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J. Ernesto Ayala-dip
Viernes, 24 de mayo 2024, 22:54
Hay libros buenos y muy buenos. (Respecto a los malos y muy malos, sigo el consejo del poeta Auden, de los libros malos para qué ... hablar, ya bastante tienen con ser malos. Plinio el Joven decía que en todo libro malo había siempre algo de provecho. Lamento discrepar con Plinio, con lo que lo admiro. Yo leí libros muy malos y todavía estoy esperando su provecho). Bueno, pero a lo nuestro: también hay libros necesarios. 'Bibliotecas. Una historia frágil', de los historiadores Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen, entra en esta clasificación. En este libro aprendí muchas cosas, como espero que lo harán los lectores. Todos tenemos libros en casa, sobre el escritorio, sobre las sillas (por lo menos, yo) y al fin en nuestras bibliotecas. Una cosa que aprendí de este libro es que en la antigüedad grecorromana las bibliotecas no tenían estanterías. Eso fue cosa del Renacimiento, cuando ya se había inventado la imprenta y los libros tenían la forma que tienen ahora. En la antigüedad, los 'libros' eran rollos de papiro y luego códices de pergamino. Hace unos años, estando en Sevilla, entré en su catedral. Lo hago siempre que voy porque por las escalerillas del edificio entraba Cervantes. Pero un día descubrí una sala con libros, unos 4.500 ejemplares, me dijeron. Resulta que eran los libros que uno de los hijos de Cristóbal Colón, Hernando, había donado a la catedral. Me dio una gran alegría que los autores de 'Bibliotecas' citaran a este personaje. Hernando viajó a América con su padre, pero enseguida comprendió que lo suyo no era descubrir continentes, sino libros. Solía viajar mucho a Roma a husmear en sus librerías (también lo hizo Cervantes, cuando estuvo allí para embarcar en la Armada hacia Lepanto). Compraba libros que leía y luego clasificaba. Esto lo leí en su biografía. Hernando Colón fue el inventor de los índices y las listas bibliográficas.
Algunas curiosidades. La desaparecida biblioteca de Alejandría era un templo de libros de carácter público, solo que dicho público siempre era gente de alto nivel económico y con acceso a la cultura. No podían entrar personas que no entendieran de los temas que trataban los libros allí reunidos. (El carácter realmente público de las bibliotecas se dio en Alemania y Francia en el siglo XIX). Dos cosas más. Lean este libro porque también sabrán cuándo se originó la obligación de guardar silencio en las bibliotecas. Y un fallo en mi modesta opinión. ¿Por qué sus autores no mencionan la biblioteca de Éfeso, la tercera después de las de Alejandría y Pérgamo? No pasa nada, perdonados. Un libro brutal, como se dice ahora. Y escrito sin afán de erudición innecesaria.
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