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Iñaki Ezkerra
Viernes, 8 de marzo 2024, 23:27
Entre las recetas con las que el género policíaco se anda renovando hoy en España, una de las consideradas como más comercial es la novela ... negra rural, cuyos antecedentes hay que buscarlos en el Plinio que creó Francisco García Pavón durante la etapa franquista. Por las vueltas que da la vida, y también la noria de las modas, entre el comisario Montalbano de Camilleri y la preferencia del 'noir' nórdico por los pueblos aislados en el hielo, ha acabado resucitando en nuestra novela el espíritu del pavónico 'munipa' de Tomelloso, con ejemplos bien ilustrativos como 'Aguacero' del extremeño Luis Roso o la 'Trilogía del Baztán' de la donostiarra Dolores Redondo. En este contexto se sitúa 'Bajo tierra seca', la novela de César Pérez Gellida que se ha hecho con el Nadal del presente año y que suma al cariz ruralista el propósito historicista, pues la acción se ubica en la España atrasada del primer tercio del siglo XX.
Estamos en la Extremadura de 1917; en la estación ferroviaria del municipio de Zafra, donde es detenido por una pareja de guardias civiles Jacinto Padilla, el capataz de una de las fincas más extensas de la región, que intenta darse a la fuga llevando consigo una bolsa repleta de dinero y joyas tras hacer arder en llamas la casa de Antonia Monterroso, su patrona y antigua amante. El lector no tardará en saber, gracias a una voz de omnisciente tercera persona, que esa mujer, conocida como 'la Viuda' y desaparecida tras el incendio, poseía, pese a su fuerza y corpulencia inusuales, una belleza salvaje, un carisma fatídico y un atractivo irresistible para los hombres. Durante el interrogatorio, Padilla asegura que había actuado obedeciendo las órdenes de 'la Viuda', con la que planeaba reunirse para iniciar lejos de aquellos parajes una nueva vida. El enigma criminal queda así planteado, de un modo nítido: o bien Padilla dice la verdad, o bien miente y ha asesinado a la propietaria de la rica finca con el propósito de iniciar esa nueva vida de la que habla, pero en soledad y por su cuenta.
A la pareja de la Guardia Civil que le ha echado el alto en la estación (Pedro Lobato, apodado Lobito, y Román Aguado) se va a ir sumando un llamativo elenco de agentes del Cuerpo, empezando por el teniente Martín Gallardo, que se halla en el puesto de vigilancia de Almendralejo y a quien se le encarga la investigación del caso. Es este el verdadero héroe del libro por su insobornable persistencia, su manera personal y heterodoxa de llevar la misión que se le ha encomendado, su oscuro pasado de veterano en la guerra de Filipinas y la empatía que, pese a su destemplado estilo, es capaz de inspirar en el lector, que desea para él un feliz desenlace en su aventura novelesca, así como en los líos en que se mete y que le complican su propia relación laboral con el Instituto Armado. El hecho de que sea un adicto al opio lo convierte de un modo innecesario y forzado en una suerte de Sherlock Holmes con tricornio que no resulta muy convincente, pese a tener un Doctor Watson en la figura del sargento Pacheco, que le ayudará en sus pesquisas. En ese amplio reparto de personajes, hay que aludir por fuerza a Sebastián Costa, un investigador privado que trabaja para una agencia barcelonesa y que compartió con Gallardo la durísima experiencia de la guerra de Filipinas. Las relaciones que Costa mantuvo con Antonia Monterroso tendrán su creciente peso en el argumento, y nos depararán más de una sorpresa.
Pese a los esfuerzos que deja ver el autor por dotar al texto de un serio encuadre cronológico, social y político; pese a las referencias a la pérdida de nuestras colonias de ultramar, a la guerra filipino-estadounidense y a la europea del 14 en la que España permaneció neutral; al hambre y al caciquismo como ingredientes insoslayables de la España de la Restauración, no se puede decir que estemos ante un 'noir' histórico, sino más bien lo contrario. Estamos ante «un relato ahistórico» en el sentido de que no tiene por objetivo reflejar la realidad del país en aquellos años, sino tomar estos como un escenario de cartón piedra costumbrista para una inverosímil ficción. Y es que resulta impensable que, en aquella Extremadura del 17, de un latifundismo forjado en la herencia de las viejas familias y reacio a la moderna competitividad productiva, pudiera siquiera aterrizar una advenediza con extemporáneos modales de empoderada hembra de la epopeya americana como Antonia Monterroso, dispuesta a prosperar y a sacarle a aquella tierra rentabilidad. Dejemos 'Bajo tierra seca' en 'noir rural'.
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