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Enrique García Fuentes
Viernes, 21 de junio 2024, 23:29
Alegría de ser poeta», proclamaban entusiasmados los entrañables ultraístas por la revista señera Vltra a comienzos de los años 20 del pasado siglo. Y si ... me viene esta imagen ahora a la cabeza es porque tal vez no haya conocido a nadie con más proximidad a ese aserto que Carlos Reymán Güera (Rhede, Alemania,1971-Badajoz, 2021) cuya injustísima obra póstuma nos ocupa hoy. Como el personaje de Don Quijote, empeñado en ser un caballero andante, Reymán, hombre de tantas profesiones, de tantos tanteos, de tanta mala suerte, casi siempre con la vida cuesta arriba, siempre quiso –y al final creo que lo logró cabalmente– ser poeta, ser escritor. Ya se dice algo de ese encono, de ese regocijo, en el encendido pero ajustado prólogo que la profesora Maribel Rodríguez Ponce coloca antes de este 'En existencia', pero ya estábamos muchos convencidos, y no solo los que tuvimos la inmensa suerte de conocerlo y tratarlo, de que lo suyo era un caso de vocación rayana casi en lo obstinado; los mismos que nos vinimos abajo cuando nos dejaba justo cuando el fruto de lo que tan ardua como ardidamente había sembrado estaba empezando a asomar pletórico y con convencimiento.
La obra publicada de Reymán es breve pero variada, por cuanto a que se acercó tanto al relato largo como al cuento, el aforismo o la poesía, aparte de participar también en otros tipo de colaboraciones. De 2016 es el «volcánico» 'Demagogias', publicado por la valiente editorial Libros de Mesa; una miscelánea de caminos por abrir, de dudas que querer resolver, de ímpetus por canalizar. Se confirmó con 'Recurrencias' (2020, De la luna libros en su acreditada colección 'Lunas de oriente'); un libro más maduro, más estructurado, que logró enhebrar sin que rechinasen nunca sus dos temas esenciales: la vida y la literatura en necesaria aleación. El año siguiente aparece el guion de 'Camarón, dicen de mí' (Desacorde ediciones), novela gráfica que ilustra Raulowsky. Como cuentista tenemos 'La niña de los galgos' (2017, con los dibujos de Mónica Ortiz García) y una trilogía de 2019 inexplicablemente inédita aún: 'En la ciudad aburrida (I)', 'Esta casa es un poema (II)' y 'Ming, una gata muy valiosa (III)' Poco, pero todo muy reivindicable.
Lo que primorosamente edita ahora la ERE son sus últimos esfuerzos, sus palpitantes tientos –probablemente no modelados del todo al gusto de como el autor hubiera querido– pero ebrios en su mayor parte de esa sinceridad, humildad respetuosa y convencida, a más de esa bonhomía latente que impregnaba aquello cuanto hacía, producto seguro de su atenta manera de interesarse por cuanto le rodeaba. Ya se dice en el mencionado prólogo: «Uno de los hilos que atraviesa toda la obra de Carlos Reymán es la observación atenta y verdadera de lo cotidiano, del mundo, de las personas», para rematar más adelante: «Se fijaba mucho en la gente corriente como él, como nosotros y nosotras, siempre con una profunda compasión por las debilidades humanas, con mucha ternura, dispuesto en todo instante a dejarse impactar por la belleza de las cosas y por lo que pudiera haber de trascendente en nuestras experiencias más básicas, más rutinarias y por encima de todo con una pasión absolutamente desbordante por la literatura». Aquí reside la clave de un hombre que, ante todo, quiso ser escritor. Lector voraz y generoso al reconocer explícitamente sus influencias, agradecido con los muchos que le inspiraban y cuyas lecciones exhibe diseminadas por sus escritos: referencias literarias bien asumidas, leídas con atención y, por encima de todo, sabiamente filtradas para compartir luego con lectores tan entregados como lo era él.
Una cincuentena larga de poemas conforman este libro vivencial, monstruoso y amable, tal vez por estructurar aún, pero rebosante, no me cansaré de decirlo, de sinceridad a la hora de acercarse a los asuntos que toca: los de siempre, el amor, la familia, la literatura, la muerte, la sociedad que nos rodea. En la forma el autor gusta del verso libre o blanco (ojo a esos dos estupendos sonetos que, quizá no caprichosamente, llevan dos títulos tan explícitos: 'Heteronimias' y 'Autorretrato'; y a otro tercero: el típico ejercicio de estilo al que todo aquel que se tiene por poeta se somete), a veces el poema en prosa. Sigue su facilidad para el juego de palabras («barco bolero», «cuerpo jazzente» o en los estupendos 'Microclima' y el 'Poema en Brossa'). En los temas, ya aludidos, serena contemplar que Reymán tiene las manos limpias siempre y si ha de hablar de miedos e incertidumbres prefiere las de los que le rodean, a quienes con amorosa insistencia acoge siempre, casi antes que las suyas. Su evidente conciencia ante las injusticias sociales se deja ver a lo largo de toda su producción; pero sin manifiestos ni declaraciones de principios ('El gris', 'Un dios renace'). El amor, la familia (sus pérdidas 'Madre', 'Mi padre me suelta de la mano', e incluso el tierno 'Campanillo') y su hija Lucía, acaso menos protagonista aquí que en libros anteriores, aun así ahí quedan 'La pensadora' o 'Audiometría'. Y lo literario siempre, deslizándose como intertexto u ocupando del poema por entero ('Sala de espera', 'Acuse de recibo', 'El María Moliner', entre otros muchos). Llamo la atención sobre dos que sintetizan perfectamente esa idea de que no había Reymán sin la aleación constante de vida y literatura: 'El cielo de septiembre' o 'Los tres piropos'.
Todas las ausencias inesperadas son injustas; pero la de Reymán, que tanto podría habernos dado ahora que por fin se lanzaba diáfano y sincero a la creación, nos mortifica especialmente. Nos queda su vida en estos textos, quedémonos con todo.
Carlos Reymán Güera. Prólogo de Maribel Rodríguez Ponce. Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2024. 115 páginas. 10 euros.
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