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José Antonio Llera. HOY

Poética locura

Relatos. 'Una danza con los pies atados' son más de cuarenta breves capítulos que construyen una suerte de novela coral cuyo avance va siendo propulsado por un conjunto de diferentes voces que bailan alrededor de la locura y sus secretos

Enrique García Fuentes

Viernes, 20 de diciembre 2024, 23:09

Más que florecida está la generación literaria extremeña que podríamos denominar como «del cambio de siglo»; los Antonio y Luis Sáez, Juanra Santos, Julián y ... Javier Rodríguez Marcos, Chema Cumbreño, Pilar Galán, Carmen Hernández Zurbano, Fran Rodríguez Criado, Antonio Reseco, Irene Sánchez Carrón, Daniel Casado y otros nombres más que a lo mejor ahora no me vienen a la memoria son, sin duda, el gran sustento de las actuales letras de aquí. Pongamos a su lado (porque, como trabaja fuera, a veces se nos olvida) a José Antonio Llera (Badajoz, 1971), profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, que lleva consigo un importante bagaje literario que afecta tanto a la poesía ('Preludio a la inmersión', 'El monólogo de Homero', 'El síndrome de Diógenes', 'Transporte de animales vivos', 'El hombre al que le zumban los oídos' y 'Tanatografía'), como al ensayo y a la prosa en general, con una especial dedicación a ese género «diarístico» –que mezcla aforismos con sesudas y sentidas disquisiciones sobre lo literario, musical, pictórico y artístico en general adobándolo todo con particulares confesiones personales más íntimas– que resulta tan del gusto de esta generación. Títulos como 'Cuidados paliativos', que tiene su continuación en 'Estatuas sin ojos' lo avalan magníficamente.

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Ahora, en la colección 'Pulpas' de la siempre arriesgada editorial badajocense Aristas Martínez, nos llega la que tal vez sea su primera novela en el sentido más amplio de la palabra; de sugerente e imposible título, 'Una danza con los pies atados', y con una estructura que, de nuevo, remite a ese gusto fragmentario y mínimo al que acabamos de señalar como seña particular del autor y sus coetáneos. Digo esto porque el texto se nos presenta fraccionado en más de cuarenta breves capítulos que terminan por constituir una suerte de novela coral cuyo avance va siendo propulsado por un conjunto de diferentes voces que, por seguir el juego, bailan alrededor de la locura y sus secretos. Este es el tema central del relato, y quien realmente le otorga esa unidad es el hecho de que todo transcurra en el antiguo manicomio de Mérida (llamado así, Manicomio del Carmen; una terminología que casi no se admite ya hoy). Una tan inquietante como oportuna ilustración –en portada del libro– del siempre inmarcesible Domingo Frades (amigo del autor, a quien Llera se refirió cariñosa y admirativamente en sus dietarios) pone broche de oro a esta sugerente edición.

Ya en su interior asistimos a un viaje que tiene tanto de alucinante como de turbador. El mismo título, lo acabo de decir, remite a esa dicotomía a la que nos enfrentamos haciendo entrar en conflicto el obligado estatismo de la institución sanitaria donde todo transcurre (y de la que no se puede salir) con las inherentes e incoercibles ganas de seguir en movimiento, de sobrevivir a cualquier precio, que nos caracterizan como seres humanos. La singular y surrealista prosa de Llera, entretejida de alucinantes visiones de gran hondura poética (quizá contagio de su excelente estudio sobre el 'Poeta en Nueva York' de Lorca que disfrutamos hace poco en edición de la Editora Regional –Donde meriendan muerte los borrachos: lecturas de 'Poeta en Nueva York'–), así como los continuos cambios de voz narrativa (ora en manos algunos de los ingresados en la institución, ora de cuidadores, familiares o allegados, ora, el principal, del médico ayudante de dirección –de sólida y moderna formación académica– a quien acompañamos en su deriva cada vez más desilusionada y amargada) obligan al lector a estar atento para que, en la medida en que pueda, logre recomponer el puzle que estas piezas –no tan aisladas entre sí como pudiera parecer a primera vista– van sugiriendo. El alucinado discurso de la mayor parte de los intervinientes termina por diluir muchas veces las ya de por sí tenues fronteras entre realidad y ficción, entre la razón y la locura. Y lo mismo nos acercamos al conocimiento y crítica de los diferentes tratamientos (bestiales se nos antojan hoy) de la enfermedad mental en España en los años que la acción abarca (tal vez comienzos del siglo XX, pero también se alude a la República, la Guerra Civil y la posguerra, con mención explícita al fallecimiento de Ortega y Gasset, que ocurre en 1955) como que nos asombramos de las peripecias particulares, contadas con un realismo visionario casi siempre sorprendente, que nos refieren los enfermos cuando asumen el papel de narradores. Como en un momento de la obra se nos dice: «Hay que considerar a los locos como poetas que no han sabido o no han podido hacer de su vida el poema indispensable». Una reconfortante manera de utilizar, una vez más, lo poético, como cuidado paliativo primordial de la enfermedad mental y física del hombre a lo largo de los tiempos.

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