Enrique García Fuentes
Viernes, 31 de mayo 2024, 23:02
Es lógico pensar que, como ocurriera con los pioneros indudables del establecimiento de la novela como género ya en el siglo XIX (Balzac, Galdós, etc.) ... cuando empezaron a construir un mundo partiendo de los territorios ciudadanos que les inspiraban y a mezclar situaciones reales con otras de su creación y a personajes de carne y hueso con los nacidos de su imaginación, quedaran ya definitivamente sostenidos los moldes de tan necesario género. Se instauró así esa facultad para, ya que creamos un cosmos, hacer pasar a sus satélites de un sistema a otro, esto es, trasvasar personajes de singular significación en un texto a meros secundarios en otro y viceversa. Pues no extrañe ahora que quien ha ido cimentando un mundo sólido en el territorio por el que lleva moviendo su historias, que identificamos, como casi siempre (también en Hidalgo Bayal, Fuentes, Valverde, incluso) con la zona de Plasencia y alrededores y que en Juan Ramón Santos responde a los nombres de Pomares, Acacia, Labriegos, Ochavia, Aldeacárdena y alguno más, ahora empecemos también a ver esos desplazamientos de personajes a los que acabo de referirme. Ya lo escribía yo hace años, perdonen que me autocite refiriéndome a él: «La aspiración de todo buen novelista, como es el caso, es lograr construir un territorio marco donde lo que sucede sea perfectamente extrapolable a cualquier otra realidad o irrealidad, llegado el caso».
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Es lo que ocurre en esta nueva novela del cada vez más consolidado autor placentino, donde vamos a descubrir ahora como protagonista a aquel Juan Plata (John Silver, qué fácil), episódico pero trascendental, que discurría por una entrega anterior de Santos, 'El tesoro de la isla' (De la luna libros). No quiere decir, ni mucho menos, que el lector tenga que recorrer primero los surcos de esa novela de iniciación, más literaria que vital, en la que otro protagonista joven, Santiago Alcón (Jim Hawkins, si se fijan), evocaba su último verano adolescente, años después, narrando las aventuras vividas con sus amigos, para entender esta; antes al contrario: leyéndola comprenderán mucho mejor a la editada antes pues lo que aquí se cuenta explica más que cabalmente lo que en aquella anterior se narraba. Juan Plata, devenido mentor literario del chaval protagonista de aquella, es en la nuestra un joven que afronta también su iniciación como persona. Todo lo que le ocurre aquí se tornará esencial para entender al ácido personaje en que se convirtió. Alguien con menos escrúpulos que quien firma hablaría sin tapujos de una «precuela»; pues vale, no creo que al autor le moleste que lo asumamos así, pero conste que en 'Río Cárdeno', la solidez y encanto de los personajes (los 'buenos', los 'malos' y hasta los episódicos), la entereza y dominio del estilo y el lenguaje, lo bien traído de los referentes culturales y, en fin, la sensación de firmeza que transmite nos sitúan en un plano superior.
Juan Ramón Santos
Editorial: De la luna libros.
Colección: La luna del norte. Mérida, 2024.
266 páginas.
22 euros.
Allá por los años 60 del siglo pasado los planes de construcción de pantanos andan en plena ebullición y en la mítica Aracia corre el insistente rumor de que van a ponerle uno cerca. La novela, con un inicio magistral, nos mete pronto en harina fijándose en la insatisfacción de Santiago Garrido, el mutilado dueño del estanco de la ciudad, tras la venta de unos terrenos. Nuestro futuro John Silver es entonces un estudiante de Derecho de vacaciones veraniegas en Aracia, que alterna su trabajo eventual como camarero en un bar sin ínfulas con sus ratos de ocio, sobre todo cine con sus amigos Fidel, Charo (la hija del estanquero, de la que los otros dos andan enamoriscados) y la dulce y sin sustancia Pepi. Por hacer méritos ante Charo Plata, intenta ganarse a su padre ofreciéndose como ayudante para resolver el litigio mencionado, pero las cosas se complican y Plata acabará más implicado de lo que esperaba en una trama de corrupción que le viene muy pero que muy grande. El devenir pausado y ponderado de esta investigación, con sorpresas inesperadas y complicaciones cada vez mayores, se convierte en el eje fundamental de la trama, muy adobada con pequeños desvíos que indagan, fundamentalmente en los paulatinos cambios que el devenir de la investigación va ocasionando en la relación de Plata con su madre (abnegada mujer que lo tuvo sola aunque el padre sea adivinable a lo largo de la acción), sus amigos y hasta con la propia Charo, cuyo noviazgo con ella no termina de concretarse y corre el riesgo de echarse a perder. Ayudan también a conformar la trama una serie de acertadísimos secundarios en los que el autor evidencia claramente su buen hacer (el leal Marcelo, Quiroga, el dueño del bar, el no tan desbaratado tío Consejos, el entrañable Doroteo, don Liborio el bibliotecario o Marisa, la enteradísima ayudante de este, que también encontraremos en 'El tesoro de la isla', entre los 'buenos' o Garrido, el estanquero, y Griñón, el abogado, entre los otros) y la presencia casi constante del cine, pues en muchos actores, personajes y argumentos va a encontrar nuestro protagonista referentes o términos de la comparación para las acciones que lleva a cabo. El conocimiento del séptimo arte que exhibe el autor no pasará desapercibido para el buen aficionado y téngase en cuenta que, al ambientar la trama a comienzos de los sesenta, hablamos de lo que hoy ya denominamos «cine clásico» (Ford, Hawks, Hitchcock, 'Solo ante el peligro', 'Casablanca'… Pero también películas españolas que nuestro protagonista, sin embargo, desprecia salvo en algún caso determinado que creció en recepción con el paso del tiempo, Berlanga, Pepe Isbert, Surcos…). Lo mismo ocurrirá con la literatura, más importante, si cabe, para lo que será el Juan Plata de los años venideros. Eso sí, el lector comprende que es el autor de la novela quien se esconde tras las preferencia cinéfilas y literarias con que salpica la novela demostrando con ello su sólida preparación y exquisito gusto, así como lo bien que ha asimilado sus influencias.
El final de la peripecia, bien pautado y redondeado, sobre todo en cuanto se refiere a la maduración interior que experimentará nuestro protagonista y su frontal rechazo contra todo (la propia Aracia fundamentalmente), sostendrá con creces al que conocimos antes en la novela que ocurre después y cimenta ese edificio cada vez mejor compactado en que se está convirtiendo la narrativa de Juan Ramón Santos.
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