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J. Ernesto Ayala-dip
Viernes, 23 de febrero 2024, 23:26
La semana pasada me llegó un libro extraño, por lo menos para mí. Se trata de 'La radio puesta', del novelista madrileño Javier Montes. El ... libro me extrañó porque cuando se anunció un próximo título del autor hace unos meses yo esperaba una nueva novela suya, que son muy buenas. Sin embargo, no esperaba un libro suyo sobre la radio, un artefacto que ocupa todos hogares, incluido el mío, pero que no soy de practicarla mucho. Porque la radio en realidad se practica. Montes nos enseña cómo y por qué.
Yo no soy mucho de radio, aunque cuando me levanto por las mañanas es lo primero que enciendo. Sintonizo dos emisoras, Cataluña Música y Radio Clásica, de RTVE. Hace unos días leí una entrevista a la escritora catalana Cristina Fernández Cubas en la que decía que ella escuchaba las dos emisoras que cité más arriba. Cuando en una de ellas se hablaba mucho, la cambiaba por la otra, y si ocurría lo mismo, entonces las apagaba. A mí me ocurre igual, «mucho rollo» me digo, las sintonizo sólo para escuchar música, la que sea, desde fados, clásica o música electrónica. Sin embargo, Javier Montes apunta a otra cuestión, que ya se percibe en el título de su librito. Una cosa es «poner» la radio y muy otra escucharla, aunque también generalmente. Cuando «pones la radio» muchas veces es para escucharla antes que para oírla. Y aquí Montes introduce otro concepto, tal vez el más importante: «pones la radio» porque te hace compañía. Una televisión no acompaña necesariamente. Tienes que poner atención, verla y oírla. (En los únicos lugares donde la TV no se oye ni se ve es en los bares, generalmente sólo funciona como ruido de fondo).
Sobre la radio, Montes cita a Walter Benjamin, que supo ver perfectamente el propósito de unir todas las cadenas de radio alemanas en un solo circuito de audición a efectos de que el mensaje de Hitler llegara a todos los hogares. Donde sus oyentes no convergían con el nazismo se escuchaban, además de hacer compañía, las emisoras alemanas que ofrecían música clásica y la BBC para saber cómo iba la guerra.
Nos apunta Javier Montes que en España la radio la escuchan unos doscientos mil oyentes. Eso es muy poco si lo comparamos con los cuarenta y pico millones de habitantes. Pero si hubiera un país muy pequeño con aquella cantidad de oyentes y habitantes, sería un país envidiable, donde los padres (esto lo agrego yo) no tendrían que preocuparse de que sus hijos estuviesen enganchados a las redes sociales con todas las inquietantes consecuencias que ello acarrea.
'La radio puesta' no llega a las 100 páginas. Pero es un ejemplo de reflexión sobre cómo necesitamos la radio, no sólo para informarnos, sino también para estar más cómodos con nosotros mismos. La escuchemos o la oigamos.
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