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Saltar los charcos

La escritora rusa Teffi tira de ironía y mordacidad para contar su viaje de Moscú a Constantinopla huyendo de la revolución bolchevique

Pablo Martínez Zarracina

Viernes, 3 de enero 2025, 22:58

Un condenado al que sus verdugos arrastran hacia el lugar donde va a ser fusilado salta cuidadosamente los charcos para no mojarse los pies. La ... imagen la convoca Nadezhda Alexándrovna Lójvitskaya al comienzo de estas memorias. Sirve para ilustrar la idea que las sostiene y el tono infrecuente que las propulsa: «El ser humano puede vivir en cualquier parte». La autora comparte con el condenado la certeza de un futuro fatal si se queda en Rusia tras la revolución bolchevique. Su delito consiste en pertenecer a una familia de la alta sociedad de San Petersburgo y gozar de un enorme éxito con las obras satíricas que firma bajo el seudónimo de Teffi. Llevan años apareciendo en los periódicos y estrenándose en los teatros. Son las favoritas de los estudiantes y los empleados. También las de Lenin y el zar Nicolás.

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En el otoño de 1918 una apresurada salida a Ucrania con la excusa de una gira de lecturas públicas es para Teffi la única opción. Su huida del país es una sucesión de controles, amenazas y sobornos y el comienzo de un periplo que terminará en Constantinopla «rodando hacia abajo por el mapa», dando inicio a un exilio sin retorno. Si nos resultan familiares las historias de corrupción, violencia, multitudes hacinadas en estaciones y grupos de refugiados que reproducen en precario los mundos extintos de los que provienen, todo es original en la mirada de la autora. Teffi se permite el lujo de desdeñar la política que arruina su vida, empujando su nombre de las carteleras a los salvoconductos inservibles, y utiliza el espectáculo de la supervivencia para poner a la máxima potencia su máquina irónica de diseccionar tipos humanos. Lo hace con una agudeza y una mordacidad a prueba de bombas y un talento asombroso para la descripción física.

Por la platina de Teffi pasan los verdugos y las víctimas. También ella misma. Ante las sospechas que causa su actitud señorial en el barco de refugiados que la lleva a Sebastopol, la autora termina fregando la cubierta y recordando cómo siendo una niña vio fascinada a un marinero hacer lo mismo, así que valora el detalle que ha tenido la historia organizando una guerra, una revolución y poniendo todo patas arriba para permitirle cumplir su sueño infantil. «¡Gracias, querido!», le dice al destino mientras friega con sus elegantes zapatos plateados, que son los que calcula le serán menos útiles cuando en tierra regrese la lucha por encontrar comida y refugio. No hay en estas memorias espacio para la queja, pero sí para la brillantez y el absurdo. La autora cuenta su drama sin el menor dramatismo.

Memorias

Tiffi. Traducción Alejandro Ariel Gonzále. Editorial: Libros del Asteroide. 290 páginas. 20,95 euros.

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