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Manuel Pecellín
Sábado, 24 de febrero 2024, 10:53
Para comprobar hasta qué punto han sido radicales las transformaciones experimentadas en nuestra sociedad, y muy especialmente en todo lo relacionado con la mujer española, ... durante este medio siglo último, bastaría leer 'Las señoritas', de Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961), que ya nos admiró en 'Los montes antiguos' (Periférica, 2021) con deslumbrantes evocaciones del paisaje, reconstruye en esta segunda novela, más urbana (aunque no sin visitas al campo), la situación femenina en los años sesenta. Ha creado personajes que hoy parecen salidos de un álbum amarillento, tal vez difíciles de imaginar para las generaciones jóvenes.
Vinculadas por motivos de amistad, trabajo, vecindad o de sangre, las protagonistas son numerosas. El núcleo lo constituyen tres hermanas, solteras ya maduras, residentes en una pequeña ciudad del norte y habitan la vieja casona heredada de padres acomodados. No resulta fácil la convivencia. Mercedes, la mayor, nacida en 1926, guarda en su memoria los avatares de la guerra civil; altiva y ríspida, se sabe superior en edad, dignidad y gobierno. Frente a sus pretensiones, se erige una y otra vez Emi, la pequeña, rebelde y nerviosa, encargada del mantenimiento. Resultan deliciosos sus enfrentamientos dialécticos. El triángulo lo cierra Dedi, sin duda la más equilibrada, humilde y sin pretensiones, que pronto se convertirá en el epicentro de la narración.
A su alrededor surge toda una pléyade, cada una de cuyos componentes simboliza determinado grupo social. El relato de sus avatares, no siempre en línea con el discurrir cronológico, funciona como pinceladas que retratan la época.
Avelina, la vieja fámula, fiel y sesuda, a quien siempre conviene escuchar. Charo, la generosa y audaz amiga, que trabaja en el madrileño hospital de La Paz. Dora Pascual, modista que parece poseer un sexto sentido (el de la estética), distinto al de las pobres costureras Patro y Visi. Inge, la beguina de las torcas y otras soledades. Paulatinamente, irán incorporándose nuevos nombres, según se desarrolla la vida de Dedi, que nunca llega a ser feliz, cada vez más resignada ante el destino. Peor le va a su prima Mila, a quien trae por la calle de la amargura un marido ambicioso y violento. El suyo parece más amable, aunque le da una cuñada insufrible, una hija con graves problemas de salud y la previsible amante. Dedi estudió en Madrid y ha pedido la baja en el laboratorio local donde tenía buen trabajo para ocuparse de los asuntos domésticos, tendrá que pedir la reincorporación, cada vez más desilusionada e insignificante. Su fin será tan triste como cabía suponer. Solo la solidaridad entre las amigas las ayudó a sobrevivir.
Poeta, ensayista y crítico, Enrique Andrés Ruiz es un maestro del lenguaje. Maneja con enorme habilidad el tempus del relato; proporciona agudos análisis psicológicos y deslumbra por las descripciones de ambientes y paisajes, tanto agrestes como urbanos o pueblerinos. Pasajes floridos alternan con la desnudez estilística de otros, donde las oraciones breves y las elipsis verbales incrementan la agilidad de los relatos. No gusta de facilitar localización, sirviéndose de topónimos ficticios (si se exceptúan Madrid, Bilbao o alguna población lejana a los acontecimientos), ni de precisar fechas, que los lectores deben deducir merced a alusiones ocasionales (a figuras como el boxeador José Legrá, el cantante Sammy Davis, el jinete Paco Goyoaga, o a simples instrumentos: tal tipo de coches, el uso del transistor, aquella medicina, curas con sotana, asistencia parroquial, braseros de picón, el jabón casero). «Se vive bajo la pausa rítmica de las campanas» (pág. 64).
'Las señoritas' de Laura Ramos (Google Books, 2021) rayaban en la heroicidad. Las de Enrique Andrés Ruiz, al menos las más generosas y libres, como la propia Dedi, bastante tienen con no dejarse amilanar y sobrevivir a los golpes desafortunados. De los hombres, salvo en circunstancias excepcionales, poca ayuda iban a obtener. Y, mientras sostenían sus empeños diarios, en la añosa piel de toro las ciudades crecen; el agro se mecaniza; el capitalismo se desarrolla; las fábricas jubilan a los talleres; las virtudes del olvido sanan cicatrices y nuevas hornadas de jóvenes, cada vez más desinhibidos o menos responsables, inundan los espacios ante los ojos asombrados de quienes les antecedieron. Una novela lo puede contar mejor que un libro de historia.
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