Pablo Martínez Zarracina
Viernes, 7 de febrero 2025, 23:00
Un rumor entrando a un edificio donde se celebra una fiesta es lo primero que se encuentra el lector de 'Que nuestra alegría perdure'. El rumor se transforma en una corriente de aire que sube por una escalera, mueve vestidos caros, roza copas, abre puertas ... y se dispersa entre un grupo de invitados hasta desaparecer transformada en la risa traviesa de una pareja que se escabulle en una habitación. Todo sucede en un movimiento cinematográfico mediante una frase inicial que ocupa veintiocho líneas. La oración asombra por momentos, desfallece llamativamente en otros y se sitúa a sí misma ante una posibilidad contraproducente: todo lo que en ella no es brillante resulta por fuerza enojoso.
Publicidad
Esa suerte de todo o nada, de apuesta entre el asombro y la molestia, se extiende por una novela que aspira a sostenerse sobre una voz envolvente, entre Fitzgerald y Proust, propensa a las frases de largo periodo y estructura tentacular, capaz de inmiscuirse en la intimidad de los elegidos para describir con distancia una tragedia en el gran mundo. La anfitriona de la fiesta es Céline Wachowski, una arquitecta estrella que parece afrontar el proyecto que supondrá su consagración: la sede de una multinacional que funcionará como el motor de la reinvención urbanística de toda una zona de su ciudad, Montreal.
Kevin Lambert
Traducción: Robert Juan-Cantavella.
Editorial: Random House.
297 páginas.
23,90 euros.
La acogida del proyecto es buena hasta que con las obras ya avanzadas aparece en el 'New Yorker' un artículo crítico con la obra y con lo que su autora representa. Lo que viene después es un huracán contemporáneo destrozando a un individuo. La arquitecta es acusada de promover la gentrificación, de instaurar el «fascismo afectivo» en sus empresas y de servir al turbocapitalismo. Su rostro pasa de aparecer en Netflix a multiplicarse tachado en los carteles mientras el urbanismo se vuelve un escenario político y las protestas se transforman en manifestaciones violentas. Kevin Lambert describe el mecanismo de la cancelación con frialdad satírica, pero sin el asidero de unos personajes sólidos y una trama articulada. Su interés es algo así como dejar que hable el huracán y se muestre al tiempo poderoso e indiferente. Lo que queda tras el desastre ocupa la última parte del libro, con mucho la mejor. Asistimos en ella a otra fiesta, la del setenta cumpleaños de la protagonista, que hace un balance de daños tras el paso por su vida del fanatismo disfrazado de pureza. Si Lambert no acierta con el tono, demasiado ampuloso y exhibicionista, sí acierta con el punto de vista. Lo hace esquivando la tentación ideológica y centrándose, no tanto en la maldad de sus criaturas, como en su debilidad. En la de los verdugos y en la de las víctimas, que resultan en esta novela con frecuencia intercambiables.
Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.