Oración americana

'Una liturgia común' comienza con un torrente de información que casi adopta la forma fría y precisa de un informe. Detrás de él está una estadounidense, Grace Strasser, narradora reticente que asegura no jugar «ningún papel» en la historia que cuenta y ofrece una descripción veloz y reveladora del lugar donde vive, Boca Grande, república centroamericana que acumula los tópicos de la zona y la época: gobierno autoritario, infiltración de potencias extranjeras, sol, corrupción, violencia latente y expatriados dignos de Graham Greene tomando cócteles bajo las palmeras.

Grace sabe de lo que habla porque al casarse entró a formar parte de la familia que controla el país. Tiene acceso a los despachos, los salones y la información privilegiada. Ante los ojos del lector, en su relato va creciendo la presencia excéntrica de una compatriota llamada Charlotte Douglas, 'la norteamericana', cuya figura poderosa se impone como un misterio a resolver. Alojada en el hotel Caribe, Charlotte actúa de un modo extravagante, flirtea con los poderosos locales y ofrece versiones contradictorias de su propio pasado. En ellas hay sin embargo algunas constantes problemáticas: un marido con negocios turbios relacionados con las armas y una hija perdida a la que la narradora da en un momento por «entregada a la Historia».

Ese particular sacrificio es en cierto modo el corazón del libro. Como sucedía en 'Pastoral americana', la hija de Charlotte arruina su destino privilegiadamente estadounidense, y todas las certezas de su entorno, abrazando la violencia política. Grace termina haciendo de la reconstrucción de esa historia —y de la redención de la figura de 'la norteamericana'— un asunto personal. Eso consigue que la novela se transforme, creciendo a medida que avanza, en un diálogo entre dos mujeres que asisten al desmoronamiento de sus respectivos mundos. La relación entre las protagonistas consigue ser al tiempo emocionante e inclemente, que son nada casualmente dos características de la mirada de la autora. Didion brilla en el manejo de una narradora precisa y contenida, en la composición de magníficas escenas incidentales y en la creación de un escenario como Boca Grande en el que el tiempo parece denso y estático, pero en el que todo avanza, igualmente, hacia el estallido.