CÉSAR MUÑOZ GUERRERO
Sábado, 20 de enero 2024, 15:46
Cada libro esconde sus secretos, pero algunos se exceden en el misterio. Hasta el punto de que lo ocultan no ya a sus lectores, sino ... también a sus editores e incluso a los propios escritores. Y dentro de los secretos hay categorías. Una muy rara es la unanimidad. En España la sorpresa salta con cierta frecuencia. Este siglo ha sucedido con 'Soldados de Salamina', 'La sombra del viento', 'El tiempo entre costuras' o 'Patria'. Hay alguno más. Ya veremos cómo aguantan todos. Por ahora ahí están, concediendo a sus autores el privilegio de vivir de su creación, atrayendo lectores con el paso de las generaciones y haciendo que sus editores se pregunten dónde está el truco. Todas ellas cuestiones muy difíciles en estos tiempos, sobre todo si se tiene en cuenta que detrás de ellos no hubo premios y apenas promoción. Luego han acabado dando pie a series de televisión y adaptaciones de todo tipo. ¡Qué cosas!
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De los últimos en unirse a esa fenomenal saga ha sido 'El infinito en un junco'. Lo escribió la genial escritora e investigadora Irene Vallejo y más que un ensayo (género donde se le suele enmarcar) parece pura fantasía. El volumen que hoy viene a cuento, nunca mejor dicho, es la adaptación gráfica, rizo rizado por excelencia, elegante redundancia de belleza y buen gusto. Quien haya leído el original lo verá como un desdoblamiento excelente, y quien desconozca el título no errará si entra en él por esta vía. Algo más de centenar y medio de páginas con los dibujos de Tyto Alba acompasados al texto de Vallejo. El resultado está a la altura y a ver en qué acaba, porque es difícil superar más expectativas de las que ha levantado esta obra. Por lo pronto podemos constatar que, cinco años después de su publicación, y en época tan voluble, ahí están varias versiones al alcance de todo el que entre a una librería.
Me quedé leyendo este libro hasta las siete de la mañana. Sé que lo que cuenta la mágica Irene Vallejo es la misma historia de todos los libros o del único libro. En su labor generosa o redentora se ha transmutado ella misma en sabia (y savia) de arcaica civilización o colega de Gutenberg. Su hilera de pensamiento y de palabras (omisiones no hace) rinde tributo a Safo y Umberto Eco, a Ajmátova y Manetón, a Ovidio y Goytisolo y tantos otros embaucadores que nos han hecho soñar en la noche de la existencia. Y a través de su propia leyenda, se ha situado ella misma en ese catálogo de gente que nos hace ver con más levedad las preocupaciones y ensancha nuestras libertades y alegrías. Dentro de lo posible, pero siempre buscando ir más allá. Como los viejos libros.
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