamos la obra formando parte de la misma, que deja de ser 'objeto' para convertirse en experiencia.
Campo expandido. Creo que el quehacer artístico de Carlos Bunga refleja una 'imagen' paradigmática del concepto «campo expandido», feliz término de Rosalind Krauss para hibridar la pintura con la arquitectura, la escultura, la instalación, la performance, el vídeo... rompiendo de este modo con los encorsetamientos propios de los géneros. A lo largo de 'Performar la naturaleza' descubrimos un despliegue de alfombras bañadas en pintura convertidas en escultopinturas, y una serie de dibujos de árboles, de fines de los 90, de trazo zen. No faltan 'cajas' de diferentes medidas recubiertas también de pintura –muy matéricas–, habitáculos que acumulan el decurso del tiempo en craquelados, o que huelen a cera y miel y en donde se adivinan hojas y ramas secas… Siempre esa fascinación por la transformación y el cambio.
Por último, de los techos de una pequeña sala cuelgan unos 'nidos', porque Carlos Bunga se siente «más cerca de un pájaro que construye su nido que de un arquitecto».
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