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Enrique García Fuentes
Sábado, 3 de febrero 2024, 13:22
Dicen que uno de los lunes de enero se considera el día más triste del año. Ya se sabe: las navidades se fueron (con su ... felicidad alegre o impostada), hace frío, hemos vuelto al trabajo (¡es lunes, jolín!)… En fin, que todo se vuelve en contra nuestra. Tal vez por eso he caído en la cuenta de que quizá la lectura de este texto del merecidísimo premio Nobel literario de este año, Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959, dramaturgo, poeta y novelista), no fuera la compañía más adecuada en este entorno, pero sobre la marcha, e inmediatamente, me desdigo. No debe pasar nada porque un tan breve como luminoso texto nos sitúe delante de lo que es, ni más ni menos, nuestra propia vida; por mucho que nos duela tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos y a nuestras aprensiones. Y eso es lo que seguramente aprendemos de esta novelita.
Dividida en dos partes que, sin necesidad de que se explicite, se corresponden con el título de la obra, se nos relatan en ella –con un estilo impresionista y cercano al que luego volveremos– los dos momentos más transcendentales de la vida de un ser humano: su nacimiento y su muerte. No se trata de chafar la historia; ya lo advierte la nota de la contraportada del libro. La novela comienza en una cabaña aislada donde una comadrona ayuda al nacimiento de un niño, algo que nos sitúa en un tiempo ya remoto. Alternando el flujo de los acontecimientos con el del pensamiento del padre de la criatura que va a nacer deducimos que el matrimonio ya tiene una hija anterior y que del «nasciturus» se confía en que sea un niño, muy deseado y al que casi ya no se le esperaba. Se cuenta en tercera persona, pero son los sentimientos y pensamientos de Olai, su padre, los que nos guían… Y preparan: «El niño vendrá al frío de este mundo y aquí estará solo, (…) siempre solo, y luego, cuando todo haya acabado, cuando llegue su hora, se descompondrá y volverá a la nada de la que salió, de la nada a la nada, ese es el curso de la vida». Todo sale bien en el parto: Johannes ya ha nacido y, desde ahí, sin solución de continuidad nos vamos, en el capítulo siguiente, al despertar de un anciano solo en su casa, y asistimos a su rutina diaria en una población que no se menciona y que suponemos allá por la fría Noruega; un día, además, de invierno en el que apenas hay luz. En seguida deducimos que se trata del mismo Johannes suponemos que muchos años después; por su devenir, en parecidos términos al capítulo anterior, vemos la soledad del viejo y sabemos que su mujer, Erna, murió y que sus hijos ya se fueron hace tiempo de la casa en la que siempre convivieron y que él conserva. Pero todo se impregna de un aire inquietante y en seguida reconocemos lo que ocurre y acompañamos a este también pescador, como lo fue su padre, en su desconcierto de intuir, pese a no querer reconocerlo, que está muerto.
Fosse nos ha ofrecido entonces el comienzo y el final –la mañana y la tarde, en fácil metáfora– de un personaje que, en realidad, no hace nada ante nuestros ojos si nos ponemos estrictos: en el momento de nacer solo importa a personas que aún no conoce y su último día es un diálogo con sombras vitales para él pero que ya no están. Con leves pinceladas acabamos conociendo su vida casi entera, por lo demás, una vida de lo más corriente, pero de la que cuesta despedirse, y el relato nos obsequia con escenas verdaderamente emocionantes, como su último viaje en la barca de su amigo (una suerte simbólica de Caronte), el encuentro con el amor que no pudo conseguir entonces, momentos de evocación de su esposa o de la hija que cuida de él y ahora tendrá que encargarse de su cadáver, la asunción, en fin, de lo que ya no volverá. Al final, nos queda la sensación de que Johannes ha sido un buen hombre, un tanto testarudo quizá, pero abnegado, real como la vida misma, con sus conflictos e incoherencias, convencido de que, al final, lo que importa son las personas que hemos querido. Al final, teñido de un claro catolicismo, se intuye también la posibilidad de una vida feliz en el Más Allá.
Y todo ello (y es muy importante) narrado con la calidez y la calidad con que el autor noruego nos lo presenta. A la hora de hablar incluso de esos misterios cotidianos de la existencia, opta por un lenguaje ajeno de toda sofisticación intelectual, consecuente con lo que le correspondería, por otra parte, a un simple pescador. Texto breve, pero moroso en su fluir; recordando a veces las letanías eclesiásticas y enhebrando metáforas sencillas de entender que enriquecen notablemente esta narración sencilla del fondo más profundo de la vida de cualquiera. No nos deprime, al contrario; sinceramente creo que nos inunda de esperanza.
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