![Seguir tirando, que no es poco](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2025/02/07/trazos%20(6)-kl3--1200x840@Hoy.jpg)
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Enrique García Fuentes
Viernes, 7 de febrero 2025, 23:08
Encontrarme casualmente con el último libro de Karmelo C. Iribarren (Donosti, 1959) me ha recordado el éxito que tuvo su visita (alumnos encantados incluidos) hace unos años al aula 'Díez-Canedo'; su modo de hacer poético, tan emocionante, pero sencillo y cercano, sin afectación, apegado ... siempre a lo cotidiano, caló hondo entre unos asistentes que, como la mayoría, no habían oído hablar de él y desde entonces se han hecho seguidores casi incondicionales. Una quincena de títulos engrosa su ya amplio currículo, con poemarios como 'Desde el fondo de la barra', 'Las luces interiores', 'Mientras me alejo' o 'Un lugar difícil, entre otros'. A ellos se une este 'La última del domingo', que viene a ser una continuación, en fondo y forma, de lo que el lector conoce y hasta espera y ansía.
Y sí; es cierto que los 47 poemas aquí recogidos en tres partes de muy variada extensión –la primera cuenta con 40 y las otras dos se reparten tres y cuatro respectivamente–, todos de longitud muy parecida, no arrojan ninguna sorpresa sobre lo que ya conocemos de la trayectoria de nuestro autor. Tal vez por esto un espíritu más exigente, un lector más interesado en la ontología de los humanos y las cosas, se encuentre aquí con un campo de excesiva liviandad y no se conforme con este calmado discurrir de maneras tan afables (aparentemente) por nuestros avatares y nuestras penurias. Pero para quienes se arredran al adentrarse en campos excesivamente poblados de recursos metafóricos, lenguajes rebuscados o silencios de muy diversa índole no hay duda de que este es un libro (y no lo digo con desdoro, antes al contrario) por el que transitar felizmente y sin peligro.
Karmelo C. Iribarren
Editorial: Visor.
82 páginas.
12 euros.
Otra cosa es, claro, que, adentrándonos en sus contenidos más recónditos, no nos embargue el pesimismo que exhalan en conjunto, pero, como está expresado en ese tono socarrón (ypreñado de cierta esperanza) logramos salir no demasiado tocados del envite y, al final, una tímida sonrisa, con su deje de resignación, nos asoma ante casi cualquiera de los poemas aquí reunidos. Con ellos se logra albergar ese chispazo de esperanza que nos mantiene vivos y que nos permite descubrir el lado amable de nuestra existencia. Quizá, cuando leemos, lleguemos a lamentar que Iribarren se adelante a nosotros con esa ajustada perfección que demuestra al referir unos sentimientos que, en el fondo, son los nuestros, los que, casi a diario, experimentamos asumiendo con estoicismo, por ejemplo, el inexorable paso del tiempo, que el poeta clava con poemas como 'Las cuentas del abuelo', 'La vida es corta', 'Breve indagación en la infelicidad' o 'La cara de la gente', y hasta se permite revelar ante nosotros que nuestra cotidianeidad, esa monotonía de la que tanto abjuramos, es toda una bendición que echamos de menos cuando se nos altera; ahí está el inicial 'La rutina', que tanto nos compensa: «Después de las catástrofes y las guerras, / después del infierno del desamor, / aparece ella, / como si nada, / y te ayuda a seguir adelante». Consciente de ello, Iribarren nos endosa poemas donde, sin perder el tono irónico y guasón, se encara en modo de apóstrofe cercana y despotrica contra aquello que está ahí siempre agazapado buscando alterarnos e intranquilizarnos ('El azar', o 'Actualización del futuro').
Dos son los recursos con que la voz poética cuenta para mantener esa debida distancia frente a cuanto nos inquieta; el problema es que no están al alcance de todos. Uno es el sentido del humor, tratar de no tomárselo no tan en serio, buscando la broma, incluso, ('El hartazgo de los ascensores', 'Damnificados' o el estupendo 'Ráfagas de optimismo'). El otro es, claro, asirse a la poesía como sostén y salvación; frecuentes son en el libro los poemas que aluden a ello con lo que creamos una especie de microcosmos que nos redime y donde nos sentimos a salvo ('Los poemas', 'Historia de un poema', 'El poeta' o 'Los poemas, la vida'). Es verdad que es solo un momento, lo que dura la lectura de los versos, pero ahí se queda ya escrito para siempre y estará allí para cuando lo necesitemos: nos hacen pensar… y nos consuelan ('Sumando logros', 'Madrugada', 'Nosotros los de entonces', 'Esperando a que escampe', 'A mis viejas botas de lluvia' o el explícito 'Ráfagas de optimismo'). Y llegamos al cierre, un poema que, no caprichosamente, creo, otorga título a todo el poemario; sencillo, cercano, un empujón suave a no rendirnos que nos exhorta, cuando va cayendo la noche del domingo, el día del cierre por antonomasia, a salir a buscar, aunque sea en la forma de una copa en un bar que abre, ese mecanismo de resistencia que nos permita eso: seguir tirando. ¿Qué si no?
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