Enrique García Fuentes
Viernes, 6 de septiembre 2024, 23:19
Ya dio que hablar Maribel Andrés Llamero (Salamanca, 1984) cuando con 'Autobús de Fermoselle' obtenía hace pocos años el prestigioso premio Hiperión de poesía. Su ... siguiente obra, 'Los inútiles', salió en la colección poética que Ben Clark dirige desde Mérida, Isla Elefante, un pequeño sello editorial interesado principalmente por la poesía de autores que no superen los cuarenta años y, preferentemente, inéditos o con poca obra publicada. Ahora nuestra autora vuelve a la casa, aunque integrada en una colección distinta, con un emocionante poemario de insólito título, pero comprensible, pues, como se sugiere en la contraportada, tal como los 80.000 soldados de terracota se mantuvieron enterrados durante siglos, «estos poemas han permanecido un tiempo enterrados, custodiando la memoria de la melancolía». En él, como deducimos –y como nos estremecemos cuando lo vamos leyendo– asistimos a todo el proceso de enfermedad, agonía, muerte (y hasta trámites burocráticos posteriores que ello comporta) del padre de la autora; sin dejar de lado los posteriores e inacabables momentos del duelo. El resultado es esta suerte de diario que, como acompañante hasta el final del fallecido, la poeta quiere compartir con nosotros.
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Ya puede deducir quien se acerque al libro que no vamos a estar ante una lectura complaciente, pero no quiero dejar de prevenir que, en la mayor parte de los casos, pese a que el desgarro subyacente sea palpable a todas luces, Llamero evita el dramatismo excesivo y cuanto dice –por más que ya lo hayamos vivido cada uno en su circunstancia– termina por ser, en el fondo, una lectura balsámica y reconfortante. Se trata de un poemario extenso (tal vez demasiado, pero la dimensión del dolor y la pérdida casi siempre son inabarcables) y de tema único, como puede deducirse, aunque la autora va pasando por las sucesivas capas aludidas con el corazón en la mano anteponiendo siempre el concepto del amor (amor filial en este caso, pero también el gozo de haber contado siempre con el amor del padre) por encima de la inevitable realidad de la muerte.
No se espere tampoco (y no sería en absoluto objetable que la autora se hubiese decantado por ello) un tono preciosista, ni siquiera netamente metafórico y ocultista; antes al contrario: prefiere un acento casi conversacional, exento la mayor parte de las veces de recargados recursos estilísticos que pudieran comprometer la comprensión de, por lo demás, un sentimiento que todos hemos experimentado o que lamentablemente nos tocará vivir («Echarte de menos / se parece mucho a caminar cada día / cargando con el peso y el frío / de la ropa húmeda»). La opción, entonces, de una sublimación afectuosa, rendida y absolutamente entregada de amor por la figura paterna en la que destaca, como dije, esa manera de transmitirnos la hondura de la sensación de pérdida paulatina que vamos sintiendo aun antes de que se produzca del todo, por un lado nos zarandea, pero por otro nos consuela hasta donde se puede: y que siempre resulta tan difícil de acotar («Intelijencia no me des nunca / el nombre exacto de esta pena / insaciable que me muerde, / porque buscar cómo llamarla / es todo lo que tengo»). A todo ello ha contribuido, qué duda cabe, el intenso reposo y meditación a los que la autora ha sometido sus más que comprensibles sentimientos. Solo así se consigue aquilatar la pena y se puede devolver convertida en palabras de posible resignación y hasta de consuelo llegado el caso («Sabemos que hay que habituarse a la soledad / y ensayamos comiendo en plato único, / nos duele cuando alguien se equivoca / y pone a la mesa un cubierto más»).
Sin dármelas, ni mucho menos, de sociólogo, el poemario transciende lo rigurosamente poético para poner voz a una situación que, por repetida, casi se antoja normal y hasta irrelevante: el hecho de que sean casi siempre las mujeres las encargadas de estas arduas tareas de sostener la decadencia y muerte de nuestros mayores. Aunque Llamero, desde el primer momento, nos deje entrever en sus versos que el amor y solo y exclusivamente el amor (y la admiración y la complicidad) por su progenitor fue el detonante de su actuación y, por ende, de este tan conmovedor como sosegante resultado, no quería dejar pasar esta reflexión, si extemporánea, a la que me han conducido, entre otras más, obviamente, sus cálidos y reconfortantes versos. Quedémonos, sobre todo, con la definitiva asunción de todo, tan exquisitamente resumida en uno de los emotivos poemas de cierre, de cuyo título solo cabría cambiar el uso del condicional («Este podría ser un buen poema») porque definitivamente lo es, el mejor quizá de esta larga y tan sentida elegía.
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Maribel Andrés Llamero. Editorial: Sloper. Colección: Isla Elefante. 10 páginas. 15 euros.
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