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Enrique García Fuentes
Viernes, 28 de marzo 2025, 23:14
Como si no hubiera tenido bastante con los sarpullidos que levantó 'Putitos' (El Sastre de Apollinaire, 2023) su punzante y provocadora ópera prima, recibida con ... entusiasmo por gente nada sospechosa como Alonso Guerrero («un libro donde el sexo es esencial, pero intranscendente, igual que los sentimientos o cualquier tipo de metafísica») o Juan Ramón Santos (refiriéndose a él como un libro que delataba «una capacidad extraordinaria para escribir, para construir imágenes sugerentes, inesperadas, impactantes, muy ricas, aunque se trate, en más de un caso, de una suerte de riqueza hedionda, que casi hace daño en los ojos»), Ángel Borreguero (Badajoz, 1996) dobla la apuesta con este 'Puer delicatus', y vuelve a endiñarnos un muestrario sin anestesia donde pecas, semen, manchas, heces, granos, verrugas, ronchas y pústulas campan muy a su sabor.
Borreguero no es un cutre; es un provocador nato que tiene varios ases escondidos en la manga; el primero y principal, una formación literaria solidísima (graduado en Literatura General y Comparada, Máster en Investigación en Humanidades –sección de Estudios Clásicos–) que logra que nos quedemos siempre con la propuesta formal por encima de la chinchona cara del contenido. Ya juega el título elegido con esa pretendida ambigüedad, y cuando entramos de lleno en él nos descubrimos dentro de una película de John Waters pero más pasada aún de vueltas, aturdidos enseguida por las luces estroboscópicas, los neones impactantes y los estupefacientes colores chillones de una prosa tan rebosante de poesía malsana y lacerante como para lesionarnos los ojos mientras la música que suena a lata escupida por altavoces ebrios y un panorama de pesadilla calenturienta nos sobrecoge de arriba abajo.
Ángel Borreguero
Editorial: El sastre de Apollinaire. Madrid, 2025.
80 páginas.
13 euros
Su primera obra fue saludada desde el propio prólogo por una Luis Antonio de Villena que en seguida se hacía cómplice de la propuesta; ahora es el nada suspicaz y siempre preclaro José Antonio Llera quien, desde ese mismo sitio, nos exhorta a participar de este desquiciado juego que Borreguero nos vuelve a proponer casi desde los mismos presupuestos previos, con lo que el prologuista extremeño acaba calificándolo como «especie de secuela» a la que hay que aventurarse teniéndolos como muy bien puestos.
Con 'Puer delicatus', Borreguero al borde de doctorarse en Lisergia y crecido como el pompis de un rubicundo angelote, se tira de cabeza a esta piscina calentorra que nos hace sudar con solo ver que brillan sobre ella nimbos de crema solar desleída conviviendo con gusanos platelmintos, donde flotan santones de la cultura, diálogos sin terminar, uñas mordidas y padrastros sangrantes y donde el azulino en el que quizá quisiéramos refrescarnos, nos agobia porque nos remite al color y al calor de las siestas oprobiosas. Cargado de nuevo de la razón que confiere un bagaje cultural al que desafía y del que se mofa incluyéndolo como citas continuas en esta suerte de excitantes desvaríos, Borreguero no solo está repitiendo fórmula sino que se jacta de la turbia sensación que nos provoca esta continua suerte de provocaciones completamente salidas de madre. Y está claro, además, que no tiene empacho en retornar por sus fueros ahora ya con la tranquilidad de quien sabe que entre cubos de plástico de colores ácidos, sudor de bañador ya seco y apretado y granos, pústulas y desafecciones varias de cuerpos que mezclan olores agradables y hediondeces propias se encuentra en la mejor disposición como para nombrarse cronista de todas estas flatulencias que sin embargo no necesariamente dejan un fétido olor. Porque, como los buenos, nuestro poeta (¿por qué no?) ya cuenta con un territorio propio que gustará o no, pero que, desde luego él ya tiene bien conquistado y los límites y las lindes que le está colocando contienen la advertencia impresa contra todo aquel que no se atreva con desafueros tan originales. Allá cada uno.
Ahora bien, admitiríamos, y no niego que hasta que con indudable regocijo, un tercer ángulo más que coronase esta especie de mausoleo móvil y casi vermífugo de pudores que Borreguero parece estar edificando (toda vez que las trilogías parecen contar con un prestigio indudable), pero ya es evidente que en él residen muchas mejores dotes como para desterrarlo únicamente a la condición de (si sólido) constructor de bestiarios y repertorios de monstruos repelentes, aunque tan atractivos. Tocan más altos designios, creo, pues hay talento a espuertas, bagaje cultural bien asimilado, innata sabiduría y olfato avizor como para coronar con éxito empresas de mucho más alto fuste.
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