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César Muñoz Guerrero
Sábado, 27 de enero 2024, 09:26
La biografía de González Ruano escrita por Javier Varela deberíamos reseñarla en mayo, por ser como agua caída ese mes. Igual volvemos a hacerlo entonces ... como recordatorio. Mientras tanto, y como puesta en escena, debemos celebrar que un jurado se reúna en España para premiar un libro como 'La vida deprisa'.
Es triste a estas alturas, también necesario, que haya que reivindicar de algún modo la trayectoria y la obra del que fue la segunda leyenda que el periodismo dio a nuestras letras después de Larra. De hecho el autor, maestro en la labor y de curtido expediente, no ha sido el primero en abordar la figura; sí en ponderarla con seriedad.
Y ese es el primer motivo de celebración: que con su ensayo Varela reinicia de alguna manera la leyenda de Ruano, la blanca y la negra, y lo resitúa en el mapa de méritos y de vigencia en busca de una posición más acorde con la que le corresponde.
Porque por corresponder no hay otra que equiparar a Ruano con el citado Larra. Totalmente diferentes en moral y perspectiva y similares en creación de escuela. Y es que suele decirse que el columnismo de hoy vampiriza la obra de Umbral, sin mencionar que este hizo lo propio con Ruano.
Él mismo lo repitió a lo largo de su trayectoria, y para que constase en acta lo rubricó en 1989, en un tomito titulado 'La escritura perpetua', que publicó la fundación que entonces entregaba el premio de periodismo más prestigioso de España. Dicho galardón portaba el nombre del protagonista del libro de Varela que reseñamos hoy.
Calibrar a Ruano, pues, es la misión de 'La vida deprisa', primera biografía seria que se le dedica. En ella, Varela procede a exponer los mitos varios sobre el periodista madrileño, los gloriosos y los cutres. Lo más importante es que se refutan los malintencionados, pero con vistas al futuro se señalan las pautas literarias fundamentales que deberían regir el rescate de su obra.
Son dos: la puntualización, no novedosa, de que su obra novelística no alcanza la altura de estilo de sus artículos o la intimidad de sus diarios; y una propuesta de metodología que haga justicia las virtudes de su prosa, que son visibles e ilimitadas.
El lanzamiento que ya se hizo de tres contundentes volúmenes con sus artículos y esquelas está destinado al lector académico y no puede estarlo al común, sin olvidar la discontinuidad de su presencia en los catálogos de las librerías y su formato poco práctico.
Varela apuesta por la presentación de antologías temáticas, que tanto se ha dado en otros escritores y nunca en el caso de Ruano. ¿Será que está tan vivo que es pronto para asimilar su influencia?
Pasan las generaciones y ahí siguen su marca, viva e inmarchitable; su prosa periodística, desplegada en tantísimos periódicos de su tiempo, nacionales y locales; su escritura intimista, la que él más apreciaba y sabía mejor recibida por su público, volcada en artículos disimulados entre actualidad y rigores, si acaso ambas cosas no son lo mismo, y si es que no se solapaba él mismo también entre estos últimos. Sensible y brillante, inteligente y lúcido, constructor de una superficie que a algunos les parecía hielo, pero debajo de la cual se extendía un océano de literatura. De la mejor, esa tan difícil de lograr, que no está al alcance de la mayoría de sus herederos, y mucho menos de sus hostiles.
Nombres que quieren venderse, y vendernos, como cumbres de sus generaciones, revulsivos de sus épocas, conseguidores del retorno del favor de los lectores; y se acumulan en el tiempo y se desvanecen.
Y aquí seguimos, medio siglo después de que Ruano se muriese a medias, volviendo a sus escritos, dedicándole biografías, elogios e invectivas; dejándonos llevar por su sello inimitable, y algunos al menos, atentos a su regreso editorial, a la realización de sus obras completas según el plan que dejó trazado. Y leyendo todo ello, lo que le lleva más allá de la oficialidad y lo hace un clásico efectivo.
El canon que estipuló no ha cambiado, y sería discutible si ha mejorado. La forja de una personalidad, que exceptuando casos como Umbral se han quedado en intento. El recurso del café como templo de la escritura, remendado en estos últimos años como lugar de pose y compadrazgo. La tertulia como muestra de ingenio y conocimiento de una época, vuelta un vulgar disfraz donde quién tiene la destreza o la ira de los genios que compartieron con Ruano.
La parte buena es que para quien controla de la materia es innegable su ascendencia sobre sus imitadores, lo que no sé si le favorece o es un insulto para él. Sobre todo, en muchos que para mostrar u ocultar su magisterio lo injurian en vano.
También hay ejemplos de agradecimiento desde la teórica orilla contraria, en una inexistente y absurda división, teniendo en cuenta que a Ruano lo seguían en todas las orillas e interiores. Algunas como Sitges directamente las inventó él.
Se agradecen las aportaciones de Varela a episodios de la vida de Ruano glosados hasta la extenuación y que quedan aquí al alcance de quien quiera repasarlos, desde su periplo europeo hasta su encumbramiento en los cafés. Y la insistencia en la grandeza de su periodismo fuera de modas, lo que demuestra la lectura de sus artículos, memorias o diarios.
Ruano sigue proyectando el fluido castellano de su escritura genial sobre todas las épocas. Que a la nuestra no se le pase devolverlo al lugar que merece.
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