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Viernes, 20 de diciembre 2024, 23:06
Tras el recorrido desde la puerta de entrada del salón de actos hasta el estrado –acompañado por Asunción Gómez, Pedro Cátedra y el aplauso unánime ... de los asistentes– y la salutación preliminar, Javier Cercas comenzó su discurso de ingreso en la RAE –'Malentendidos de la Modernidad. Un manifiesto'– atrayendo la complicidad del auditorio con un recuerdo emotivo, no exento de humor, para su familia de campesinos extremeños y, en especial, para su padre, el protagonista secreto de 'Anatomía de un instante', «si hoy estuviera aquí, den por hecho que ya llevaría un rato llorando a lágrima viva, y es casi seguro que a estas alturas nuestro director no tendría más remedio que recurrir a los miembros del servicio de seguridad de la Academia para que lo obligasen a salir»; así como para su madre, personaje principal de 'El monarca de las sombras' y alimento clave para despertar su temprana vocación de escritor, como, posteriormente, lo serían Unamuno, Francisco Rico, Joan Ferraté, Borges, Roberto Bolaño, Mario Vargas Llosa…
A continuación, le tocaba pronunciar la laudatio inevitable dedicada a su inmediato predecesor, don Javier Marías. Aquí, el escritor de Ibahernando recurrió a su carácter crítico, ejercitado con sus profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, y a su experiencia personal como lector, además de a su única conversación con Marías y a su correspondencia durante los últimos años de vida del autor madrileño, para recorrer paso a paso la obra literaria del novelista no de manera protocolaria y superficial, sino descubriendo facetas novedosas e interesantes de la misma, combinando la humildad de su mirada con los clásicos más reconocidos del canon occidental porque Cercas descubrió en la calle, cuando trabajaba para el Diari de Barcelona en la década de los 90, que la lengua es de todos y que tan importante puede resultar la aportación del primer ingeniero de la empresa como la del último peón; en su recorrido por el ciclo oxoniense de Marías, Cercas se dejó en el tintero un título como 'Berta Isla', acaso con la única intención de que ese detalle insignificante fuera recogido en reseñas como esta.
En todo caso, en su análisis, Cercas expresó su admiración «de punto ciego» por el autor de 'Todas las almas', porque «en sus novelas, Marías formula preguntas complejas y desasosegantes de la manera más desasosegante y compleja posible, pero no las responde», y destacó la faceta de «escritor comprometido» de Marías para atacar su primer malentendido de la Modernidad –«el escritor refugiado en su torre de marfil»– y dar así comienzo al meollo de su discurso: su manifiesto contra el mundillo literario y sus clichés más vergonzosos.
Para ello, colocó sobre el tapete el ejemplo de algunos de sus padres literarios –Kafka, Joyce, Proust, Borges–, si bien, más de uno, pensábamos directamente en el propio Cercas, y es que pocos escritores han estado tan participativos e involucrados en el debate público como el novelista extremeño.
El segundo malentendido, que combatió con firmeza, aludía a la nefasta sacralización del autor, ya que, para Cercas, el protagonista de la literatura, tal y como ha demostrado a lo largo de su trayectoria, es el lector. Cercas acudió de nuevo a su vastísima genealogía literaria para corroborar su idea con voces de autoridad, entre las que escojo la de Virginia Woolf: «Nunca hubo un error más fatal. Es esta división entre lector y escritor, esta humildad de su parte, estos aires de grandeza de la nuestra, lo que corrompe y castra los libros, que deberían ser el fruto saludable de una estrecha e igualitaria alianza entre nosotros».
Para deshacer el tercer malentendido, «tan extendido en el medio literario», Cercas apuntó a los editores y a la crítica que han considerado que «la buena literatura ha de ser necesariamente minoritaria». En ese momento, apreciábamos al Cercas más hamletiano, al más cercano a su antecesor –enamorado confeso de Shakespeare–, al Cercas que no ha olvidado sus comienzos difíciles, cuando los editores apenas confiaban en sus proyectos, ni la indiferencia que recibió entonces por parte de la crítica especializada que dio la espalda, incluso, a 'Soldados de Salamina', hasta que, Vargas Llosa, incitado por Fernando Iwasaki –presente en la ceremonia–, la leyera y reivindicara tanto a la novela como a su autor en 'El sueño de los héroes'.
En el cuarto malentendido, y para rematar su manifiesto literario, Cercas denunciaba «el obsceno pragmatismo burgués [...] que solo consideraba útil aquello que proporciona una ganancia o beneficio práctico e inmediato, a ser posible contante y sonante».
En esta ocasión, vimos al Cercas más quijotesco apostando por las novelas que «contienen una irresistible incitación a la aventura más radical, arriesgada y revolucionaria: la aventura de vivir una vida acorde con nuestros sueños y nuestros deseos. ¿Hay algo más útil que eso?», y erótico, cuando, después de enunciar que «la literatura es, antes que nada, un placer, como el sexo», se giró hacia la bancada de los miembros de la institución y ante la perplejidad de estos les interpeló: «Me permito apelar a ustedes, señoras y señores académicos […] ¿hay algo mejor que el sexo? ¿cómo es posible entonces que sigamos enrocados en la sandez palmaria de la inutilidad del arte?».
De este modo, en un acontecimiento de la máxima solemnidad, Cercas lograba arrancar, en el salón de actos de la RAE, la carcajada sonora de los asistentes en contraste con el silencio sepulcral con que habían seguido su disertación.
Finalizada la lectura de su manifiesto, Cercas recogió y agradeció emocionado una ovación atronadora que tan solo cesó cuando el novelista tomó asiento.
Seguidamente, la escritora Clara Sánchez fue la encargada de dar la bienvenida a la corporación al flamante académico, contestándole con una semblanza y una glosa en la que elogiaba su periplo novelador y su tarea como articulista.
El pasado 24 de noviembre de 2024, Javier Cercas se convirtió en el tercer extremeño que ocupaba la Silla R de la RAE. Anteriormente, lo hicieron Juan Donoso Cortés y Enrique Díez-Canedo.
Hacía poco más de cien años que Valle-Inclán alumbrara, con sus 'Luces de Bohemia', los vicios de la sociedad de su tiempo y, exactamente, un siglo desde que André Breton publicara el primer manifiesto surrealista.
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