JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
Sábado, 21 de octubre 2023, 11:25
Tenía cincuenta años Donna Leon (nacida en 1942, en New Jersey), cuando comenzó a escribir los casos del comisario Brunetti. Después de andar errante por ... el mundo (había sido guía turístico en Roma, profesora de inglés en Irán, Arabia Saudí y China), se había asentado en Venecia y tuvo el acierto de convertir esa ciudad en escenario de unas novelas policiales que comenzaron como novelas problema, un poco a la manera de Agatha Christie, con 'Asesinato en La Fenice', y que en seguida derivaron hacia novelas denuncia de la corrupción, la desatención ante el cambio climático, los problemas de la emigración y otros tópicos del pensamiento progresista contemporáneo.
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Tras ese título inicial, Donna Leon ha seguido publicando una investigación de Brunetti por año. Ella se cansó de Venecia, mucho antes de que el público se cansara de su comisario veneciano. Ahora vive en Suiza, donde se dedica a cultivar su jardín en una casa junto a los Dolomitas, colaborar con la orquesta Il Pomo de Oro (es una apasionada de la ópera y de la música de Handel) y a investigar sobre los asuntos que le servirán para la entrega anual del comisario.
Aparte de esas novelas de gran éxito comercial, Donna Leon ha escrito muy pocos textos y casi todos por encargo. 'Una historia propia' se presenta como autobiografía, pero en su mayor parte no es más que una serie de artículos de corte costumbrista. La parte más interesante es la primera, 'Estados Unidos', con un distanciado tono humorístico que no suele abundar en los recuerdos de infancia. Destaca 'Moo', el capítulo dedicado a la madre. «Era una mujer a la que le gustaba fumarse un cigarrillo y tomarse algo», comienza.
Autor: Donna León
Editorial: Seix Barral, Barcelona. 2023
Páginas: 272
Precio: 18,52 euros
'En la carretera' nos habla de las estancias como profesora en Irán, China y Arabia Saudí en unas páginas desmitificadoras y quizá algo superficiales. En 1981 pasa a trabajar en una base norteamericana situada a una hora de Venecia. Y se le ocurrió utilizar la mítica ciudad como escenario. Y ahí cambió su suerte. La profesora errante se convirtió en novelista de éxito.
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'Italia, ti amo' se titula el primer capítulo de la siguiente parte. «Es cierto, pero ya no quiero vivir contigo», comienza. Y luego explica: «No quiero compartirte con cruceros ni con treinta millones de turistas al año».
Los cruceros que atracan en la estación marítima de Venecia atravesando el canal de la Giudecca son una de las bestias negras de Donna Leon, como de la mayoría de los venecianos. Simplifica un poco, y parece que exagera: unos amigos le muestran una grieta en la pared de su dormitorio, caudada por el paso de los cruceros, por la que entra la luz exterior (si fuera así, el edificio correría riesgo de derrumbe y debería abandonarse de inmediato). Afirma que los cruceros le proporcionan a la ciudad «ciertas ganancias económicas, ya que los pasajeros compran alguna que otra cosa y pastan en pizzerías y puestos de bocadillos antes de volver a bordo a comer y dormir». Otro es el beneficio que proporcionan a la ciudad: atracar en el puerto esas inmensas moles no resulta precisamente gratuito. Los venecianos –y Donna Leon es su más tópico portavoz– razonan a menudo como la paloma de Kant que pensaba que sin la resistencia del aire podría volar más libremente olvidando que es el aire lo que le permite volar. Sin turistas, hace tiempo que Venecia sería solo un montón de ruinas. Los venecianos la abandonan porque es hermosa para unos días, pero inhóspita para residir habitualmente en ella.
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Donna Leon hace tiempo que la dejó por Suiza y solo vuelve para visitar a alguna celebración en la mansión de algún amigo o para las fotos promocionales del lanzamiento de cada nuevo Brunetti. No parece cierta la leyenda de que no permite que se traduzcan sus novelas al italiano para poder hacer anónimamente su vida en la ciudad. Sus novelas venecianas no interesan demasiado a los venecianos, son novelas para los turistas, para quienes han pasado o sueñan pasar por Venecia.
Los capítulos venecianos del libro defraudan un poco. 'Von Clausewitz en Rialto' dedica demasiadas páginas a describir algo tan trivial como las ancianas que se cuelan en los puestos del mercado de Rialto. 'Wagner' nos cuenta el encuentro con un admirador que quiere regalarle unas entradas para el festival de Bayreuth; 'El capuccino perfecto' enumera locales venecianos en los que trata de encontrar el mejor capuchino; aprovecha para dejar constancia de la decadencia de la ciudad, de su odio a los Starbucks y de su xenofobia: «Había una cantidad creciente de bares regentados por chinos, pero daba por sentado que si la comida de los restaurantes chinos era siempre mala, a pesar de haber tenido un par de milenios para trabajarla, no había que fiarse de sus capuccini, ¿no?»
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Una obra menor, muy menor, esta de Donna Leon, en la que hurta, por elegancia quizá, aspectos fundamentales de su vida. Pero también, acá y allá, encontramos afirmaciones sensatas. Tras declarar que la música le proporciona «un placer sin medida», confiesa que está cansada de la música: «Estoy harta de oírla por todas partes: mientras espero a hablar con la compañía eléctrica, mientras espero que llegue el tren o a embarcar en un avión o cuando hago cola en la oficina de correos o ceno en un restaurante». Pero Handel –añade– sigue proporcionándole «un placer infinito».
La mejor Donna Leon –una eficaz narradora comercial más que una destacada escritora– la encontramos en los rasgos de humor y en capítulos como 'Abejas' (las abejas tendrán un papel importante en su novela 'Restos mortales'), historia de una obsesión, o en 'Tigger', dedicado a un gato callejero. Sin Venecia, esa Venecia que es un imán para los turistas, Donna Leon pierde buena parte de su encanto.
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